Proteger las comunicaciones delicadas siempre ha sido una prioridad de los estados. La necesidad de ocultar mensajes es tan antigua como la misma comunicación, Pero algunos sistemas han sido mejores que otros a la hora de ocultar información a las miradas indiscretas. Algunos lograron tal nivel de astucia que han hecho falta siglos para su descifrado.
Puede decirse que el sistema que usaba el emperador del Sacro Imperio Carlos V (conocido en estos lares como Carlos I) era uno de estos códigos realizados con gran habilidad. Han hecho falta casi cinco siglos y el invento de los ordenadores para descifrarlo.
El código aparecía en una carta que el gobernante hispano-germano había enviado a su embajador en Francia, Jean de Saint-Mauris, hacia el año 1547. La misiva en cuestión se encontraba en Francia, en la biblioteca municipal de la ciudad de Nancy.
Carlos V tenía buenos motivos para ser receloso de los mensajes que enviaba a su embajador, y es que Europa se veía entonces envuelta en diversas guerras y conflictos en las que estaban inmiscuidos tanto los Habsburgo (dinastía a la que pertenecía Carlos V), como los dominios de Francisco I, el monarca francés contemporáneo. Los países estaban nominalmente en paz entre ellos, pero las tensiones eran grandes.
En juego estaba La supremacía por el continente europeo, y el teatro de estos conflictos estaba en la Península Itálica del renacimiento y en los dominios del Sacro Imperio Romano Germánico, donde multitud de subdivisiones internas luchaban en conflictos como la guerra de Esmalcalda, una de las primeras guerras de religión que asolaron Europa en los siglos XVI y XVII.
Descifrar un texto oculto con tanto celo ha requerido un equipo multidisciplinar, en el que expertos en criptografía e informática trabajaron codo con codo con historiadores para descifrar el texto de la misiva. Al frente del equipo estaba la experta en criptografía Cécile Pierrot.
Pierrot y su equipo clasificaron los 120 símbolos utilizados en el texto, agrupándolos en “familias”. Fue un trabajo complejo, “palabras enteras estaban encriptadas con un único símbolo” explicaba Pierrot. Carlos V pudo haberse inspirado en la escritura árabe para crear otro truco: sustituir aquellas vocales que seguían a una consonante por marcas sencillas.
Para completar la lista de engaños, el texto contaba con símbolos carentes de significado, puestos ahí simplemente para dificultar la tarea de los curiosos. “Fue un trabajo arduo y largo, pero hubo un gran avance que se produjo un día, cuando de repente dimos con la hipótesis correcta” añadía Pierrot. Como en una Buena historia de detectives, los investigadores contaron con una pista inesperada. Se trataba de una anotación que había realizado el propio embajador Saint-Mauris en el margen de otra carta, con una traducción de texto codificado.
La suerte también jugó un papel fundamental en el redescubrimiento de la carta, olvidada entre los archivos de la biblioteca municipal. No fue hasta que Pierrot oyó hablar de ella que se puso en marcha el trabajo de descifrado.
¿Y qué dice la carta?
La carta en sí misma combinaba texto convencional con el texto recodificado en secreto. El texto no parece contener importantes estrategias militares ni la ubicación de ningún arma secreta. Según explica el equipo encargado de su descifrado, la carta confirmaba, eso sí, el mal estado de las relaciones diplomáticas entre Carlos V y Francisco I.
En la misiva, el emperador menciona el rumor de la existencia de un pasado complot para asesinarlo, detrás del cual se encontraría el monarca francés. Sería uno de los muchos intentos de “debilitar” al rival que ambas potencias habrían estado llevando a cabo. Quizá el temor por la propia vida sea algo más digno de ocultarse que cualquier estrategia militar desde el punto de vista de un monarca renacentista.
No es la única carta real que las nuevas tecnologías nos permiten descifrar tras siglos de misterio. Algunos de los secretos así desvelados tenían un carácter más personal, como el caso de las cartas que la malograda reina de Francia, María Antonieta, enviaba a una de sus amistades cercanas. En aquel caso el enigma no se escondía tras un código secreto, sino bajo algo mucho más mundano: tachones.
Pero ni siquiera los sobres cerrados se escapan a las miradas indiscretas de los investigadores contemporáneos. El año pasado un equipo de investigadores estudió una misiva oculta tras un sistema conocido como letterlocking. Se trata de un mecanismo en el que la carta se pliega de tal manera sobre sí misma que no puede ser desplegada y leída sin dejar pruebas de la indiscreción cometida.
Los ejemplos son diversos. Hace unos meses el manuscrito Harley MS 2874 (cuyo nombre se debe a que perteneció a la colección de Lord Edward Harley pasaba a adquirir significado para los investigadores que habían desvelado su código. Se trataba de un manual de exorcismos.
El equipo de Pierrot recurrió a la ayuda de ordenadores para descifrar un código de la misma manera que lo hiciera Alan Turing. La informática tal y como la conocemos ahora surgiera precisamente de intentar romper el cifrado más complejo creado hasta la fecha. Parece que algunas cosas no han cambiado, pero aún quedan misterios centenarios que no hemos sido capaces de resolver ni con la ayuda de estas máquinas.
Imagen | Stanislas Library, Nancy
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