Criamos truchas, lubinas, doradas y mejillones. Anguilas, bacalaos, esturiones e incluso ostras. También carpas y salmones, pero pulpos no. Los pulpos se han resistido con tentáculos y ventosas a la cría en cautiverio. Hasta ahora, lo más cerca que hemos estado ha sido capturar pulpos salvajes y mantenerlos en cajas unos meses hasta la cosecha. Los resultados no fueron excesivamente buenos.
Pero esa resistencia no iba a durar para siempre. En los últimos años, hemos avanzado mucho en este sentido y las primeras granjas experimentales españolas parecen que estarán a punto para 2023 y conforme se acercaban la posibilidad de que esas granjas se vuelvan una realidad, los científicos y activistas empezaron a pensar en todo lo que había detrás de ellas.
Cuando la Humanidad tiene hambre, ocho patas son pocas patas
Según los datos de los que disponemos, entre 1980 y 2014, la cantidad de pulpo extraído del océano se ha duplicado. De hecho, es probable que esas cifras infraestimen las toneladas totales. Y por eso, cultivar pulpos aparece como una alternativa que permita liberar algo de presión sobre las poblaciones silvestres. Es curioso porque, aunque a nivel general las poblaciones de estos animales están en pleno crecimiento, hay mucho ecosistema que están a punto de romperse por las costuras.
No es nada extraño. El pulpo se ha convertido en un manjar internacional y eso ha hecho que su precio se ha disparado. Por un lado, la llegada del pulpo a los mercados estadounidenses ha entrado en conflicto con una realidad innegable: su pesca es compleja y se concentra en países muy concretos, como Mauritania y Marruecos. La acuicultura, como con otros muchos pescados, podría ser la clave para resolver el problema.
No obstante, algunos expertos temen que por arreglar un problema, se generen otros. El ejemplo que se suele poner tiene que ver con la alimentación de las granjas y cómo conseguir hacerlas viables podría afectar a poblaciones de otros animales. Al fin y al cabo, los pulpos son carnívoros y, si nos fijamos en algunas de las dietas propuestas para estos centros, vemos que se basan en animales como la caballa o el cangrejo. La sobreexplotación vinculada a criaderos es un problema que no solo hemos visto para el salmón o la carpa, sino que se tiene muy en cuenta para definir las cuotas de pesca de la sardina.
Y, en todo caso, ¿es lo correcto?
Pero hay algo más. Los pulpos son muy listos. Mucho, para los estándares a los que estamos acostumbrados. Pueden resolver problemas complejos, tienen sueños con fase REM y poseen una maravillosa infraestructura neural que les da una inteligencia realmente sorprendente. Igual no son el animal más inteligente que nos comemos, pero sí son el animal más inteligente del que estamos a punto de cambiar radicalmente sus condiciones de vida.
Y eso, precisamente, es lo que temen muchos activistas y expertos: que la industrialización de la cria del pulpo resulte en unas condiciones de vida de baja calidad. Efectivamente, hay especies animales (como el cerdo) que también tienen unas habilidades cognitivas importantes y forman parte de la mayoría de dietas del mundo. La cuestión no es tanto armar un argumento antiespecista, sino reflexionar sobre las complejas derivadas de crear ahora, desde cero, una nueva industria animal. Algo que tendremos que hacer rápido si queremos tener un criterio formado antes de que sea una realidad.
Imagen | Zo Razafindramamba
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