Tiempos difíciles los que vivimos en temas como el de la seguridad y la privacidad. Ambos aspectos que envuelven a la tecnología que usamos a diario se han visto comprometidos tras los diversos escándalos descubiertos en los programas de monitorización masiva de la NSA.
El cifrado de mensajes ha sido hasta ahora una de las técnicas más populares a la hora de proteger parte de nuestras comunicaciones, pero ni esos mecanismos son perfectos, y a menudo el atacante solo necesita saber que se ha enviado el mensaje para tratar de capturarlo y descifrarlo. Pero, ¿y si ni siquiera supiera que se ha enviado un mensaje?
Es en ese área donde la esteganografía -una vieja conocida- puede aportar soluciones. El trabajo de Boulat Bash en la Universidad de Massachusetts va dirigido a ello, y según él y su equipo, su desarrollo "proporciona comunicaciones cubiertas demostradas matemáticamente sobre un canal físico".
Este grupo de expertos han creado una prueba de concepto que se basa en la modulación por posición de pulso. En este esquema cada segundo se divide en bandas de tiempo, cada una de las cuales corresponde a un símbolo. El usuario A le envía el mensaje al usuario B transmitiendo pulsos durante las bandas que corresponden a los símbolos necesarios, y el usuario B los consulta en el orden en el que los recibe.
Ese canal de comunicación en el que se envía el mensaje cifrado (no el texto plano) es especialmente curioso: los mensajes se envían a través de fotones, y el entorno que nos rodea hace que estas señales lleguen con ruido que, precisamente "camufla" esas señales. Bash y su equipo ha demostrado matemáticamente que el mensaje se puede camuflar con una probabilidad arbitraria de detección -mientras que el ruido se mantenga en ciertos límites-.
Las pruebas con mensajes enviados a través de fibra óptica demuestran que este sistema funciona y que el objetivo "es alcanzable en la práctica", lo que podría situar a esta solución como una de las alternativas de futuro a la hora de proteger las comunicaciones de usuarios y, cómo no, de gobiernos o empresas.
Vía | MIT Technology Review
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