“Gamer”, jugador de videojuegos o usuario de ocio interactivo: podemos llamarlo como queramos. Pero algo está claro: una vez llega la paternidad al hogar, las reglas del juego cambian. Para siempre. No decimos nada nuevo, aunque sí nos gustaría saber cómo lo afrontan distintos perfiles de jugadores.
Por su propia concepción, el videojuego no se disfruta como otras formas de consumo cultural. A no ser que devores de series y cine compulsivamente, los juegos de corte mayoritario requieren una primera toma de contacto, previo aprendizaje, tras la que vendrán un buen puñado de horas extra. ¿Cómo se concilia esto con la paternidad y el mercado laboral? ¿Se eligen otros géneros, piezas breves, arcades de picoteo?
Mientras tanto, el ecosistema lúdico se ha transformado de punta a punta. Todo el mundo juega, en cualquier parte. Los géneros han mutado, las claves demográficas han estallado en mil pedazos. Y los prejuicios han saltado por la ventana. Jugar, de hecho, nos ayuda como padres.
Vivir para contarlo
Llevo jugando desde siempre, desde que ‘Wild Gunman’ se clonaba con legitimidad. Hasta que fui padre, con apenas 18 años. Tras aquel malabar de trabajar de día y estudiar de noche, donde una tarea termina por canibalizar a la otra, volví a los videojuegos. A fondo, de hecho: guión, análisis, ensayo y juego febril. Así fue durante un tiempo; años púgiles. Hoy tengo una colección de videojuegos que supera las 2.000 piezas y cuatro maravillosos hijos. No afano por lucirlos, a ningunos. Pero claro, para mí son los mejores.
El peque (7 años) lucha por alcanzar el nivel 50 (máximo) en ‘Splatoon’, ese ‘Call of Duty’ de Nintendo que sólo enseña sus perversas cartas jugando online, compitiendo contra japoneses que nunca se dejarían pisar. Eva, mi hija mayor (12 años), está terminando ‘Gravity Rush’ en PS4 mientras avanza des-pa-ci-to con ‘Xenoblade Chronicles’ y mata las horas en ‘Animal Crossing: New Leaf’, construyendo un espacio idílico. Ah, sí y ‘Bayonetta’, pero no sé hasta qué punto debería dejarle masacrar ángeles.
En resumidas cuentas: me han sustituido. Yo comienzo los juegos, ellos los acaban. Actúo como timón en la sombra, sin ejercer censura más allá de lo que la coherencia me impone. Y mi tiempo de ocio se ha reducido a lo anecdótico. Hace un par de días, charlando por Slack, me recordaba a mí mismo que tengo una cartera de 33 juegos abiertos sobre los que danzo de manera simultánea. Abandonados a medio terminar tendré otros 100. Un drama, según a quién preguntes.
Cambios, dead pixels y maternidad
Es imposible olvidar esa primera sensación de descubrir sin aspirar a nada más después. Esa affaire donde no buscas encontrarte con otra cosa, no persigues referencias ni intelectualizas nada, sólo tocas botones, joysticks o teclas. Y a disfrutar. Sí, tal vez tendría que recoger mi habitación y estudiar, pero el juego era el núcleo de mi pequeño planeta. Ese amor sigue ahí, titilando. Aunque nunca volverá a ser igual.
¿Cómo se compatibiliza la paternidad para poder jugar? Pues «sacrificando horas de sueño», como apunta Ibra Chaer, KAM Comercial y padre de dos hijas adolescentes. Esta es una de las vías rápidas.
Jon, bombero de 37 años relata una situación idéntica: «entre semana, los días que no toca trabajar, con un poco de suerte juego por las mañanas después de llevar la niñas al colegio y hacer las tareas pendientes. Pero es por la noche, cuando todos duermen, el momento donde aprovecho siempre para jugar, bien sea online con amigos u offline. Solo necesito que me apetezca jugar a ese juego, nada más».
Bien, ¿qué hay de las madres? La maternidad es un trabajo a tiempo completo, y ya no digamos durante los primeros compases de la lactancia y primera infancia. En más casos de los que nos gustaría reconocer ellas son las verdaderas damnificadas. Aquí es donde entra en juego el rol —y contribución— de la pareja.
Meri “MeriLET” Gaig, programadora informática y tecno-madre, tiene una niña de apenas siete meses. «Esta fase tiene unas cualidades muy diferentes a tener un hijo que por ejemplo, ya habla y sabe jugar solo. Cuando una se mete en la aventura de ser madre, —generalmente— se es consciente de que muchas cosas del día a día van a cambiar. El de las aficiones es uno de los ámbitos que más se resiente y más se suele echar de menos».
Con un bebé hay que pasar más horas en casa, desde luego: «eso es algo bueno en el caso de los videojuegos, pero su nivel de dependencia es máximo. Eso deja a los padres unos huecos de tiempo muy limitados, los cuales se atesoran, y eso implica invertir el tiempo más eficazmente. Una ya no puede lanzarse a probar juegos de forma azarosa; la exigencia aumenta, y se suelen elegir los títulos “imprescindibles” del momento. La prensa del sector juega un papel muy importante. Y, sobre todo, que tu pareja comparta aficiones contigo facilita las cosas, jugando “a dobles” o reemplazando durante el día la música de fondo con algún canal de Twitch, y demás», sentencia MeriLET.
Hablamos ahora con Laura de la Cruz, Audiovisual Content Manager en ‘The Modern Kids and Family’.
Ella confiesa que lo ve complicado. «La verdad es que desde que nació la peque, jugar ha pasado a un segundo plano. Los primeros meses intenté aprovechar algún momento más tranquilo, mientras dormía, para jugar a ‘Broken Age’, pero lo dejé porque era imposible seguir la continuidad de una historia cortando cada 10 minutos. Al final me pasé al móvil, con juegos de puzles e ingenio como ‘Monument Valley’. Alguna vez hemos trasnochado mi marido y yo en alguna partida de ‘Starcraft’, como hacíamos antes de que naciera la peque, pero ella se despierta a la misma hora todos los días, así que ese tipo de “planazos locos” hay que programarlos con cautela».
Áurea Sanz propone un escenario distinto, ya con sus hijas bien mayores: «en mi caso la maternidad no es un problema, mis hijas son adultas. La primera vez que jugué a un videojuego fue ‘Day of the Tentacle’. Mi hija mayor tenía entonces 5 años y jugábamos juntas cuando ella volvía del colegio. Pero desde entonces abandoné los juegos y no volví a jugar hasta hace 5 o 6 años, habiendo un paréntesis de casi 20 de por medio. Ahora es como otras aficiones: no me obsesiona pero me parece muy divertido. En verano es cuando más horas le dedico».
Cada situación es un mundo. Pero si algo te gusta de verdad no vas a dejarlo así como así. El bendito verano es una de las claves. La mamá Pilar Hernández Toral reconoce que «es difícil. De hecho a veces paso semanas sin jugar. Me gusta hacerlo con tiempo: a mí jugar una hora no me luce. Juego sobre todo los fines de semana cuando están con su padre (estoy separada) y en épocas como el verano, cuando hay mas tiempo».
¿Y si eres un jugador pro, uno que no se perdía los devenires de la “industry” por nada del mundo? Alejandro Patiño, comercial veterano, coincide y se ha acostumbrado a «atesorar cada momento».
«Antes era muy de rituales. Antes de ponerme a jugar colocaba las almohadas en la manera óptima, adecuaba iluminación y temperatura, cerraba todas las puertas para evitar ruidos no deseados, me servía algo para beber ¡nunca para picar porque se manchan los mandos! Era casi como preparar un quirófano para operar. Todo tenía que estar perfecto, era mi momento zen: el videojuego y yo. Ahora me he tenido que acostumbrar a jugar mientras el pequeño grita y el mayor se queja porque también quiere jugar. Me he dado cuenta de que la mejor manera de atesorar el momento de jugar es precisamente jugando, cueste lo que cueste, sea como sea. Porque es la alternativa para un ritual que, he acabado comprendiendo, es tan innecesario como artificioso. Genial si puedes hacerlo. Pero si no, tampoco se acaba el mundo» —Alejandro Patiño.
Género y número: pocos pero bien avenidos
Mi última maratón completista data de la navidad de 2008, frente a ‘Fallout 3’. Desde entonces no he vuelto a coger el timón de un juego y entrar en su mundo calándome hasta los hombros, haciendo todas y cada una de las sidequest. Casualmente, desde 2008 hemos vivido la mayor producción en el género sandbox: ‘Skyrim’, el multimillonario ‘GTA V’, ‘ARK: Survival Evolved’, ‘The Witcher 3’ o incluso ‘Minecraft’. Juego, disfruto, observo, pero nunca profundizo más allá de donde sé que no voy a salir. Porque sé que terminaré claudicando.
Como estos, los ‘Assassin’s Creed’ o cualquier MMO: mis tiempos de raideo en ‘World of Warcraft’ ahora son una nota nostálgica. Las bodas en Ventormenta son como un viejo libro de literatura fantástica que devoré en los descansos del instituto: algo lejano y extraño. Y no soy el único. Ibra Chaer sólo juega «a cosas online y que sean rápidas de jugar sin complicaciones. El 90% lo dedico a shooters. No hay tiempo que perder». Aunque esto deja de lado completamente a un gran espectro de géneros y estilos de juego, claro.
Pilar sí tiene preferencia por algunos géneros, «de hecho, lo que te decía de jugar una hora no me sirve porque me gustan los JRPG densos y lentos en el avance. Aunque también me gustan los plataformas —Sonic hasta la muerte— y los de conducción y lucha para unas partidas rápidas. En general suelo jugar offline, soy de vieja escuela, aunque a veces alguna cosilla online».
En todo caso, no siempre existe una línea común, como decíamos, cada caso afronta su situación como mejor sabe. Hay quien desprecia las aventuras gráficas y quien las prefiere por encima de cualquier cosa. Y cuanto toca abordar juegos “no aptos”, la única opción válida es jugar cuando todos duermen. Elegí devorar ‘Firewatch’ del tirón, empezando a las once y media de la noche. En ‘Yakuza 0’ he llegado a ver amanecer un domingo.
Áurea, sin las prisas de tener peques en casa, prefiere el juego offline, «básicamente aventuras gráficas y novelas visuales, además de otros híbridos entre ambos y juegos tipo “walking simulator”. A veces juego a cosas más sencillas, desde el explorador, pero yo sola, como Mahjong, Solitario… para cuando tengo 10 minutos sin saber qué hacer. No tengo ningún problema con la longitud del juego si me interesa, y de hecho ¡prefiero que sean largos si me gustan! El más largo que he terminado fue ‘El Profesor Layton 5’, con 34h, similar a mis tiempos en otros juegos de la saga»
Algo con lo que coincide Laura: «he crecido jugando aventuras gráficas, shooters, arcade, lucha, RPG, simuladores de vuelo, carreras… no le hacía ascos a casi nada. Ahora con la maternidad apenas me queda tiempo para el móvil, el último bastión de los videojuegos. Uso juegos sencillos, cortos, que no me de rabia dejarlos a medias durante bastante tiempo o que me corten la historia, como ‘World of Goo’. Mi chico lleva unas semanas recuperando abandonware, la idea es revivir viejos tiempos y que algún día, cuando sea mayor y si le apetece, le podamos poner algunos títulos míticos como ‘Lemmings’, ‘Monkey Island’, ‘Carmen Sandiego’ o ‘Baldur’s Gate’».
No forzar las cosas, una fórmula que opera en ambos sentidos. Como Laura me cuenta, al fin y al cabo jugar forzado no tiene sentido: «pensándolo fríamente no es que no tenga tiempo, podría sacarlo, pero faltan ganas. Me paso el día delante del ordenador, y cuando llego a casa lo que realmente me apetece es estar con ella, salir al parque, jugar, contarle historias…».
Renunciar a la vena completista tampoco es fácil, si está en tu ADN como usuario. Aunque lleve más tiempo. Jon me asegura que no renuncia a casi nada: «offline casi siempre juego a un action RPG, RPG, sandbox… Una vez los empiezo no paro hasta terminarlos al 100%. Últimamente he completado los ‘Dark Souls’, ‘Bloodborne’, ‘Salt And Sanctuary’, ‘Nioh’ y ‘The Legend of Zelda: BOTW’. Si hablamos del juego online, se ha reducido a ‘Overwatch’».
Y ese “casi”, en el caso de Jon, son los juegos más pausados: «no selecciono el género, simplemente hay géneros que evito y no es por el tiempo que demandan, sino por el “tempo”, son demasiado lentos; concretamente los ‘walking simulators’ y las ‘aventuras gráficas’».
En conclusión, la vis caprichosa de probarlo todo y quedarse con lo favorito desaparece: «es verdad que me he vuelto mucho más selectivo; también he dejado de lado mi vena completista. Yo era el típico personajillo que se tiraba 255 horas con ‘Final Fantasy X’ y ahora el juego tiene que ser MUY TOP para sacarle el platino o exprimirlo al máximo. Mi última partida al 100% es la de ‘Valkyria Chronicles’. Incluso he aprendido a disfrutar de aquellos juegos en los que la diversión llega de manera directa. Antes jugaba prácticamente RPG’s en exclusiva, y ahora juego shooters relativamente a menudo», nos expone Alejandro.
¿Y cómo se estructura ese 100%?
Alejandro me explica que, «si mi sesión de juego va a ser de 45 minutos un mediodía cuando he dejado a los niños en el cole a las 15:00 (yo entro a las 16:30 y salgo de casa a las 16:00), no siempre puedo aspirar a juegos con checkpoints muy separados. Sigo metiéndome mis 150 horas a ‘Pillars of Eternity’, pero dilato mucho la experiencia porque juego los fines de semana de noche. Y luego entre semana, con menos tiempo, me veo obligado a tocar juegos más cortos y de diversión directa. Creo que ahora tengo más experiencia con otros tipos de juegos. Esa es la parte buena. Adaptarse o morir».
«Dedicar las siestas de un bebé para jugar es una constante “patata caliente”. Las interrupciones son repentinas y aleatorias, y requieren poder dejar el juego en cualquier momento. La posibilidad de pausar un juego se agradece, aunque merme la experiencia inmersiva en títulos como los RPGs», desvela MeriLET.
Y continúa, «simplemente hay que buscar los títulos adecuados, como ‘Hearthstone’ por ejemplo, en el que las partidas suelen durar entre 5 y 10 minutos, y que encima te permiten breves ausencias durante las partidas entre turno y turno. Eso sí, hay que dejar el factor competitivo de lado, y ser consciente de que muchas partidas quedarán a medias. Aunque por suerte, sin jorobar a nadie como podría pasar en juegos de equipo como los MOBAs».
Educando a través del juego
Tal vez algunos aprendimos por las bravas, perdiendo la paga en los salones recreativos y viendo jugar a los más avezados, pero hoy somos los propios padres, usuarios más o menos activos, quienes podemos monitorizar, aconsejar y tutelar a qué juegan nuestros pequeños.
Nintendo fue la puerta de entrada para millones de jugadores. Sus NES, SNES, GameBoy se han convertido en verdaderos símbolos del juego para cualquier edad. Sólo hay que volver a ‘Super Mario World’ o ‘Yoshi’s Island’: serán un amasijo de píxeles, pero pocas cosas más perfectas. Jon tiene claro que «si algún mis hijas quieren empezar a jugar las introduciré al mundillo con Nintendo, básicamente».
No hay una edad correcta, desde luego. Son ellos mismos quienes deben, si les apetece, mostrar interés. Y a partir de ahí, que seamos nosotros los responsables en guiarlos. A Laura «aunque es muy peque aún. Con mis sobrinos he jugado y juego, siempre conmigo, para explicarles y ayudarles si lo necesitan. Creo que los niños deben jugar siempre acompañados».
En esencia se trata de una constante transmisión de descubrimientos y conocimientos. «Mi hijo se ha criado viéndome jugar sagas como ‘Final Fantasy’ y ‘Pokémon’, y tenemos gustos muy parecidos. Pero nunca le he impuesto nada. Además, hay ciertas cosas que él juega y yo no y viceversa: le enseño cosas y él a mí también. Vamos juntos a salones manga y cosas así, y aprovechamos la suerte de compartir esto. Mi hija no muestra tanto interés pero ahora juega mucho a ‘Kingdom Hearts’, por sus personajes Disney», comenta Pilar.
Alejandro me reconoce que ha terminado siendo fan de juegos que nunca hubiese esperado «Nunca he querido empujarles a jugar, aunque sí que recuerdo que Héctor, frecuentemente, se acercaba a mí cuando lo hacía, con mucha curiosidad, y yo se la satisfacía. Empezó a jugar siendo muy pequeño, y le he comprado siempre los juegos que él me ha pedido, salvo alguna cutrez loca de estas que piden. ‘Splatoon’ entró en mi casa porque Héctor quiso ver un trailer un día que entramos a la eShop de Nintendo. Y ahora ambos somos fanáticos del juego. De hecho, siempre les canto para dormir la canción del ‘Splatoon’».
Respecto a su hijo pequeño, «él no ha prestado nunca tanta atención a los videojuegos, y es ahora cuando empieza un poquito, pero yo lo veo claro: lo hace más porque ve a su hermano que por otra cosa. Y lo respeto. Siempre que quiera jugar, echaremos un ratito, pero no voy a intentar incentivarle una afición por la que no muestra un interés innato. Solemos jugar juntos a cosas de 'Mario', aunque también a veces le damos a algún beat’em up arcade, plataformas, fighter… dieta omnívora».
MeriLET aún tendrá que esperar algunos años, pero es algo que no le preocupa en absoluto: «en casa de herrero, cuchara de palo. Es muy pronto aún, con una niña de seis meses, pero no me tiene obsesionada. No se lo inculcaremos a la fuerza, aunque es algo que formará parte de su día a día, y seguramente lo irá absorbiendo de forma natural. Dependerá de ella el querer abrazar una colección de títulos envidiable de cinco generaciones de consolas. ¡Yo me tuve que conformar con uno o a lo sumo dos cartuchos al año!»
Áurea Sanz tampoco marca las reglas: «intento jugar con sus hijas cuando ellas quieren, concretamente con la pequeña, que es la que me hizo recuperar el interés después de tantos años. Es mi hija la que me “reeduca” a mí y propone juegos que sabe que puedan gustarme. Y suele acertar. En juegos concretos donde, por mi torpeza para los mandos o las cámaras 3D, no consigo jugar sola, mi hija los juega conmigo (‘Heavy Rain’, ‘The Stanley Parable’, ‘Spec Ops: The Line’…). O los juega ella pero yo decido qué hacer cuando llega el momento de tomar decisiones. Para mí este tipo de juegos, vistos así, serían como ver una película pero siendo yo quien toma las decisiones».
Malabares con los horarios de trabajo, aprovechando cada minuto libre, dormir poco y jugar menos: no hay plan infalible. El núcleo duro de jugadores pocas veces abandonará su afición favorita, pero por el camino quedarán muchas joyas sin probar y muchas partidas sin terminar. Que las disfruten los pequeños, qué remedio. Se llama relevo generacional; a veces no queda más remedio que asumirlo. Y, si no, ya crecerán.
Imágenes | Pixabay, Heavy Rain (Sony Interactive Entertainment, 2010), God of War (SIE Santa Monica Studio / Sony Interactive Entertainment, 2016)
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