Los exabruptos que vocalizó Tom Bates en enero de 2003 cuando captó en vídeo un fenómeno nunca antes documentado no serían los más vulgares existentes en el habla inglesa, pero tampoco son fáciles de traducir. No era para menos, este australiano acababa de captar en video un tornado de fuego, el fenómeno también conocido como pirotornado.
No sería hasta casi 10 años después que los expertos empezaran a comprender las características del fenómeno captado por Bates, las condiciones necesarias para que se desaten o las que pudieran agravar sus efectos.
El nombre “científico” que entonces se asignó a estos tornados el el de eventos de piro-tornadogénesis, que hace referencia a la creación de un tornado a partir del fuego. Tornado de fuego, en cambio, es el término que describe lo que, literalmente, son.
Estos tornados aparecen por efecto de la interacción entre un incendio y las condiciones atmosféricas. Los incendios de cierta magnitud son capaces de crear las llamadas nubes flammagenitus, nubes causadas por el calor emanado por algunos incendios. Nubes como los llamados pirocumulonimbos, operan de manera semejante a los cumulonimbos convencionales en tanto en cuanto pueden desatar tormentas eléctricas capaces de empeorar los incendios.
También operan como una nube cuando desatan la aparición de un tornado de fuego. La aparición de un pirocumulonimbo no es suficiente en sí misma para la aparición de un tornado de fuego, pero sí necesaria.
Esto puede ayudar a distinguir los tornados de fuego de los remolinos de fuego, un fenómeno más habitual en el que el fuego forma una espiral, si bien en estos eventos la llama no termina de despegarse del fuego. Los tornados de fuego por su parte se originan en la nube, que genera una corriente espiral que, alcanzado el suelo, eleva las llamas del incendio como los tornados convencionales elevan objetos.
Los pirotornados están estrechamente vinculados a los incendios de sexta generación. Este tipo de incendios, los de mayor intensidad que se contemplan, tienen la característica de ser tan potentes que su energía térmica y las corrientes convectivas que generan son de tal magnitud que pueden alterar las condiciones atmosféricas de su entorno. Ya sea generando nubes o incluso tormentas y tornados.
En la península Ibérica no somos ajenos a este tipo de incendios. En 2017, el incendio de Pedrogão Grande, en Portugal, dejó tras de sí más de 60 muertes y 24.000 hectáreas calcinadas. En 2021, el incendio de Sierra Bermeja, también resultó fatal. El saldo de hectáreas que arrasó este incendio fue de 5.000.
Todas las predicciones consideran que el riesgo de este tipo de incendios, y con ello el riesgo de pirotornados irá a peor. El motivo, el cambio climático. La sequía sufrida en España este año (de la que aún nos estamos recuperando) ha sido un aviso de lo que puede conllevar el aumento de las temperaturas y un cambio en los patrones de precipitaciones: un mayor riesgo de incendio.
El calor y la baja humedad son el caldo de cultivo perfecto para la aparición de incendios. Si a esto le añadimos fenómenos socioeconómicos y demográficos como el abandono rural, la receta queda completa.
Por fortuna, la sequía no llegó a causar tantos incendios como llegó a temerse (haberlos los hubo, y graves). Sin embargo aún estamos a las puertas del verano. Un año del todo incierto visto lo ocurrido en su primera mitad y a las puertas de un evento de El Niño que podría poner a prueba nuestros termómetros.
Imagen | Australian Capital Territory, Tom Bates / Jan van Rooyen
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