La vida de un satélite puede acabar de muchas maneras, pero en general pueden resumirse en dos: o bien se queda rondando por el espacio o bien realiza una reentrada en la atmósfera, lo cual suele conllevar su destrucción, en cuyo caso algunos de sus restos acaban esparcidos por tierra y/o mar. Cuánto tarde el satélite en alcanzar este poco plácido final puede suponer un problema.
Pasajeros vetados. La misión GTOSat debería haber partido el pasado 4 de agosto a bordo de un Atlas 5 “fletado” por la Fuerza Espacial estadounidense, acompañando a la carga principal del vehículo, el satélite SBIRS GEO-6 para la detección de misiles.
El motivo que se ha alegado es que el satélite no contaba con un protocolo para la mitigación de la basura espacial. Una segunda carga cuyos detalles no han trascendido también se quedó en Tierra.
La misión GTOSat. Según explicó posteriormente la NASA, el satélite no cumplía con la condición de salirse de su orbita pasado un máximo de 25 años tras el final de su misión. Ésta debería realizarse en una órbita de transferencia geoestacionaria. La misión de GTOSat sería la de estudiar la dinámica del cinturón de radiación exterior de la Tierra.
El motivo de que GTOSat no lograra mantenerse dentro del límite de los 25 años fue, según sus responsables, las dificultades para establecerse en su órbita, especialmente al tener que adaptarse a las características del lanzamiento, marcadas por su carga principal, el SBIRS GEO-6.
El equipo intentó obtener un permiso extraordinario para “saltarse” este límite dadas sus circunstancias. El equipo trató de hacer más localizable el satélite para evitar que causara problemas, pero a pesar de los esfuerzos no lo consiguieron, lo cual ha implicado el desenlace: GTOSat debía quedarse en tierra. Tendrá que esperar a otro viaje con un hueco libre que le permita además cumplir con la regla de los 25 años.
Lucha contra la basura espacial. Las agencias espaciales estadounidenses se muestran así implacables con el problema de la basura espacial, aunque no lo suficiente para algunos. Hay quien considera que este límite de 25 años es demasiado generoso, y que debería alcanzarse un compromiso más restrictivo.
Quizá esta revisión no se demore mucho. El último plan de Washington para atajar el problema de la basura espacial incluye una petición para que la NASA estudie costes y beneficios de los distintos posibles plazos a implementar.
Este plan, establece tres “pilares” para afrontar el problema. El primero, la mitigación, evitar o al menos limitar la cantidad de restos puestos en órbita. El segundo, el seguimiento y caracterización de los restos, para así conocer no solo la localización de los diversos objetos en órbita en un momento presente sino en cualquier momento dado en el futuro. Finalmente, la remediación, es decir, medidas activas para “recoger la basura” espacial.
Acciones desde otras agencias. En Europa, la ESA también ha puesto un importante foco en mitigar este fenómeno. La agencia recomienda también un límite de 25 años para objetos en órbita baja (LEO). Para orbitas superiores como la geoestacionaria, la solución que propone la agencia es una “órbita cementerio”, a unos 300 kilómetros de la geoestacionaria.
Los planes de la ESA pasan por lo que denominan pasivación y diseño para muerte. La pasivación incluye reservar algo de energía una vez finalizada la misión para poder evitar posibles incidentes. El diseño para la muerte (design for demise) implica introducir en la fase de desarrollo consideraciones sobre el decaimiento y destrucción, como por ejemplo en el caso de reentrada, de los satélites.
El problema de la basura espacial. Como señala el informe estadounidense, las órbitas terrestres son recursos finitos pese a la vastedad del espacio exterior. Alrededor de una cuarta parte de los objetos catalogados como basura espacial son, según la ESA, satélites.
La basura espacial puede formarse de diversas maneras. Un objeto puede considerarse basura espacial cuando se pierde el control sobre él, pero el problema se agrava cuando la basura espacial está causada por la explosión fortuita de uno de estos objetos o por la colisión de dos.
En estos casos no es un gran objeto el que acaba pululando en órbita sino decenas o cientos de pequeños objetos moviéndose a grandes velocidades pudiendo colisionar a su vez con otros objetos, causando una lenta pero relevante reacción en cadena.
Preocupación creciente. La probabilidad de choques encadenados en órbita solo hace que aumentar con la creciente velocidad a la que enviamos nuevos objetos a nuestro entorno espacial más cercano. En la actualidad rondamos los 80 lanzamientos anuales, pero la entrada de nuevos actores en la carrera espacial hace esperar que este número aumentará rápidamente. Esto atañe incluso a lanzamientos que no ponen objetos en órbita, puesto que partes de los cohetes pueden acabar resultando en el mismo problema.
En cualquier caso, harán falta medidas para evitar choques, especialmente en un contexto en el que somos cada vez más dependientes de las telecomunicaciones y los fallos en estas generan pérdidas y costes mayores. Quizá la inversión en limpieza pueda ser rentable a no tan largo plazo.
Imagen | RemoveDEBRIS de la NASA
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