Se encendieron las antorchas, los conservadores hicieron su agosto y los que deberían haber sido sus fieles defensores hacían mutis: ayer se conoció que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas norteamericana, los Óscar, iban a implementar nuevos estándares de representatividad e inclusión. Una normativa de discriminación positiva.
Aquí pormenorizamos el funcionamiento del mecanismo. Pese a que desde algunos altavoces se ha ayudado a extender de forma maliciosa una mala interpretación, la de que se prohibirán los filmes en los que no haya al menos un actor perteneciente a una minoría racial (mentira), la realidad es más bien la contraria, que tal y como está redactada en este momento esta nueva política sirve menos para sus loables objetivos y más para un blanqueamiento (perdón) de las anquilosadas instituciones alrededor de este juego de Hollywood con pocos visos de redimir o salvar a la industria como se pretende.
Estos son los motivos:
1. Muy tarde y muy poco
Los Premios Óscar llevan años enfrentándose al escrutinio de la prensa y de los tuiteros del inmovilismo social tanto de las películas seleccionadas como de los responsables de hacerlas. Primero decidieron intentar subsanar el error de base cambiando la demografía de los Académicos que votan a esas películas para que las voces sean más plurales. Con esto se trata de ir un paso más allá, y han dado un buen margen de tres años para que los participantes tengan que cumplirlos. ¿Va a cambiar en algo las nuevas normas las películas que vemos habitualmente seleccionadas?
Pues muy probablemente no. Como ya han señalado desde distintas cabeceras, casi todas las películas pasarían este filtro. Concretamente, de los últimos 15 años 11 de las películas ganadoras ya pasaban el filtro sin despeinarse (las otras cuatro no es que quedasen desclasificadas, es sólo que habría que revisarlas con más lupa), con elementos tan simples como que según el texto redactado las mujeres, ese 50% de la población, cuentan como bonificación por “minoría” si están en algún puesto de dirección dentro de la peli, cosa que ya es así en infinidad de películas (¿cómo de retrógrado es que a día de hoy se premie a una obra por tener a una unidad de mujer dirigiendo alguno de sus múltiples departamentos?).
Por esto mismo, por el hecho de que el 90% de las producciones pasen desde hace décadas el corte, ha sonado a muchos como una palmadita en la espalda a lo muy bien que lo está haciendo en términos de inclusividad el aparato hollywoodiense. Un lavado de cara inocuo.
2. Va a producir incómodas e irresolubles discusiones sobre qué cuenta como producción diversa o no
Por poner un único ejemplo, Argo. La oscarizada película ya tenía a dos mujeres jefas de departamento y a un director de fotografía mexicano. Vale, pero eso no es suficiente. ¿Qué hacer entonces? Los productores podrían alegar, por ejemplo, que dado que el personaje de la CIA en el que está basado el protagonista proviene de un linaje mexicano y que la película está ambientada en Irán, lo que refleja las vivencias de un grupo infrarrepresentado, debería ser aprobada. ¿Importa que la historia sea tan pro norteamericana como todas a las que nos tienen acostumbrados o que Ben Affleck sea el que encarna al protagonista?
3. Va a beneficiar a los grandes estudios
En caso de algún mínimo conflicto, productoras gigantes como Disney o Universal, con millones que gastar y grandes equipos por contratar, no tendrían más que asegurarse de cumplir epígrafes con poca trascendencia para tener la deseada luz verde. Como señalaban desde NY Post, los poderosos no van a dejar de contratar a pesos pesados de la industria como al director de fotografía Roger Deakins a cambio de una menos conocida mujer latina, o a evitar que Christopher Nolan llene sus películas de hombres blancos si vale con que metan de becarios a un par de miembros de minorías LGTB. Hay quien, de forma insidiosa, se ha preguntado: ¿cómo se verán a sí mismos los jefes de estos estudios al estar rodeados de sirvientes de minorías raciales?
4. Y podría, en rarísimos casos, perjudicar a los pequeños productores
Por otro lado, películas en las que haya equipos más reducidos (por ejemplo una peli de los hermanos Coen, donde ellos están a los mandos de un montón de los puestos de responsabilidad) y/o con presupuestos más modestos, podrían estar en problemas. En un hipotético caso, un joven y blanco cineasta con mucho talento pero un entorno de base poco inclusivo, véase, Damien Chazelle, no habría sido aprobado, impidiendo en parte el avance de la sangre nueva en la industria (aunque al mismo tiempo tal vez esto habría permitido que se diese voz a una debutante afroamericana, que no necesariamente tiene por qué ser menos talentosa que Chazelle).
5. Podría ser ilegal
Al parecer, la Academia podría acabar en los tribunales. Algunos abogados consultados por revistas de cine dicen que tanto la Ley de Derechos Civiles como la resolución de la Corte Suprema de 1978 del caso Regentes de la Universidad de California versos Bakke dictan que, aunque la raza puede ser un factor de elegibilidad para una institución, las cuotas no están permitidas. Y eso pone en jaque los epígrafes duros de la normativa propuesta.
6. Va a poner más en su contra de lo que ya estaban a sus enemigos y no va a seducir a los propios
Al igual que en España con los Goya, los Oscars llevan tiempo viéndose como una élite liberal y demócrata, casi antirrepublicana, alejada del auténtico gusto y paladar del norteamericano medio. Lo siguiente parece significativo: mientras ayer se abrió la veda de las críticas hechas por las celebrities conservadoras, The Washington Post no consiguió que ninguno de los siete entrevistados de la escena pro Hollywood quisiera opinar on the record sobre este anuncio. ¿Para qué este lío entonces? ¿No están perdiendo más de lo que ganan?
7. Y es más, podría no servir de nada
¿A quién le importan los Oscar a día de hoy? En 2001 43 millones de norteamericanos se congregaban ante la televisión para ver la cita anual de estos premios. Tras años de un lineal declive, 2020 marcó su mínimo histórico de espectadores, 24 millones. No llegan al 8%. Ni todo el apoyo en forma de visibilidad que le damos desde los medios de cine y las revistas de tendencias pueden hacer frente a la indiferencia del público ante las ganadoras de los últimos tiempos ni cada vez más al tipo de películas que la institución fomenta que se produzca. A lo que se enfrenta la institución de cine más famosa del mundo es al anacronismo, a la irrelevancia en la era de Disney+ o Netflix.
¿Y si sí fuese un paso adelante?
Porque, pese a todo lo que hemos visto, sigue siendo cierto que habría varias películas oscarizadas (ya no digamos nominadas) en los últimos tiempos que no cumplían estos ínfimos requisitos y cuyos directivos podrían, gracias a este aviso, activar el chip. Estas normas servirían como aliciente para cambiar la mentalidad de esos pocos y residuales clubs que se mantienen intactos desde los orígenes. No es en muchos casos una cuestión de discriminación buscada, sino una tendencia a apostar por lo conocido y a sentirse más cómodo entre los tuyos, una tendencia natural en el ser humano.
Por otra parte, siendo como son estas normativas tan laxas con las historias representadas y quiénes piden que aparezcan en ellas, los puritanos pueden respirar tranquilos: estamos muy lejos de modificar en lo más mínimo los cástings prototípicos películas bélicas o las narrativas de las pelis de época de toda la vida.
Eso por no hablar de que, aunque estemos hablando de que se trata de acciones en apariencia superficiales como contratar a chicos de los recados de esas minorías no tan presentes, ese tipo de puestos son ya de por sí una buena y válida plataforma de entrada al mundillo, que puede catapultar a los novatos a puestos que el día de mañana les regalen la ansiada estatuilla.