¿Qué nos viene a la mente cuando pensamos en museos? Supongo que depende de la persona. Habrá quién al pensar en un museo sienta todo el peso del aburrimiento, o al contrario, todo un mundo lleno de posibilidades placenteras, estéticas e intelectuales. Yo debo confesar que cuando pienso en un museo pienso en mi abuelo Juan. Él fue quién me llevó por primera vez a uno, el Museo de Armas de Vitoria, iba de su mano descubriendo trabucos, armaduras y trajes militares.
Debió de gustarme tanto que fuimos muchas veces. Recuerdo ir también al Museo de Naipes de Heraclio Fournier y al Arqueológico, pero aquellos museos están siempre relacionados con el paseo.
Hemos preguntado a diversas personas cuáles son sus rincones favoritos de museos, o sus lugares especiales a los que siempre vuelven, ya sea físicamente o través de la memoria, y nos han entregado multitud de respuestas. El Museo del Prado es uno de los que cuenta con más adeptos pero han aparecido muchísimos rincones. El Museo de Rodin; la sala El origen de lo hondo en el Julio Romero de Torres; el foso patio del museo MET-Breuer de Nueva York, que es un oasis de tranquilidad en medio de Manhattan; el palacio Fortuny de Venecia; la sala Simonet en Málaga; el Orsay; y un largo etcétera.
Hay quien, como Fegere Piouh, señala que que después de la borrachera pictórica le encantaba sentarse un buen rato en uno de los bancos del Claustro de los Jerónimos, pues agradecía el silencio mientras meditaba o escribía. Y otros que destacan la belleza del Museo Louisana de Copenhague, del Museo Nacional de Mérida, o de la cúpula del Museo de Catalunya. De entre todas las respuestas que obtuvimos hemos varios lugares preciosos por los que perderse y a los que volver.
The National Portrait Gallery, Londres
Por @BelenBermejo:
Siempre que voy a Londres, visito la National Portrait Gallery y algunas de sus salas. Entre ellas, destaca la 18, porque en ella está el retrato de Jane Austen. Jane Austen escribió sólo seis novelas y en ellas está todo lo que se debe saber sobre la vida. Es una escritora extraordinaria. Y en la sala también está Keats, EL poeta, y Mary Shelley; en fin, una compañía de lo más agradable. Voy a verlos para rendirles admiración y pleitesía y gratitud. La National Portrait es, además, uno de mis museos favoritos porque su concepto museístico (sólo retratos) me parece una maravilla.
En el Philadelphia Museum Art, Filadelfia
Por @MissPaulitz:
Es un rincón que aún no he visitado. Hay un antes y un después en mí después del "Etant Donnes" que vi por primera vez con 19 años. Me quedé un poco "para allá".
El Isabella Gardner, Boston
Por @BuArena:
El museo en general me pareció maravilloso: es la que fue la mansión de una mujer que dedicó toda su fortuna a la belleza. Creo que la frivolidad bien entendida es algo muy serio. Ella estaba obsesionada con Europa, así que el patio interior evoca Italia. Boston me era extraño, pero en ese lugar me sentí en casa (no porque mi casa sea tan preciosa, sino porque estaba hecho de todo lo que apela a mi memoria poética).
En el Reina Sofía, Madrid
Por @elarteporelarte:
Es gracias a ese cuadro de Saura donde sentí una revelación sobre qué era una imagen: una lucha entre el pintor y una superficie donde el resultado es su terrible visión sobre la vida. Y es terrible no porque no es bella, sino porque se hace visible.
Las caras de arcilla del Museo Judío, Berlín
Por @masamadre_:
Recuerdo un manejo perfecto de la espacialidad, de la luz, de la sombra, de las texturas pero sobretodo del sonido y del SILENCIO. El silencio es inmenso, desolador, te sientes vacío y solo. Las caras de arcilla, tan bien elegidas, rechinan mucho cuando pisas encima de ellas, te da la sensación de oír a los prisioneros gritar. En frente muros fríos, de hormigón, que aumentaban más aún esa sensación de claustrofobia. Arriba un tímido filtro de luz cayendo sobre ti, yo lo veía como un último rayo de esperanza. Me pareció todo un ejercicio de empatía bestial.
En el Museo Rodin, París
Por @Luispas:
Siempre he ido con gente a la que quiero y es un museo en el que no te cansas. Ademas que tiene obras para todos los niveles y te dejan acercarte o alejarte lo que quieras. Además tienen unos jardines estupendos por los que pasear y sentarte un rato.
El suelo al lado de Marte, en Madrid
Por @PeioHR:
El Marte nunca está en el Museo del Prado. Es el Velázquez que más alquilan a museos extranjeros cuando venden alguna exposición del Siglo de Oro. Es el dios más rentable del museo. Cuando está en sala comparte espacio con "Las hilanderías" y "Mercurio y argos". Tres de mi Top Five velazqueño. Antes cruzas por delante de "Pablo de Valladolid" y "Menipo", los otros dos de los cinco muy mejores. La sala donde está Marte es espantosa, llena de humedad (de los acuíferos que ahogan el Prado) y el color de la pared desvaído. Es una sala pequeña, terrible y cuando hay inundaciones de turistas no cabe un alma. Pero a veces se queda tranquila y es en ese momento cuando me tiro al suelo y miro a Marte desde abajo, porque era una pintura pensada para estar en altura y verla en contrapicado, no de tú a tú. Me gusta ir con una amiga que es tan descarada como yo y se tira al suelo conmigo. Necesitamos perderle miedo a los museos, desacralizarlos y rebatirlos, desde su forma de usarlos a lo que nos cuentan.
Un pasillo desde el que mirar
Por @SraWinter:
Más que rincón favorito lo que me gusta es el efecto de verlo desde ese angulo, le quita un poco la sensación de museo y lo convierte en una capilla y hace la escena más íntima.
La sala de escultura antigua del MET, Nueva York
Por Guillem, @Agromenauer:
En la sala de las estatuas griegas del Metropolitan estuvimos un buen rato esperando que la niña se levantara de la rabieta. (En esta foto se puede ver a la pequeña tirada en el suelo)
Visitar un museo es, como dejan entrever los testimonios, caminar al lado de alguien especial, disfrutar de un momento en soledad, percibir la belleza, y caminar a través de ella. Para mí tampoco es distinto. Me resulta imposible desligar El Louvre de aquel primer viaje que hice con Iratxe. Siempre recordaré aquella salita pequeña solitaria llena de mobiliario, tan acogedora, por la que entraba el sol y nos calentaba la cara mientras descansábamos, la una sobre la otra, apoyadas en la ventana.
Ahora cada vez que visitó un museo algún rincón, alguna sala, algún espacio en concreto, se queda anclado en mi memoria para siempre y unido a un montón de sensaciones.
Hay que perder el miedo a los museos, decía Peio H Riaño. Pasear por ellos, recorrer sus pasillos, mirar los cuadros que nos gustan desde el suelo, enrabietarnos, como la hija de Guillem. Llenarlos de vida, de nuestras vidas. Resignificarlos es una manera de re-entender la relación que podemos llegar a establecer con los espacios culturales, que a menudo se relacionan con procesos intelectuales o aspiraciones estéticas, que en ocasiones nada tienen que ver con las pretensiones de quiénes los visitan.
¿Quién no ha amado, reído, llorado, sentido la vida misma en un museo?