'Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones' es, como os contamos en nuestra crítica, una auténtica fiesta. Es lo más parecido a presenciar una desenfadada partida del juego de rol original, con una aventura que solo se preocupa de ser sorprendente, divertida y frenética. Además, se esfuerza por dejar claro que hay inmensas posibilidades en la construcción de un mundo futuro poblado por personajes de la franquicia. Para ello, emplea una buena sartenada de guiños, homenajes y referencias que los fans sabrán identificar.
Estos van desde lugares (ya solo el mapa del principio nos muestra toda la Costa de la Espada, con lugares como el Valle del Viento Helado, Baldur's Gate, Neverwinter y un largo etcétera) hasta criaturas como Themberchaud o conceptos que se mencionan de pasada, como los Nueve Infiernos de Baator. La película está rebosante de guiños, algunos muy fugaces, otros más importantes en el desarrollo.
Sin embargo, donde empiezan a amontonarse es en la parte final, donde nuestros héroes se encuentran con algunos de los peligros más populares del juego original. Entre ellos, una feroz pantera desplazadora, un cubo gelatinoso o el icónico mimeto, que reconocerán hasta los no jugadores habituales. Sin embargo, el guiño más jugoso y reconocible está en la presencia de otros personajes atrapados en este coliseo.
Se trata de los jóvenzuelos protagonistas de 'Dragones y mazmorras', la serie de animación coproducida por Marvel entre 1983 y 1986. De gran éxito en Estados Unidos, también impactó notablemente en países como España, donde se emitió desde 1985. En él, un grupo de amigos caían en un peligroso mundo de fantasía y con ayuda del Amo del Calabozo tenían que vencer al malvado Venger y encontrar la salida para volver a casa.
Aquí los encontramos en versiones grotescamente adultas, en lo que claramente es un chiste para que los niños de los ochenta tengan claro que no son ellos los únicos que han crecido: aquellos personajes siguen fatídicamente atrapados en el mundo de fantasía al que accedieron desde un parque de atracciones. Un malvado guiño que nos recuerda que no toda la nostalgia es bella. Y la arruga, menos todavía.
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