A Burrhus Frederick Skinner, filósofo y psicólogo conductista de Estados Unidos, el "momento Eureka" le llegó igual que a los sabios distraídos al más puro estilo Arquímedes: mientras miraba embobado el cielo. Para ser más preciosos, mientras observaba cómo volaban los pájaros.
Corrían los primeros años de la década de 1940, arreciaban los vientos de la Segunda Guerra Mundial y Skinner y buena parte del resto de EEUU daba vueltas a cómo mejorar la puntería de los misiles con los que atacaba a los objetivos del Eje. Tenían buenos aviones y bombas, pero una vez las soltaban... A partir de ahí su éxito dependía de una mezcla de suerte y puntería.
Skinner meditaba sobre este problema cuando levantó la vista y se encontró con una bandada de aves que volaba en formación, haciendo gala de una coordinación perfecta, igual que si la estuviesen guiando desde alguna base lejana. “De repente los vi como 'dispositivos' con una excelente visión y una maniobrabilidad extraordinaria”, recordaría tiempo después: “¿No podrían guiar un misil?
— "¿Estaba la respuesta al problema esperándome en mi propio patio trasero?" —se preguntó.
Apuntar, disparar y picotear
Él estaba convencido de que sí, así que decidió aprovechar su gran herramienta, la psicología conductista y el condicionamiento pavloviano. Quizás los Aliados no tuviesen pilotos kamikazes dispuestos a estrellarse contra los objetivos enemigos y dejarse la vida en la misión, pero... ¿Y si pudiesen utilizar aves entrenadas para asumir ese rol y guiar misiles hacia los buques nazis?
Sonaba descabellado, pero B.F. Skinner ya había usado antes palomas para sus investigaciones y sabía que con un buen entrenamiento y la ayuda de estímulos eran capaces de presionar palancas. ¿Por qué no "pilotar" misiles, entonces? Lo de aprovecharse de animales para misiones suicidas tampoco era un problema en tiempos de guerra. En la URSS, por ejemplo, empleaban perros cargados de explosivos para reventar los tanques alemanes en su avance hacia Moscú.
Tan seguro estaba de que podría funcionar que Skinner llamó a la puerta del Comité de Investigación de la Defensa Nacional y les presentó su propuesta. Allí lo de las palomas y las bombas sonó casi a ciencia ficción, pero el país estaba en guerra y, ya se sabe, a problemas desesperados, soluciones desesperadas. El comité decidió probar suerte y le dio 25.000 dólares para que fuera tirando.
El nombre en clave del programa: Project Pigeon. Claro y descriptivo, sí, pero seguramente tan indescifrable para las potencias del Eje como el mejor de los códigos cifrados.
La idea de Skinner era relativamente sencilla, al menos sobre el papel. Entrenó a un grupo de palomas —las escogió por sus cualidades, incluida su gran vista— para que reconocieran un patrón específico y picotearan nada más verlo. Los animales sabían que si actuaban así recibirían alimento, con lo que estaban condicionados. Según precisa History Wired, Skinner llegó a conseguir que un pájaro entrenado llegase a picotear una imagen más de 10.000 veces en 45 minutos.
Hasta ahí todo bien, pero... ¿de qué sirve eso a la hora de guiar bombas planeadoras?
La propuesta de Skinner consistía en utilizar ese picoteo frenético para guiar los explosivos. Su equipo fabricó un dispositivo con forma de cono con tres compartimentos, cada uno para una paloma que viajaba dentro bien sujeta. El artilugio incluía varios sensores y lentes que mostraban al animal el objetivo hacia el que debía dirigir la bomba. Condicionadas por Skinner, cuando las palomas veían el patrón con el que las habían entrenado —un buque de la armada nazi, por ejemplo— se dedicaban a picotear. Esos movimientos eran los que ayudaban a orientar la bomba hacia su enemigo.
"Con el uso de palomas entrenadas y una guía hidráulica, Skinner y su equipo desarrolló un método para crear la primera bomba inteligente que podía guiarse hacia su objetivo con gran precisión para salvar vidas inocentes. En aquellos días, no había misiles guiados. Cuando un bombardero lanzaba una bomba desde un avión, solo podía esperar que alcanzara su objetivo", explican desde la Universidad de Arkansas junto a una galería de imágenes del peculiar dispositivo.
En Smithsonian Magazine precisa que una de las claves del prototipo era un sistema de cables sujeto a la cabeza de las palomas y que ayudaban a dirigir la bomba con precisión. "Cuando las tres palomas picoteaban, se creía que podrías apuntar en una dirección", comenta a la revista Peggy Kidwell, de la sección de Medicina y Ciencia del Museo de Historia de Estados Unidos.
El plan de B.F. Skinner era ingenioso y logró alguna demostración con éxito —aún conservamos vídeos en los que podemos ver a las palomas picoteando sobre siluetas difusas de navíos—, pero las autoridades acabaron perdiendo el interés: sus fondos se destinaron a otros proyectos.
Las palomas kamikaze todavía tendrían otra oportunidad en Estados Unidos. Ya finalizada la Segunda Guerra Mundial, en 1948, las autoridades reabrieron el proyecto, lo rebautizaron Project Orcon —de "control orgánico"— y lo dejaron a cargo del Laboratorio de Investigación Naval.
"Las pruebas demostraron de forma reiterada que las palomas podían guiar los misiles satisfactoriamente para que hicieran blanco en condiciones ideales, aunque las nubes, las olas y las sombras podían hacer que llegaran a desviarse de su curso", explica William Wolf en su ensayo Off Target: America’s Guided Bombs, Missiles and Drones 1917-1950.
Tampoco entonces hubo suerte. En 1953 las autoridades decidieron cancelar el programa. Los sistemas electrónicos de guiado de misiles daban resultados esperanzadores y se consideraron una opción más interesante que aquellas viejas ojivas pilotadas por palomas a lo 'Chicken Run'.
Nos queda, eso sí, la idea, imágenes impresionantes... y un nuevo concepto de las palomas.
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