El mismo día en que Angela Merkel anunció que no volvería a presentarse a la reelección como canciller de Alemania, algo empezó a moverse en los entresijos del mundo político-empresarial alemán. Muchos empresarios, políticos y activistas leyeron en ese anuncio la última oportunidad para retrasar el apagón nuclear que la misma Merkel había anunciado en 2011.
En las últimas semanas, a la vista de los resultados electorales, las presiones sobre el gobierno de gran coalición se han redoblado y pesos pesados de la industria y la economía alemana han iniciado una campaña pública (y privada) para aprovechar la creciente preocupación climática como un arma contra los defensores del fin de la energía nuclear.
Que Alemania es un gigante energético con los pies de carbón no es nada nuevo. Como tampoco lo es el hecho de que cerrar las centrales nucleares en estas circunstancias no es compatible con cumplir la agenda climática ambiciosa. Sin embargo, lo nuclear es un tema especialmente sensible en el país y el principal caballo de batalla de la oposición verde, una oposición que va camino de convertirse en uno de los grandes actores políticos del continente.
Del 'sueño verde' a la 'pesadilla de las emisiones'
"Si la protección del clima realmente nos importa, las plantas de energía nuclear necesitan funcionar durante más tiempo" [...] "Las prioridades están cambiadas: primero necesitamos salir del carbón y luego de la energía nuclear”. El que habla es nada menos que Herbert Diess, el director ejecutivo de Volkswagen. Es el último de una larga lista de personalidades que en los últimas semanas están apretando al Gobierno para introducir cambios en la política energética del país.
Actualmente, el 47% de la energía alemana es renovable, sí; pero aún hay un 30% que se produce con carbón. Y lo que es peor: sin la gran autovía energética que debía vertebrar el país (y que lleva años en vía muerta por problemas políticos y sobrecostos descomunales) es técnicamente imposible sustituir el 13% que hoy producen las nucleares por algo que no vierta enormes cantidades de carbono a la atmósfera.
Merkel lo sabe. La Energiewende ('Transición energética' en alemán) es el resultado más claro de la llegada de los verdes al Gobierno Federal de la mano de Gerhard Schröder y el partido socialdemócrata. En el año 2000, el Gobierno pasó las Erneuerbare-Energien-Gesetz, una serie de leyes que pretendían potenciar la generación de energía renovable. Ese mismo año, también se empezaron a sentar las bases de apagón nuclear que quedó aprobado con la reforma de la Atomgesetz, la ley atómica alemana, en 2002. Esta modificación daba conllevaba el cierre de la última central en 2022.
Durante esos años, la CDU se opuso (algo melodramáticamente) al apagón calificándolo de "destrucción de la propiedad nacional". De hecho, tanto democristianos como liberales se presentaron a las elecciones de 2009 defendiendo la nuclear como una “tecnología de transición”. A finales de 2010 modificó la ley de 2002 que ampliaba la vida útil de las centrales entre ocho y 14 años.
Sin embargo, solo unos meses después, el accidente de Fukushima impactó tan profundamente en la sociedad alemana que Merkel cambió de opinión y propuso adelantar el apagón nuclear. La medida fue apoyada por un 80% del parlamento y los únicos que se opusieron, los diputados de Die Linke, lo hicieron por considerar que el apagón debía hacerse antes.
El fantasma de los accidentes pasados
El problema, como era de esperar, no se queda ahí. La larga sombra de Chernóbil se deja notar aún hoy y la energía nuclear no solo es que sea un tema extremadamente impopular en Alemania (En 2015, el 81% de la población estaba a favor del apagón), sino que se trata de un elemento central del partido que ya ha superado a los socialdemócratas y empieza a plantear cara seriamente a la CDU de Merkel.
No es una exageración. Es cierto que el movimiento ecologista puede considerarse como una de las respuestas ideológicas a la crisis de la modernidad de los años 60s; como un movimiento posmoderno (en cuanto, no-alineado) y postmaterialista.
Sin embargo, mientas en Estados Unidos fueron los pesticidas, la agricultura industrial y la erosión del medio ambiente los temas sobre los que se organizó el movimiento ecologista; en Alemania, como en otros países europeos, ese catalizador fue la energía nuclear. Como explicaba Gene Frankland (Richardson, Rootes y Lambert, 1994), tras Chernóbil, los Grünen casi doblaron su presencia en todos los niveles del gobierno y el Green party inglés se convirtió en la tercera fuerza del país en las elecciones europeas de 1989.
Hoy por hoy, mientras la base electoral de los socialdemócratas se disuelve, los verdes han obtenido una victoria increíble en ciudades mayores de 100.000 habitantes sin necesidad de hacer concesiones en ese punto. "Estamos por un mundo sin energía nuclear", explicaban en el programa de las últimas europeas. "Queremos que los reactores peligrosos de Europa y todo el mundo se apaguen de inmediato".
Aunque algunos democristianos como Klaus-Peter Willsch están apostando públicamente por frenar el apagón nuclear ("Cualquier persona que esté a favor de la generación de energía baja en carbono y la seguridad garantizada del suministro de energía no puede evitar la energía nuclear", explicó en Bild), nadie en el gobierno parece interesado en cederles esa bandera a los verdes. El Partido Socialdemócrata el que menos.
Más allá de Alemania... Un problema europeo
El caso alemán es muy interesante porque muestra la dificultad de perseguir objetivos a largo plazo con dinámicas electorales tan volátiles como las de la Europa de nuestros días. Incluso en temas tan estratégicos como el cambio climático que ya trasciende las medidas estrictamente medioambientales para convertirse en un asunto geoestratégico.
No en vano, mientras algunos grupos avisan de que el ecologismo tiene visos de sustituir a la 'democracia del bienestar' como nuevo discurso ideológico del bloque europeo, precisamente en Alemania se empieza a discutir las limitaciones de las estructuras supranacionales para hacer frente a los retos que nos plantea el cambio climático.
En los próximos dos años este va a ser un debate central en una Unión Europea que debe decidir qué quiere ser en el nuevo escenario mundial. Y la resolución del problema alemán parece que va a tener un enorme peso en todo esto. El cambio climático es la demostración de que a veces el "futuro influye más en el presente que el pasado"; pero como hemos visto estos días con el retorno de Chernóbil al debate público, ni siquiera el futuro está exento de fantasmas.
Imagen: Julian Meehan/Flickr
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