El aceite de oliva español ha esquivado una bala, pero Castellón es el mejor ejemplo de lo que puede pasar si se nos acaba la suerte

La provincia se ha convertido en un laboratorio involuntario de muchas dinámicas que nos afectarán en el futuro

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Si miramos los datos globales, hay motivos para ser optimistas. El aceite de oliva español encarrila sus últimos meses de crisis y las estimaciones más conservadoras dibujan una buena campaña 2024/2025. Es decir, tras encadenar dos campañas horrorosas, la meteorología nos ha dado un buen pase de lluvias y temperaturas. Hemos tenido suerte.

Pero podríamos no haberla tenido. Al fin y al cabo, Castellón no la ha tenido.

¿Qué está pasando en Castellón? En datos, la respuesta más directa es que la producción de aceitunas va a caer un 85% con respecto a la cosecha media de los últimos 20 años. Son los datos de la Unió Llauradora i Ramadera, pero las estimaciones de la Consellería de Agricultura van esa línea (caerá entre un 95-100% en zonas de secano y entre el 40-95% en zonas de regadío).

Eso, a nivel autonómico, se traduce en unas 35.500 toneladas. Son datos no solo peores que los de la temporada pasada, sino que están alejadísimos de la media (113.000 toneladas aproximadamente).

¿Por qué? Por la lluvia, claro. Hace unos días, contábamos que la Conferencia Hidrográfica del Júcar había sacrificado nueve toneladas de pescado en tres embalses de la provincia de Castellón para evitar una anoxia generalizada, el colapso de los ecosistemas fluviales y la contaminación de las ya exiguas reservas de agua de la provincia.

Y, aunque es cierto que las últimas DANAs han frenado la sangría de las reservas, durante meses y meses la sequía ha golpeado muy duro a gran parte de la provincia. De hecho, la situación está muy lejos de normalizarce (o, ni siquiera, mejorar). Esa, como hemos visto durante estos años, es la receta mágica del desastre en el mundo del aceite.

Cuando las cosas van mal. Por esto mismo, Castellón se ha convertido en un laboratorio involuntario de lo que la sequía puede hacer a una de las industrias más icónicas del país. La Unió Llauradora i Ramadera, por ejemplo, lleva denunciando varias semanas que la legislación vigente (sobre todo, las condiciones de la PAC europea) van a acabar por sacar de producción muchas hectáreas de olivar.

A eso hay que sumar el impacto en la industria auxiliar. Ahora mismo, y según ellas mismas reconocen, las almazaras valencianas empiezan a ver muy complicada la situación y no descartan tener que pasar otro año en blanco.

Aún está por ver la situación final; pero, de ser cierto, no es solo un problema productivo: es un problema enorme a nivel social y económico para la Valencia rural. Al fin y al cabo, como defienden desde la Unió, "el olivar, a pesar de sus limitaciones productivas, juega un papel fundamental en la preservación del medio ambiente y la estabilidad poblacional en las zonas rurales del interior".

Prepararnos para un futuro probable. El asunto central de todo esto es que, aunque España lleva 'sobreviviendo' a fuerza de golpes de suerte durante mucho tiempo, sabemos que las tendencias climáticas nos van a hacer mucho daño en el futuro.

Por eso la industria olivarera está pivotando hacia modelos basados en regadío y, por ello, empieza a plantearse la necesidad de mover la producción al norte (al resguardo de las altas temperaturas y con agua asegurada). Pero la trampa de toda esta transición sigue ahí: mientras la infraestructura actual siga produciendo, los incentivos para cambiar son pequeños (o los cambios son desproporcionadamente caros). 

Ese será el gran debate de la década y lo estamos ensayando en Castellón.

Imagen | Fran Villena

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