Hay muchas cosas que no sabemos sobre el coronavirus. Sin embargo, durante estos meses, los mejores epidemiólogos, virólogos y biotecnólogos han dedicado enormes recursos a entender cómo funciona, cómo se comporta y cómo frenarlo. Y, por muy pesimista que sea la posición que tomamos, hay que reconocer que tenemos un puñado de certezas sólidas. Por eso, una de las preguntas más duras de la crisis es ¿Por qué en tantas ocasiones actuamos como si no las tuviéramos?
Sobre todo, cuando son cosas que tienen implicaciones prácticas fundamentales: la más evidente es el hecho de que no todos los infectados por el SARS-CoV-2 contagian al mismo número de personas. Es más, que en torno al 20% de los casos son los que han causado hasta el 80% de las nuevas infecciones mientras que más de la mitad de los infectados no llega a causar ningún otro. ¿Por qué estamos haciendo tests como si no lo supiéramos?
20/80
La idea de los supercontagios lleva encima de la mesa meses. Aunque habláramos a menudo del R0 del virus, la realidad es que el número reproductivo básico es una media, una medida de distribución central. Nos sirve para saber cuántos contagios se están dando por cada contagio, pero no nos dicen nada de la distribución de esos casos. Es decir, si no tenemos una visión de conjunto puede llegar a invisibilizar esa regla del 20/80.
Pero es algo sobre lo que tenemos mucha evidencia. En Hong Kong, por ejemplo, se descubrió que el 19% de los casos eran responsables del 80% de los casos. Por otro lado, el mismo análisis concluía que el 69 por ciento de los casos no infectaron a ninguna otra persona. De hecho, esta idea es especialmente interesante para comprender por qué en algunos sitios el coronavirus causó estragos, mientras amplias zonas con las mismas características sociales, climáticas y económicas no se veían demasiado afectadas.
El caso neozelandés es paradigmático. Los investigadores fueron capaces de identificar hasta 277 rutas por las que el virus entró en el país. Sin embargo, solo el 19% de ellas causaron casos adicionales que, posteriormente, desencadenaron la epidemia allí. Lo miremos donde lo miremos, el 20/80 siempre aparece.
¿Qué consecuencias tiene?
Zeynep Tufekci lo explica muy bien en The Atlantic: tiene consecuencias prácticas en todo el proceso. Pero sobre todo en la forma en la que rastreamos los nuevos casos porque en un escenario en el que unos pocos casos 'contagian' a la mayoría, lo relevante no es solo testar a los contactos de cada caso, sino encontrar dónde y quién los contagió.
Esa es la forma clave para frenar la difusión de casos de forma efectiva sin tener que bloquear el sistema. Japón, que es el caso paradigmático de esa otra forma de rastrear casos, lleva desde casi el principio centrando sus recursos y políticas en identificar los eventos de supercontagio, rastrear a los posibles contagios y cortando así las vías prioritarias de difusión. Los resultados son insistentemente buenos.
¿Por qué no lo hacemos? Es una gran pregunta. Más allá de las dificultades que están teniendo las administraciones para hacer los rastreos, lo cierto es que este es un debate muy desaparecido de la conversación pública. Y, mientras tanto, la mayor parte de eventos de supercontagio siguen haciendo ver sus efectos por debajo del radar.
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