Si hablamos de negocios, a veces la mejor forma de acertar es equivocándose. Le ocurrió a comienzos del siglo XX a Erwin Perzy I, un artesano vienés al que un buen día le encargaron que diseñase un artefacto capaz de mejorar la iluminación en los quirófanos. No le fue muy bien en el empeño. Y eso, a la larga, resultó una auténtica fortuna, un golpe de suerte (e ingenio) que lo convirtió en un hombre famoso y le ha dado de comer a él y a las tres generaciones de Perzy que lo han sucedido en su taller.
El motivo es sencillo. Mientras intentaba dar con un sistema capaz de amplificar la luz creó uno de los iconos de la Navidad más replicados, incluso en el cine: la bola de nieve de cristal.
"Lo inventó por error". Erwin Perzy III, nieto de aquel primer Erwin Perzy I y portavoz de la empresa familiar que arranca en los tiempos de su abuelo, no tiene reparos en contar cómo el negocio que ha hecho que su apellido sea famoso en todo el mundo partió de un fallo. Ni más ni menos. Cuando en 1900 su antepasado se propuso fabricar un artilugio que mejorase la iluminación en los quirófanos se lio y acabó creando un primitivo prototipo de bola de nieve. "Lo inventó por error, porque quería hacer algo diferente", relata su descendiente a Smithsonian Magazine.
¿De la bombilla a la bola de nieve? Dicho así suena raro. Al fin y al cabo poco tienen que ver los sistemas de iluminación de los quirófanos modernos con las bolas de nieve de cristal. La imaginación, el ingenio y sobre todo las ganas de innovar de Erwin Perzy I son el eslabón perdido entre ambos conceptos. Su historia es muy sencilla: hacia 1900 el hombre, un vienés que ejercía como mecánico de instrumentos quirúrgicos en un hospital, recibió un encargo exigente: desarrollar un sistema (a ser posible económico) que mejorase la visión de los cirujanos mientras operaban.
Cualquier otro se hubiese puesto a probar con potentes bombillas o instalaciones eléctricas, pero Perzy pensó en otra cosa: zapateros. En Viena había visto cómo los artesanos dedicados a fabricar y reparar calzado utilizaban esferas de cristal llenas de agua para ampliar la luz de las velas y ver mejor. Así que, maquinó Perzy, ¿por qué no trasladar ese mismo efecto lupa al quirófano? ¿Y si se añadían materiales reflectantes al líquido para, con suerte, hacer que el artilugio fuera más efectivo?
Un genio polifacético. La historia cuenta que Perzy probó con sémola y observó cómo el polvo blanco se dispersaba lentamente por el globo como si de una diminuta (y onírica) esfera nevada se tratara. Aquello pudo terminar allí, en un efecto curioso, si no fuera por las otras dos facetas de Perzy: la de hombre de negocios… y "manitas".
Además de trabajar en el hospital, fabricaba figuritas de peltre que un amigo se dedicaba a vender como souvenirs a los peregrinos de la Basílica de Mariazell. Un buen día el artesano decidió combinar sus dos creaciones, los recuerdos baratos y aquella frustrada bombilla para quirófanos, les añadió una base de madera y… (¡Voilà!) creó su primera bola de nieve.
"Bola de cristal con efecto nueve". Ese es el nombre de la patente que solicitó, una creación peculiar y cuyas posibilidades comerciales no tardó en explorar creando una empresa con su hermano Josef. Ambos montaron un pequeño taller casero en Viena, se pusieron a fabricar esferas con dioramas y nieve artificial y llevaron sus piezas a los mercados. El resultado gustó. Bastante. Tanto de hecho que solo unos años después, recuerda Erik Trinidad en Smithsoninan Magazine, las figuras se ganaron el reconocimiento del mismísimo emperador de Austria-Hungría Francisco José.
Cuando no llega la creatividad. Una cosa es tener una buena idea y otra un buen negocio, sobre todo uno capaz de aguantar el paso de las décadas. Las esferas de Perzy eran cautivadoras y los fabricantes vieneses llegaron a exportarlas a la India, pero les tocó lidiar con un época convulsa: en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, en 1939 empezó la segunda, y a ambas se suma el periodo de entreguerras y la posguerra, incluida la grave crisis económica de los años 20. Suficiente para hundir el negocio.
Si las bolas de nieve aguantaron fue gracias a un combinación de factores, incluidas algunas que quedaban fuera del alcance de los Percy, como el Baby Boom y el éxito de las esferas como juguetes; pero también movimientos comerciales bien medidos. El más audaz de todos probablemente lo tuvo el hijo de Perzy I, Perzy II, quien tuvo una idea: ¿Y si asociaba aquellas bolas de vidrio a la Navidad? En 1955 se presentó en la feria internacional del juguete de Núremberg con tres bolitas de nieve que incluían un árbol de Navidad, un muñeco de nieve y un Papá Noel. Gustaron, claro.
Un negocio para generaciones. Que la invención de Erwin Perzy I funcionó lo demuestra que más de 120 años después sus descendientes siguen dedicados al negocio de las esferas de nieve artificial y por su taller, en el distrito 17 de Viena, han pasado reporteros de The New York Times, la BBC, Los Angeles Times o El País, entre un largo, larguísimo etcétera. En el negocio está hoy Sabine Perzy, bisnieta del inventor de uno de los adornos icónicos de la Navidad, y las cifras de la empresa resultan pasmosas.
En 2022 su catálogo sumaba 350 diseños estándar, producía más de 200.000 unidades al año y de su taller sale un buen número de esferas personalizadas, algunas para personajes mediáticos, como Reagan, Clinton, Obama o la reina Margarita de Dinamarca, también para ediciones limitadas de McDonald´s. Las famosas bolas se han colado además en películas como 'Eduardo Manos Tijeras', 'Solo en casa', o el clásico de 1941 de Orson Welles, 'Ciudadano Kane'.
El arte de saber adaptarse. No todo el mérito es del diseño original de Perzy. Si sus esferas d han logrado superar décadas, avatares, crisis y guerras es en gran medida porque han sabido adaptarse a los tiempos y labrarse una imagen propia. Al fin y al cabo la patente original caducó hace tiempo. La empresa presume de usar una nieve artificial que, asegura, es resultado de una fórmula familiar, y las esferas se fabrican en vidrio. También ha sabido ganar visibilidad y abrirse un hueco propio en nuevos mercados, incluido Asia, con una enorme popularidad en Japón.
Ya bien entrado en el XXI podrá discutirse o no si la idea de Prezy era del todo original —hay quien habla de una anterior, de 1889, con una miniatura de la Torre Eiffel—, pero algo está claro: la saga vienesa ha conseguido reconvertir aquel fallido sistema de iluminación de 1900 en un próspero y lucrativo negocio.
Imagen | Mitya Ivanov (Unsplash) y Garry Knight (Flickr)
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