El accidente del Challenger, 30 años de una tragedia que cambió la exploración espacial

El accidente del Challenger, 30 años de una tragedia que cambió la exploración espacial

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El accidente del Challenger, 30 años de una tragedia que cambió la exploración espacial

El 28 de enero de 1986, a las 11:38 de la mañana, hora local de Florida, el transbordador espacial Challenger explotaba en el aire, algo más de un minuto después de haber despegado desde la base de Cabo Cañaveral. El lanzamiento estaba retransmitiéndose en directo a todo el país porque era la primera misión de un nuevo programa, Teachers in Space (profesores en el espacio), que confiaba en atraer de nuevo la atención del público hacia el programa espacial tripulado.

Lo que esos espectadores acabaron viendo fue uno de los peores accidentes en la historia de la astronáutica, y el primero tan grave que sufría la NASA desde el incendio que acabó con las vidas de los tripulantes del Apolo I, el 27 de enero de 1967. La misión STS-51L, de hecho, terminó poniendo a la agencia en una situación muy delicada porque se la acusó de haber fomentado una cultura interna que no se preocupaba todo lo que debería por la seguridad de las misiones y, en última instancia de sus astronautas.

La misión del Challenger

La misión STS-51L era la 25ª del programa del programa del transbordador espacial, iniciado en 1981 con el objetivo de disponer de un vehículo reutilizable que permitiera reducir los costes del acceso al espacio. De las tres partes que formaban el sistema, dos de ellas (el orbitador y los motores de propulsión sólida) se reutilizaban para siguientes misiones, mientras la tercera (el tanque externo de combustible) se construía nuevo para cada una.

Despegue

El Challenger era el segundo de los shuttles que la NASA había construido para su programa STS, después del Columbia, pero su fiabilidad lo convirtió en el más utilizado por la agencia, incluso después de tener listos los transbordadores Discovery y Atlantis. Entre su primer vuelo, en 1983, y el accidente de 1986 había realizado nueve misiones, incluyendo el 85% de todas las del programa en 1983 y 1984. Esto pone de relieve uno de los problemas por los que los shuttles nunca lograron cumplir del todo su objetivo de abaratar los costes de ir al espacio: no volaban con la suficiente frecuencia para ello.

La NASA puso en marcha el programa STS con la esperanza de tener un sistema reutilizable que abaratara los costes de ir al espacio

Es algo que se vería con mayor claridad más adelante y que Manuel Montes, co-director de la web Noticias de la ciencia, explica señalando que "el desarrollo del sistema STS (la lanzadera espacial) se afrontó en los años 70 como una alternativa ideal para la reducción del coste del acceso al espacio, buena parte de lo cual se basaba en una cadencia rápida de lanzamientos. Pero la NASA ya empezaba a ser muy consciente en la época del Challenger que aquella máquina, la más compleja construida jamás hasta esa fecha, estaba lejos de poder cumplir esa promesa".

STS-51L iba a ser la segunda misión lanzada en 1986 (la primera, STS-61C, había volado al espacio el 12 de enero, dos semanas antes del lanzamiento del Challenger) y la primera de ese orbitador concreto en ese año. Su objetivo, además de poner en marcha el programa Teachers in Space, era realizar varios experimentos relacionados con el cometa Halley, que pasaría el 9 de febrero por el perihelio (el punto más cercano de su órbita alrededor del Sol), colocar un órbita un satélite de comunicaciones y llevar a cabo otras tareas científicas sobre dinámica de fluidos. Tendría que haber permanecido en órbita terrestre una semana, aproximadamente.

Profesores en el espacio

Mcauliffe

La misión del Challenger llegaba en un momento en el que la exploración espacial y, en concreto, el programa tripulado de la NASA había perdido el interés del público. Una vez que se había ganado la carrera lunar a la URSS con el Apolo XI y se habían pasado misiones emblemáticas de los 70 como las Viking a Marte o las Voyager, la sociedad estadounidense parecía haberse acostumbrado a las noticias sobre misiones espaciales y, por otro lado, éstas ya no tenían el mismo gancho para las televisiones, sobre todo.

Así que Ronald Reagan, que era por entonces el presidente de Estados Unidos, ideó una iniciativa que debía acercar de nuevo la exploración del espacio al gran público: el programa Teachers in Space. A través de él volaría en el transbordador el primer civil en la historia, que sería un profesor para darle un lado educativo y para buscar el interés de los más jóvenes. La idea era que, del mismo modo que el programa Apolo despertó las vocaciones científicas de muchos niños, Teachers in Space pudiera lograr algo similar.

Christa McAuliffe y Barbara Morgan fueron las dos elegidas para arrancar el programa Teachers in Space en 1985

Además, esa participación de ciudadanos de a pie, de gente corriente, entraba dentro del esfuerzo de la Administración Reagan por presentar a Estados Unidos como un gran país de héroes. "El futuro no pertenece a los débiles de corazón, sino a los valientes", afirmó el presidente en un discurso televisado a toda la nación la noche del accidente, y esa retórica estaba detrás de Teachers in Space. A él se presentaron 12.000 candidatos y fueron elegidas dos ganadoras: Christa McAuliffe, de 37 años, y profesora de ciencias sociales, y Barbara Morgan, su suplente, de 35, que enseñaba matemáticas.

El impacto de McAuliffe en el público fue inmediato. El periodista Pablo Jáuregui recordaba en El Mundo, en el 20º aniversario de la tragedia, que "desde hacía semanas, en todas las aulas estadounidenses, los alumnos habíamos sido bombardeados por nuestros profesores con lecciones y discursos sobre esta «heroína ejemplar de América»", y el lanzamiento de STS-51L, previsto para el 22 de enero, iba a ser retransmitido en directo para todo el país. La CNN tenía lista una programación especial para ese día y los colegios de todo Estados Unidos lo ofrecerían también a sus estudiantes.

McAuliffe había ayudado al interés de los medios con su personalidad optimista y entusiasta y con frases como "nosotros pensábamos que el futuro estaba lejos. El futuro es ahora mismo, y los jóvenes necesitan considerar que el programa espacial es una oportunidad para trabajar", que recogía El País el día después del accidente. Sin embargo, aquella emoción por la misión de McAuliffe también se vería puesta a prueba cuando el lanzamiento del Challenger empezó a retrasarse, primero por los retrasos que había sufrido a su vez la misión anterior, la STS-61C, y después, por problemas técnicos y meteorológicos.

El desastre del Challenger

Así, del día original del despegue, el 22 de enero, se pasó al 28 y se temía que esos retrasos impidieran cumplir el calendario de lanzamientos previstos para ese año. En 1985 había habido nueve despegues del transbordador y, en 1986, estos vehículos tenían que llevar al espacio la sonda Ulises de estudio del Sol, poner en órbita el telescopio espacial Hubble o llevar al espacio a un periodista que habría sido el segundo "ciudadano privado" en ir al espacio. Manuel Montes explica que:

La brutal presión para que, de todos modos, la agencia intentara enviar al espacio sus misiones lo más rápido posible, provocó en parte que diversos síntomas, señales, de que algo no iba del todo bien, no recibieran la atención necesaria. Con un año por delante lleno de vuelos programados y un sustancial retraso sobre el calendario ya acumulado, existía una enorme necesidad de poner en el espacio al Challenger, incluso ante condiciones meteorológicas tan difíciles y, según se vería después, peligrosas

Ante esta situación, y con el añadido de la gran exposición mediática que la misión STS-51L había recibido por la presencia de McAuliffe, el parte meteorológico para el día 28 de enero en Florida no se recibió con demasiada alegría. La tarde anterior, los ingenieros de Thiokol, que construían los motores de propulsión sólida (SRB) situados a ambos lados del orbitador, tuvieron una conferencia telefónica con la NASA para expresar su preocupación ante las bajas temperaturas previstas para el momento del despegue, de -1º C.

Hielo La mañana del despegue del Challenger, la torre de lanzamiento presentaba hielo ante una temperatura de -1º C.

Era un frío demasiado extremo para los anillos en forma de O que sellaban las diferentes etapas de los SRB. Los ingenieros no podían garantizar su elasticidad ni su resistencia a los rigores de presión y temperatura del lanzamiento ante esas condiciones climatológicas, pero la presión por no retrasar más la misión acabó imponiéndose y la NASA aprobó el lanzamiento del Challenger.

Lo que pasó después se pudo ver en las televisiones de todo el mundo. El transbordador despegó del Complejo de Lanzamiento 39B a las 11:38, hora local, y todo parecía ir bien. A los 73 segundos, sin embargo, se aprecia en las grabaciones cómo aparece un penacho de humo en uno de los SRB y, acto seguido, el Challenger explota.

Fuego

"Tenemos confirmación de la oficina de dinámica de vuelo de que el vehículo ha explotado". Esa afirmación de los controladores de la NASA terminaba de confirmar lo que los televidentes acababan de ver. En la cobertura de la CNN se aprecian las caras de estupor del personal del control de misión en Houston, que no es capaz de procesar lo que acaba de ocurrir, y las asépticas informaciones que se dan a los medios de que el Challenger ha sufrido un fallo catastrófico.

Las causas del accidente

Era la primera vez que la agencia espacial estadounidense sufría un accidente mortal en vuelo. El incendio del Apolo I se había producido durante unas pruebas previas, con la cápsula aún en la torre de lanzamiento, y los astronautas del Apolo XIII habían logrado regresar a casa sanos y salvos, pero el Challenger era una verdadera tragedia, y a muchos niveles. Empezó a verse hasta qué punto cuando una comisión independiente, nombrada por la Casa Blanca, se puso a investigar las causas del accidente.

Fragmento Fragmento de un ala del Challenger recuperada del mar.

La Comisión Rogers recibía su nombre de su director, William Rogers, que había sido fiscal general de Estados Unidos y Secretario de Estado con Richard Nixon, y entre sus miembros había algunos muy conocidos como los astronautas Neil Armstrong y Sally Ride (que había volado dos veces en el Challenger), el físico Richard Feynman y el piloto de pruebas Chuck Yeager. Feynman, por ejemplo, fue de los más críticos con la cultura de la seguridad, o la falta de ella, de la agencia, demostrando la pérdida de elasticidad de los anillos O ante las bajas temperaturas sumergiéndolos en un cubo de agua helada.

La Comisión entregó su informe a Reagan en junio de 1986, y sus conclusiones eran demoledoras:

"Fallos en comunicación... resultaron en la decisión de lanzar 51-L basada en información incompleta y, en ocasiones, errónea, un conflicto entre los datos de ingeniería y las decisiones de los responsables y una estructura directiva de la NASA que permitió que los problemas de seguridad internos de vuelo puentearan a los responsables principales del shuttle".

Anillo Srb

O lo que es lo mismo; la NASA había minimizado los riesgos y, a veces, hasta había mirado para otro lado para poder cumplir su calendario de lanzamientos. La resistencia de los anillos O a determinadas condiciones de presión y temperatura, por ejemplo, había presentado problemas ya en 1977, durante las fases iniciales del diseño de los transbordadores, pero nunca se había actuado seriamente para buscar una solución.

Durante la investigación de la Comisión Rogers se supo, también, que la cabina de la tripulación había salido despedida, intacta, en el momento de la explosión, pero que los astronautas habían fallecido poco después, muy probablemente por la pérdida de presión en ella. Los tripulantes, por ejemplo, no llevaban trajes presurizados (esos famosos trajes naranja que se harían obligatorios después).

Las consecuencias para la NASA

Astronautas De izquierda a derecha, Christa McAuliffe, Gregory Jarvis, Judith Resnik, Dick Scobee (comandante), Ronald McNair, Mike Smith (piloto) y Ellison Onizuka.

Las conclusiones de las investigaciones del accidente del Challenger, tanto por la Comisión Rogers como por un comité especial del Senado, obligaron a la NASA a detener el programa de los transbordadores durante casi tres años para poder implementar las medidas de seguridad recomendadas por ambas investigaciones. Manuel Montes explica algunas de las consecuencias que tuvo este parón:

"Alguna línea de fabricación, como la de los cohetes Delta, tuvo que ser reanudada para dar respuesta a la súbita demanda. Los militares cancelaron el uso del transbordador espacial desde California, después de grandes inversiones, y el cohete Ariane se hizo de pronto con buena parte del mercado comercial de lanzamiento de satélites. A partir de entonces, los transbordadores se usarían solo para misiones en las que la presencia humana estuviera justificada, para dar servicio al telescopio Hubble y, en el futuro, para construir la Estación Espacial Internacional. Y por supuesto, la investigación de lo sucedido implicó el descubrimiento de múltiples errores, también a nivel de gestión, que hubo que corregir y que implicó la caída de múltiples cargos de la agencia".

Los SRB se rediseñaron para corregir ese fallo en sus anillos O de sellado, se fomentó en la NASA una cultura empresarial que pusiera la seguridad por encima de las necesidades de cumplimiento de los calendarios y, entre otras cosas, se instauró la obligación de que los astronautas llevaran trajes presurizados tanto durante el aterrizaje como en la reentrada en la atmósfera y el aterrizaje.

No obstante, la exploración espacial es una actividad de riesgo. En 2003, 27 años después del accidente del Challenger, la NASA volvería a perder un transbordador. En ese caso fue el Columbia, en la misión STS-107, que se desintegró durante su reentrada en la atmósfera por culpa de un desperfecto en su protección térmica, causado por el impacto de un fragmento de la espuma que recubría el tanque externo de combustible desprendido durante el lanzamiento. También entonces se paró el programa durante más de dos años, la NASA también recibió una dura advertencia ante la relajación de su cultura de la seguridad, y también fue el transbordador Discovery el encargado de retomar su actividad.

El legado

En los vídeos promocionales previos a su estreno, la película 'Marte (The Martian)' presentaba a la tripulación con la que Mark Watney, su protagonista, iba al planeta rojo, y cada uno de los astronautas se presentaba a cámara. Cuando le llega el turno a la comandante de la misión Ares, ésta afirma que la razón por la que está ahí son tres mujeres: Laurel Clark, especialista de misión fallecida en el accidente del Columbia, en 2003; Eileen Collins, la primera mujer en ser piloto y, después, comandante del transbordador espacial, y Christa McAuliffe.

Es sólo una muestra del legado que todavía tiene el Challenger en la cultura popular estadounidense. Si, en el aspecto de la exploración espacial, fue un toque de atención ante las excesivas prioridades por cumplir los calendarios previstos y la relajación ante las medidas de seguridad más básicas, también quedó en evidencia la estrategia de comunicación de la NASA, incapaz de dar una respuesta a las preguntas de los periodistas (que se habían dado cuenta enseguida de que algo terrible había pasado durante el lanzamiento).

June Scobee Rodgers, la viuda de Dick Scobee, comandante de la misión, aseguraba a la CBS que, conforme se acercaba la fecha del 30º aniversario, "todavía hay gente que me cuenta que pueden decirme exactamente dónde estaban y qué estaban haciendo, si eran lo suficientemente mayores, durante el accidente. Y me parece increíble. Quieren compartir su historia conmigo. Es como si compartieran la experiencia de su propia pena conmigo".

Imagen | NASA

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