El punto de partida, la propia naturaleza quizás de la historia que sustenta 'La mujer del viajero en el tiempo' (cuyo primer capítulo de seis ha estrenado HBO Max esta semana) es, no digamos rancia, pero sí algo antigua. No he conseguido encontrar imágenes que encabecen este texto que no sean una pareja abrazándose apasionadamente o alguien mirando al infinito con gesto transpuesto. La novela de Audrey Niffenegger de 2003 y la película de Eric Bana y Rachel McAdams (que puedes ver en Movistar+) de 2009 son muy ligeras y fácilmente digeribles, pero de un romanticismo algo cargante.
El argumento, de hecho, ya hará dar un paso atrás a todo aquel que no quiera demasiados sentimientos en su ciencia-ficción: una joven lleva, desde que era niña, recibiendo visitas de un hombre con una extraña anomalía genética que le lleva a viajar en el tiempo sin poder evitarlo, lo que convierte la vida de ella en una eterna espera de alguien a quien está condenada a querer más allá de las reglas físicas más elementales. Por suerte, la serie (al menos en su primer episodio) va algo más allá de su planteamiento.
Gracias al guión de Steven Moffat, la cosa adquiere algo de brío. Los diálogos se revitalizan y la acción se dispara con viajes continuos, algo que ya estaba en una versión más domesticada en las dos encarnaciones previas de la historia, que reducían el viaje en el tiempo a una anécdota argumental. O más bien, una modernización excéntrica del tropo de la chica esperando que su amado vuelva de la guerra con los franceses, de cazar ballenas o de construir un rascacielos.
Moffat es fan del libro original, lo que permite respetar buena parte de su esencia: estamos aún ante una historia de un romanticismo tradicional acerca de una espera que podría decirse eterna, pero a la vez Moffat ha conseguido analizar y diseccionar qué es lo que hace funcionar a su punto de partida. De hecho, en su visión de 'Doctor Who', la que le dio la fama, ya hizo un curioso homenaje al libro original, en uno de los episodios más merecidamente populares de la encarnación moderna del personaje, 'La chica en la chimenea'.
El amor en varios tiempos
Pero... ¿si no te interesa lo que Moffat tiene que contarte sobre las cuitas sentimentales de alguien que literalmente no es capaz de anclarse en una sola época, hay algo que rascar en 'La mujer del viajero en el tiempo'? Pues lo cierto es que sí, y es gracias a ese extraño ritmo de imprevisibilidad, con un punto caótico, que dan los viajes en el tiempo del protagonista.
La no voluntariedad de esos saltos dan un aire curiosamente enloquecido a la serie, pero también muy sistemático, que Moffat subraya dando al espectador un dato contextual muy especial: la edad que los dos protagonistas tienen en cada escena. En este arranque de la serie es fácil dejarse llevar por el caos de las épocas y la absoluta ausencia de paradojas (el viajero se encuentra con distintas versiones de sí mismo, y los personajes hablan sin problemas de sus futuros y pasados comunes), pero funciona gracias a la fluidez de un guión que tiene su mejor baza en su aparente sencillez.
Todo ello se ve envuelto por unas interesantes interpretaciones de los dos protagonistas absolutos: Rose Leslie (Ygritte en 'Juego de tronos', de la que conserva su fortaleza y su retranca) y Theo James (este sí, alejándose de la unidimensionalidad de la saga 'Divergente'). Sus guiones están llenos de frases rimbombantes que en otros actores menos capaces habrían sonado a postalita, pero ellos le dan un curioso barniz irónico que les inyecta algo de genuina verosimilitud.
En resumen, una serie que merece que nos sobrepongamos a su aparente barniz de romanticismo y colores pastal. Pese a que hay elementos que hoy han quedado algo anticuados(la pasividad de ella como mera estatua que espera a su caballero andante, el no muy lógico ataque de celos que viven a mitad de capítulo), Moffat se esfuerza en actualizarlos dotando de algo más de vida e independencia a los personajes. Una visión distinta de los regresos a los futuros (y pasados).
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