Más de 75 personas han muerto, un centenar de desaparecidos y 82.000 desplazados en un estado cuya capital, Porto Alegre, se encuentra prácticamente aislada por el agua. El temporal de lluvias que ha sacudido el Rio Grande do Sul no solo es histórico, es uno de los mayores desastres climáticos que se recuerdan.
Y precisamente eso es lo que convierte algo que podría parecer una desgracia local en un aviso para todo el continente.
¿Qué está pasando en Brasil? Algo que ha pasado muchas veces, pero a una escala completamente nueva. Como explicaba en AFP el climatólogo brasileño Francisco Eliseu Aquino, "dada la geografía de América del Sur" con el continente haciéndose cada vez más estrecho" la zona de Brasil que está sufriendo las inundaciones "siempre ha sido un punto de encuentro entre masas de aire tropicales y polares".
Y, aún así, estamos ante "el peor desastre climático de su historia", según el que es jefe del departamento de Geografía de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul.
¿Cómo es posible? Primero, porque esas interacciones entre masas tropicales y polares llevan años haciéndose más intensas y, segundo, por El Niño. Un El Niño que está en retirada, sí; pero como señalaba la Organización Meteorológica Mundial, "sus efectos persisten". Vaya que si persisten.
En el plano de los mecanismos atmosféricos, la explicación de estas inundaciones bastante sencilla. Un anticiclón de bloqueo provocó una ola de calor que facilitó la transferencia de humedad desde el Amazonas hacia el sur del país: lo único que faltaba para el desastres es que, como ha ocurrido, la masa de aire cargada de agua fuera canalizada hacia el sur y rompiera en Rio Grande do Sul.
Fácil, pero desconcertante. Porque, como dice Aquino, aunque el mecanismo es conocido, su intensidad no. En los últimos años, la sucesión de eventos extremos está siendo la nueva normalidad de la región y el estado no está preparado.
Va a más y no estamos preparados. Ni siquiera hablamos de transición ecológica, reducción de emisiones o políticas más agresivas contra el cambio climático. Que podríamos. Hablamos de "proteger mejor las orillas de los ríos y gestionar mejor la planificación urbana para que nuestras ciudades sean más resilientes". Algo en lo que el mundo sigue fallando recurrentemente.
Es algo que hemos visto durante los últimos meses en México... El Valle de México lleva años con su propio "cóctel desastroso": el aumento de temperaturas, la escasez de lluvias ("un déficit de precipitación en casi todo el país del 41,4%") y, como señala Mirton Merlo, una muy deficiente planificación que ha dejado que el subsuelo de la Ciudad se hunda por la falta de agua, pero ha sido incapaz de articular sistemas que aseguren su suministro en casos de sequía.
...y en el Cono Sur y en el América el Norte. Es decir, la ola de calor más extrema de 2023 probablemente se vivió en Argentina y Chile en pleno invierno y, más allá de los terribles incendios del año pasado, Canadá lleva años destrozando todos los récords de eventos extremos del país. Da igual donde miremos, el cambio climático (y El Niño durante estos meses) están dejando cicatrices profundas por todo el continente.
Contrasta ver la contundencia con la que todos los países se empezaron a preparar frente a El Niño, con la relativa suavidad con la que se están preparando para el cambio climático y sus consecuencias. Y es normal. Cuando hablamos de que entramos en un "terreno desconocido" no es retorica: nadie está completamente seguro de qué pasará en los próximos años y eso facilita la inacción.
El problema es que esa inacción, como vemos en Rio Grande do Sul, puede acabar saliendo cara.
Imagen | Lula Oficial
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