Los altavoces inteligentes molan bastante, así, en general. No solo sirven para escuchar música, sino que gracias a los asistentes que viven en su interior (espero que se entienda la metáfora) son capaces de hacer un buen puñado de cosas. Yo llevo mucho tiempo con uno de estos altavoces en mi habitación, donde tengo el PC para trabajar y jugar, las luces inteligentes y hasta la cama. Vamos, es mi centro de operaciones.
Al principio no era más que un ayudante que me decía el tiempo y me ponía música mientras recogía el cuarto, pero con el paso del tiempo he ido "modernizándolo" todo con, por ejemplo, seis bombillas inteligentes, tiras LED y demás. Y al principio fue complicado hacerse a él, a convivir con el altavoz y con Google Assistant, en mi caso, pero después de más de un año, lo cierto es que apostar por él fue una buena decisión.
Bendito altavoz
Estoy hablando de altavoz cuando realmente lo que yo tengo es una pantalla inteligente, pero a efectos prácticos estamos en las mismas. La diferencia principal es que una pantalla inteligente tiene pantalla (increíble, lo sé) y un altavoz no, pero funcionan igual. Hacen lo mismo. Yo lo tengo puesto en la entrada del cuarto, sobre una encimera, donde no molesta ni estorba lo más mínimo. Está ahí y solamente responde cuando lo necesito.
¿Cómo lo uso? Principalmente, lo uso para controlar las luces del cuarto. Esto fue lo más complicado de asumir, ya que a lo que todo estamos acostumbrados es a darle al interruptor. Si eso lo haces con unas bombillas inteligentes, la bombilla se apaga y deja de responder, así que hay que hacerse a dar la orden con la voz (o comprar un interruptor conectado, que es otra opción). En unos cuantos días me acostumbré a encender y apagar la luz de viva voz y bendita maravilla.
No solo porque es cómodo ir por el pasillo, darle la orden conforme te acercas y que llegues a la habitación con la luz encendida, sino porque es útil controlarlo todo de forma remota. Si creo que me he dejado las luces del salón encendidas al irme a la cama, le digo a Google que las apague y me quedo tranquilo. Es como quitarse un peso de encima. Tanto que estoy pensando en comprar un enchufe inteligente para el brasero, por eso de que se me pueda olvidar apagarlo y no tener que levantarme cuando ya estoy en la cama.
También es muy útil para planificar con tiempo los trayectos (preguntándole cuánto tardase en llegar a tal sitio) y para organizar el día. Yo soy muy despistado, motivo por el que el calendario es mi pastor, nada me falta. Lo tengo todo en el calendario, así que lo primero que hago al sentarme a trabajar es preguntarle al altavoz por mis eventos, y así me pone al día. La auténtica salud, y más si le sumas los recordatorios.
Más allá de los temas personales, el altavoz también ha resultado ser todo un apoyo durante el trabajo. Muchas veces, cuando escribimos sobre dispositivos que se presentan en China, India o Estados Unidos, los precios vienen en sus divisas nacionales, así que hay que hacer el cambio. El asistente es capaz de convertir divisas al cambio actual, así que le puedo preguntar cuántos son 1.000 yuanes en euros y me da el dato, de forma que puedo seguir escribiendo y no me tengo que parar a hacer yo la búsqueda. Que sí, que son unos segundos lo que se tarda en hacerlo, pero es una cuestión de comodidad.
No obstante, lo más potente son las rutinas. Puedes hacer virtualmente de todo con las rutinas. Un ejemplo sencillo es "OK Google, voy a leer". Si le dices eso a mi asistente, enciende la luz de la mesita de noche , apaga el resto de luces y pone sonidos de chimenea. Las posibilidades son virtualmente ilimitadas, sobre todo conforme añades más domótica a casa. Hay que dedicarle cierto tiempo a configurarlas, pero cuando las tienes hechas son una gozada.
Al final del día, el resultado es que hay muchos procesos que puedes delegar en el asistente. Tenerlo en mi habitación, donde trabajo, juego y paso gran parte de la jornada, me ha ayudado mucho a no estar tan pendiente de ciertas cosas, como el calendario o las citas. "Pero es que la privacidad...", sí, compro el argumento, pero si en alguna ocasión no os hace gracia que el asistente esté ahí, una buena configuración de privacidad o, a mayores, un tirón al cable de la corriente, lo soluciona. En lo que a mí respecta, benditos asistentes de voz y bendita domótica.
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