Cuando hablamos del gaming en PC solemos gravitar siempre alrededor de los componentes internos de una torre. A saber: tarjetas gráficas, unidades de almacenamiento, procesadores… Lo que vienen siendo las tripas y el corazón que hacen funcionar ese fascinante organismo metálico que es el PC.
Hacemos bien en fijar nuestra atención en esas piezas; al fin y al cabo constituyen el soporte primario del ordenador. Pero por sí mismas tendrían la misma utilidad que un coche sin volante. La torre, si obviamos la existencia de extraños experimentos; ratón, teclado, altavoces, y por supuesto el monitor.
Algunos gamers cometen el grave error de menospreciar la importancia del monitor en la ecuación del PC gaming. “Con que se vea bien me vale”, espetan para justificar la compra de una pantalla genérica en el mercadillo del finde. Vacían sus carteras para hacerse con tarjetas gráficas de primera línea para luego dinamitarlas con un monitor de cuestionable calidad.
No amigo, no todas las pantallas son iguales.
Framerate y refrescos
La primera lección del gamer serio es la que compete al framerate. Es decir, la tasa de fotogramas por segundo. O lo que es lo mismo, lo fluido que se mueve el juego. O como decíamos en la adolescencia, “lo rápido que va”.
Un elemento de vital importancia que lamentablemente se ha visto denostado en los últimos años gracias al auge de las consolas y el mercado de los AAA, que con frecuencia prima la fidelidad gráfica frente a los frames. Porque siempre es más fácil vender un juego bonito al público general que uno fluido.
Y mientras que los 30 FPS pueden ser aceptables para juegos a los que hoy se conoce como “cinemáticos” –esos en los que te pasas más rato caminando lentamente y viendo vídeos que jugando–, los que compiten diariamente en títulos multijugador sabrán que cualquier cosa que se mueva por debajo de los 60 FPS es prácticamente injugable.
Mientras mayor sea la cifra que cuenta los Frames Por Segundo, mayor es también la fluidez del gameplay. Eso a su vez se traduce en una capacidad de respuesta más veloz para las acciones del jugador, lo cual nos ofrece una ventaja indiscutible en comparación con los atropellados 30 FPS.
Pero a pesar de que la gran mayoría de usuarios tenga de sobra con ellos, hay vida más allá de los 60 FPS.
144, punto de no retorno
El siguiente salto lógico llega con los 144 FPS.
Muchos os dirán que eso es un overkill, que no hace falta ir tan lejos, que el ojo humano no es capaz de percibir más de 60 frames… Vosotros preguntadle a un jugador profesional de Counter-Strike: Global Offensive, a ver qué os cuenta.
Tras probar los 144, dicen los que lo prueban, ya no hay vuelta atrás. No en vano estamos hablando del doble de frames que los ya más que aceptables 60 FPS.
Para alcanzar la mágica cifra de los 144 FPS hacen falta dos cosas: un ordenador potente que pueda general tal cantidad de frames y un monitor con 144 Hz de tasa de refresco.
Por eso es tan importante el papel del monitor a la hora de montar una buena setup para gaming. No importa si tenemos un pepino de tarjeta gráfica y cuarenta gigas de RAM, si el monitor no va más allá de los 60 Hz nos va a boicotear cualquier tasa de frames superior a esta. Cuello de botella –o bottleneck– lo llaman.
Afortunadamente el mercado de los monitores está en mejor forma que nunca y cuenta con abundantes alternativas en lo que a pantallas 144 Hz se refiere.
Adiós al input lag
Es el caso de los paneles OPTIX de MSI, la reputada fabricante de PCs, componentes y periféricos especializados en el gaming. Como estos otros productos, los monitores de esta prometedora gama están diseñados con el gamer en mente, hecho que evidencian los espectaculares diseños que enfundan las pantallas.
Los varios monitores que componen la serie OPTIX nacieron con el firme objetivo de ofrecer una velocidad de respuesta inmediata al jugador. Para ello confían en los citados 144 Hz de refresco, a los que apoyan con un tiempo de respuesta de 1 milisegundo. Vamos, que haces clic y el juego responde al instante. Literalmente.
La resolución máxima del monitor es de 1440p, porque aunque demos prioridad a los FPS, a todos nos gusta que los juegos se vean nítidos y que no dé la impresión de que hemos untado vaselina por toda la pantalla.
Todo ello sin descuidar el aspecto del monitor, por supuesto.
Inmersión absoluta
Este aspecto está también más que cubierto por los OPTIX. MSI apuesta por un diseño minimalista en el que prácticamente no se aprecian los marcos, para que nada arrebate protagonismo a la magnífica pantalla curva VA LED de hasta 32’’. Con una curvatura de 1800R y un ángulo de visión de 178 grados, estos monitores garantizan la experiencia más inmersiva de juego, dejando en evidencia la solución arcaica de los 3 monitores colocados uno al lado del otro. Y además se puede girar, inclinar y elevar al gusto.
Con todo, los gamers ya no nos conformamos con unas especificaciones potentes. Ahora exigimos que el hardware sea personalizable también a nivel de software. En este apartado, los de MSI son insuperables.
Y es que los monitores OPTIX vienen de serie con la app Gaming OSD, exclusiva de MSI.
Con ella podremos, gracias a sus cientos de opciones, hacer cosas tan interesantes como añadir motion blur, cambiar la tasa de refresco, activar el FreeSync y hasta pedirle al monitor que nos ayude a apuntar con su particular aim assist incorporado.
Ya sabéis pues. A pensárselo dos veces antes de aprovechar el monitor viejo del almacén de tu tío.
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