De joven, pasé muchas tardes en la plaza del Realejo mirando como los instrumentos musicales tomaban forma en las manos de los artesanos. Recuerdo que era algo fascinante. El taller estaba lleno de bancos de carpintero, de sierras, de cinceles y de cepillos de todos los tamaños, pero sobre todo estaba lleno de madera.
Quizás me engaña la memoria, pero recuerdo perfectamente al luthier acercándose a cada pieza con una extraña mezcla de respeto e incertidumbre, como si mantuviera una relación íntima, sagrada, casi erótica con la madera. Aquello era magia, sin trucos, pero magia. Nunca imaginé que se pudiera hacer aquello con la piedra.
Hacer un violín
Poca gente lo ha imaginado. Y muchos de los que lo pensaron, lo descartaron directamente. Por ejemplo, la primera vez que la idea rondó la cabeza de Lars Widenfalk fue en los 80 mientras tallaba unos adornos de diabasa para la nueva sede que la Norsk Rikskringkasting, la radiotelevisón noruega, estaba construyendo en Oslo. En seguida lo descartó. si hacer un violin ya es algo tremendamente difícil, hacerlo en piedra debía ser casi imposible.
Pero hacia el 90, cuando visitó las obras de reforma del panteón de su familia, se dio cuenta de que habían descartado la lápida de su abuelo y la había sustituido por otra. Era una pieza de granito negro, de la misma diabasa que la había dado la idea por primera vez y sintió (de esa forma extraña en que a veces sentimos las cosas) que aquello era una señal.
Darle forma a la piedra
Se puso manos a la obra. El cincel contra la diabasa sonaba profundo y hermoso, tal y como como recordaba. Usó la lápida para esculpir el mango, el alma y las costillas y talló las cubiertas del violín de una sola pieza a partir de ella, vaciándola con agua a presión. Necesitó otra pieza, esta de 1.900 millones de años, para la tapa armónica. Acabado eso, forró de oro la caja.
El diapasón y el cordal los talló de ébano y el puente, de marfil de mamut amarillo para que recordara el pico del mirlo que le daría nombre. Blackbird, el mirlo común, el violín de piedra. Todo el violín, diseñado siguiendo los planos (ligeramente alterados) del maestro Stradivari, pesó un kilo con ochocientos gramos.
Y la primera vez que se tocó en público fue en Sevilla, en el pabellón de Suecia de la Exposición Universal de 1992. Era una pieza de Sven-David Sandström escrita especialmente para la ocasión. No es el único violín de piedra: hay un puñado más, pero sí es el más famoso, el que más me ha emocionado.
La tecnología y la magia
Si miramos el taller de un luthier, resulta curioso lo poco que ha cambiado el proceso de fabricación de los violines con los años. No sólo eso, resulta curioso que, teniendo la tecnología necesaria para hacer algo tan complejo como un violín en piedra, los violines industriales hayan tenido tan poco éxito. Los violinistas dicen que no tienen alma.
Siempre que pienso en el Blackbird, tengo la sensación de que no hay disciplina más humanística que la tecnología. Si se usa para cumplir expediente, se vuelve inservible, fría, heca; si se usa con esa extraña mezcla de respeto e incertidumbre, es el material con el que está hecha la magia.
Imágenes | Gabriel Urbanek
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