A Jesse Lyu, fundador de Rabbit Inc. y creador del Rabbit R1, le gustan mucho los Lamborghini y los sintetizadores antiguos. Esto último lo llevó a conocer a Jesper Kouthoofd, fundador de la empresa sueca de hardware de audio Teenage Engineering.
Esa empresa ya ha sido protagonista de algún que otro tema en Xataka, y una vez uno ve sus productos entiende mejor por qué el singular Rabbit R1 tiene ese diseño. Kouthoofd colaboró en el desarrollo del producto, y eso ha acabado ayudando a que este singular dispositivo tenga un aspecto y manejo diferencial.
Precisamente es lo que Lyu buscaba. En una entrevista con Fast Company, este emprendedor —que en 2017 vendió su anterior empresa a Baidu en 2017— dejaba claro que lanzar un móvil le parecía una garantía de fracaso. Pronto se dio cuenta que el R1 "debería ser exactamente no como un móvil".
Eso provocó que para empezar, Lyu le comprase a cada miembro de su equipo un Tamagotchi para que entendieran su visión. No quería un producto distópico, sino uno divertido. Poco antes se había comprado un equipo de radioaficionado, y de ahí le llegó otra idea importante para su futuro dispositivo: debía tener un botón para hablar, como su radio o como los walkie-talkies.
Para él estaba claro. "Quiero un control del que fiarme. Quiero respuesta analógica". Esa es una de las razones de ese toque retro en el diseño del Rabbit R1, un producto que ya ha generado una expectación singular —ya han vendido 50.000 unidades— y que se ha convertido en el primer gran éxito —veremos si en el único— del segmento del hardware para dispositivos IA.
Lyu también destacaba en esa entrevista cómo "el principio fundamental es que no estamos intentando sustituir a tu teléfono". Sabe que eso obliga a tener dos cacharros en el bolsillo —el Rabbit R1 y el móvil— pero no parece preocupado. La pregunta obvia es: ¿por qué no hacer una app en lugar de un dispositivo hardware?
Para Lyu, eso permitiría que Apple pudiera ver su código, lo que supondría compartir la propiedad intelectual de su compañía. Además señalaba que desarrollar y mantener aplicaciones para iOS y Android requiere una inversión continua si uno quiere que el resultado sea de calidad. No solo eso: la competencia en el mundo de las aplicaciones es brutal, y él quería diferenciarse.
Esa es la clave para él. El hardware, a pesar de su coste y de los retos que supone su desarrollo y puesta en el mercado, tiene sentido. Puede que añada redundancia para el usuario —de nuevo, dos dispositivos cuando podríamos tener todo en uno—, pero para él esa decisión permite defender su negocio. No solo diferenciarlo.
Ahora queda por ver si eso será suficiente. El Rabbit R1 cuesta 199 dólares, un precio que ciertamente es elevado para un producto limitado en opciones. Lyu lo sabe, pero también indica que el procesamiento no tiene lugar en el dispositivo, sino en la nube, y eso cuesta dinero.
Eso hace que con el margen de beneficio que logra de la venta de cada Rabbit R1, pueda sufragar lo que costará ese acceso a servicios de IA en la nube. Sus análisis internos, por ejemplo, muestran que los usuarios más intensivos del Rabbit plantean un gasto de unos 15 dólares al mes en los servicios de OpenAI, pero será Rabbit quien cubrirá esos gastos. "Tenemos un buen margen, al menos para la primera generación".
A partir de ahí, explica, la gente enseñará a los Rabbit a hacer cosas y crearán "rabbits en lugar de apps". En esencia serán apps, sí, pero creadas por y para esos Rabbit R1. La empresa está preparándose para, a partir de ese momento, ofrecer una tienda de rabbits (o de aplicaciones para el Rabbit R1 y sus teóricos sucesores) con la que tendrá ingresos por comisión, como hace Apple. "No estamos reinventando ningún modelo de negocio".
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