La autofagia es uno de esos conceptos acuñados por la biología desde hace muchas décadas, pero rescatado y revestido por la moda de la salud desde hace muy poco. Bien controlada, esta promete un mejor envejecimiento, menos enfermedades y otro sinfín de beneficios. El ayuno se alza como gran aliado de la autofagia, aunque también hay medicamentos, técnicas y hasta alimentos que perjuran su control. ¿Qué sabemos sobre el tema y qué dice el consenso científico al respecto?
Qué es la autofagia
A medida que la ciencia y el lenguaje científico arraigan con más ahínco en la sociedad, aparecen términos nuevos. Algunos no siempre se utilizan como deberían. Otros son necesariamente sobresimplificados. Nadie dijo que la ciencia fuera fácil. Entre la línea de mal uso y la de sobresimplificación necesaria hay un terreno gris, complicado y lleno de matices. En él encontraremos la autofagia, tal y como se utiliza a día de hoy en muchos círculos nutricionales y de salud.
¿Qué es la autofagia? Es un proceso celular propio de los organismos más complejos (los eucariotas) que consiste, grosso modo, en un complejo sistema de reciclaje. Cuando hay una serie de elementos en mal estado o un exceso de algún componente de la célula, este proceso es el encargado de desmontar todo lo que sobra o está mal y convertirlo en nuevo material útil para la célula. Es como reciclar esa silla rota, o el papel que gastamos cada día, y que puede servir para hacer nuevos muebles o papel reciclado, pero a nivel celular.
La autofagia es uno de los mecanismos celulares que se estudian en biología debido a su importancia. Más recientemente se ha comprobado la relación tan íntima que tiene con el envejecimiento. En términos generales, de nuevo, el tejido acumula restos celulares y estructuras disfuncionales a medida que pasa el tiempo. Cuando la autofagia comienza a fallar, esta acumulación se torna cada vez más complicada y perniciosa para la salud general del tejido.
Por otro lado, la autofagia es uno de los puntos vitales de la homeostasis, el juego de reglas fisiológicas que evitan que muramos, básicamente. Este proceso participa de forma fundamental en el crecimiento celular. En definitiva, es algo esencial en el metabolismo de nuestras células y está íntimamente relacionado con numerosas enfermedades. Entonces, ¿podemos utilizarlo en nuestro beneficio?
Los supuestos beneficios para la salud
Como todos los procesos biológicos, la autofagia es muy compleja. Se produce de forma natural en circunstancias finamente reguladas (normalmente). ¿Podemos sacarle provecho a este conocimiento? Muchos investigadores afirman que la relación entre la autofagia y las enfermedades asociadas al envejecimiento es enorme. De hecho, existen numerosas publicaciones que así lo muestran. A partir de estas premisas, se puede deducir que, entonces, si aumentamos la autofagia reduciremos los efectos negativos de las enfermedades de la vejez.
Los principales beneficios asociados a la autofagia son la neuroprotección (mejor mantenimiento de nuestro sistema nervioso); la prevención contra ciertos problemas metabólicos relacionados con las grasas y las proteínas; y, por supuesto, el envejecimiento, que es donde brilla más su papel. Esto tiene aún más interés en la medida en la que existen, como hemos dicho, tratamientos farmacológicos y estilos de vida que son capaces de intensificar la autofagia. Con esta línea de argumentación, es fácil llegar a la conclusión: entonces, si incentivamos la autofagia, mejoraremos la salud de las personas, ¿verdad?
En realidad, esto no está tan claro. En una una publicación de 2019 de la prestigiosa Nature, dos investigadores de la Sorbona, Francia, ponían de manifiesto una duda más que legítima: ¿qué viene primero, el problema celular o la enfermedad? No es una pregunta baladí: la falta de salud tiene como efecto directo la aparición de un montón de desechos celulares. ¿Podemos suponer que eliminándolos mejorará nuestra salud? En el mismo estudio ya se contesta a esta pregunta: no lo sabemos.
Para estos investigadores, la simulación de la autofagia tiene un impacto positivo. ¿A qué nivel? Tampoco podemos determinarlo. ¿Funciona en la vida real? Pues es otra cuestión que todavía está sin aclarar. Por ejemplo, sí sabemos que alterar la autofagia con la mutación de un gen funciona con ratones. Pero del modelo murino (roedores) al humano hay un trecho bastante grande. Eso por no hablar de que estamos comparando un modelo genético con posibilidad de usar un fármaco para regular este proceso metabólico en nuestro beneficio.
La biología nunca ha sido sencilla, como ya hemos dicho, y de un resultado de laboratorio a un resultado clínico hay un camino lleno de pasos en falso y fracasos escondidos. Aun así, decenas de empresas y laboratorios se han lanzado a la carrera de encontrar fármacos contra el envejecimiento que controlen la autofagia. ¿Queremos decir con esto que es una moda pasajera, una estafa más? No, tampoco es eso.
El ayuno, un patrón beneficioso muy relacionado con la autofagia
Existe una relación muy interesante sobre la que sí podemos andar con más seguridad. Hablamos del ayuno, claro. Este patrón nutricional activa la autofagia en diversos tejidos y situaciones. Según la literatura científica, y a pesar de que falta asentar algunos aspectos de la mecánica, el estrés producido por el ayuno y la restricción calórica induce a la autofagia. Este mecanismo pudiera ser el que esté detrás de otro hecho conocido: el ayuno es beneficioso para la salud.
La restricción calórica temporal ayuda a reducir los factores de riesgo de varias enfermedades como el síndrome metabólico, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. También se han encontrado beneficios contra las enfermedades neurodegenerativas. Reducir el tiempo de ingesta, y espaciar entre comidas, ayuda a reducir la grasa corporal y a aumentar la cantidad de masa magra (el músculo) o a mejorar la neuroplasticidad. Podríamos seguir así un buen rato, pero la conclusión sería la misma: hay muchos indicios, pruebas y hasta consenso avalado por la evidencia científica de que ayunar es bueno para la salud.
La cuestión es que todavía no sabemos con total seguridad qué papel juega la autofagia en todo esto. Probablemente sea parte del resultado positivo del que hablamos. Puede que sea una causa directa o puede, incluso, que no tenga absolutamente nada que ver. En cualquiera de los casos, todavía no se conocen los mecanismos exactos. Esto nos lleva a apuntalar lo que decíamos antes: tampoco sabemos cómo puede afectar clínicamente, el ayunar a nivel de autofagia.
Esto tiene un sentido muy claro: nuestro cuerpo es una máquina que se regula con una exactitud increíble. Su capacidad de respuesta está por encima de cualquier ingenio que podamos inventar. Esto tiene también un precio, y es que es muy difícil variar algunos de sus aspectos más intrínsecos. La autofagia y sus consecuencias se cuentan entre dichos aspectos, al igual que el metabolismo y otras cuestiones fisiológicas. En conclusión, tenemos claro que es un proceso esencial en el envejecimiento, y cada vez estamos más cerca de entender cómo podemos usar dicho conocimiento en nuestro beneficio, pero todavía queda mucho camino que recorrer.
Imagen | Matteo Viscotto
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