Después de tres años, un spin-off y unas cuantas series más de 'Star Wars' surgidas a su sombra que permiten establecer las necesarias comparaciones, ya es posible dar un veredicto definitivo sobre 'The Mandalorian', la producción que estableció el canon de lo que debían ser las producciones televisivas modernas basadas en la franquicia de Disney. El resultado no es necesariamente negativo, pero no está a la altura de las expectativas que generó su arranque.
Es cierto que esta tercera temporada ha destacado por cierto empuje a la hora de distanciarse de terrenos trillados: ha pasado a tener un personaje colectivo con el grueso de la población mandaloriana y ha narrado una historia de renacimiento de una sociedad, más que de redención de un individuo. Que algo de eso ha tenido también, pero paradójicamente el individuo redimido no ha sido Din Djarin, sino la inesperada coprotagonista de la serie, Bo-Katan Kryze.
Hemos recuperado la estructura de aventuras de Mando y Grogu, a menudo independientes en cada episodio, pero la ambición de contar una historia más compleja ha jugado en contra de este tercer año: por ejemplo, hemos visto un episodio íntegramente dedicado a un protagonista-sorpresa, en un giro que ni ya es tan revolucionario como cuando empezó a usarse en la televisión moderna, ni revestía demasiado interés más allá de sentar las bases para un giro posterior en forma de traición de uno de los coprotagonistas del episodio.
Sin embargo, este protagonista fugaz era tan poco interesante (los guionistas habrían hecho bien en ver los increíbles episodios-evento de 'Mythic Quest', auténticas lecciones narrativas en ese sentido) que ese episodio se ha convertido un poco en resumen de toda la temporada: 'The Mandalorian' lo intenta, pero la sombra de la magnífica primera temporada es tan larga que no puedo evitar arrastrarla como una losa.
Cualquier tiempo pasado fue mejor
Es cierto que la primera vez solo puede, por definición, suceder en una ocasión, pero es que se alinearon los astros: un personaje lateralmente mítico en la cosmogonía de Star Wars (a la sombra de Boba Fett, el mandaloriano que los devotos conocían de la trilogía original, pero precisamente por eso, con toda una historia por revelar); un descubrimiento en la figura de Baby Yoda tan brillante que parecía casual (como el carisma del villano encarnado por Werner Herzog); una estructura narrativa de monster-of-the-week funcional y resultona; y escenarios conocidos, casi gastados (Tatooine), pero revitalizados gracias al acento en las dinámicas de western y de fantasía de espada y brujería.
Y además era la primera serie de 'Star Wars', después de un regreso a los cines que, aunque perfectamente defendible, había dejado un amargo sabor de boca a los fans. Aquí había sentido de la maravilla, efectos prácticos, personajes magnéticos y aventura pulp, como en la trilogía original pero con una estructura serial adecuada a los nuevos tiempos. Y encima, Baby Yoda / Grogu era un surtidor de memes.
Sin embargo, es imposible replicar esas sensaciones en este tercer año: a la maquinaria se le ven las costuras, y aunque Grogu es adorable, no se puede confiar solo en sus ronroneos para generar la devoción del espectador hasta el fin de los tiempos. De acuerdo, hay un simpatiquísimo giro cosmético con él en los dos últimos capítulos, pero queda solo como un guiño memorable.
'The Mandalorian¡ no es, ni remotamente, una mala serie. De hecho, junto a 'Andor' (sin duda el mejor producto 'Star Wars' que ha salido de Disney+) supone una cita imprescindible para fans de la franquicia. Pero ha acabado cogiendo vicios que creíamos superados (la necesidad de consumir otras series para seguir el hilo, la gravedad impostada que siempre le ha sentado tan mal a la franquicia, personajes atractivos que luego quedan en nada) y el resultado es notable, pero a la vez justito. Tanto, que si no se anunciara un cuarto año, quizás sería lo mejor para dejar con buen sabor de boca al fan.
Cabecera: Disney
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