¿Qué impacto tiene el vehículo privado en nuestra salud? Durante los últimos años la respuesta ha apuntado hacia el cielo, casi siempre sucio, cubierto por una densa capa de contaminación ambiental. La calidad del aire se ha convertido en un debate prominente dentro de las grandes ciudades. Pero hay otros efectos atribuibles al coche en nuestra salud. Algunos de ellos más visibles de lo que podamos imaginar.
Actividad. Lo ilustra un estudio elaborado por tres investigadores de la Universidad de California, la Universidad de Beijing y Instituto de Transporte de Beijing. Tener coche y utilizarlo a diario nos hace menos activos y provoca que, a largo plazo, ganemos más peso. Un hallazgo sólo posible gracias al fascinante y singular sistema de transporte de Pekín, donde se accede al coche por sorteo.
Experimento natural. Las autoridades locales implantaron en 2011 una limitación al número de vehículos que podrían circular cada curso. Tan sólo 240.000, a determinar por sorteo. Miles de vecinos solicitan el permiso cada año, pero sólo uno de cada cincuenta accede a él. Como resultado, los investigadores se han topado con un experimento natural, aleatorio y masivo, con el que comparar los efectos de tener o no tener coche.
Resultados. El trabajo siguió las andanzas de 937 residentes a lo largo de cinco años, de los cuales 180 habían ganado un permiso. El 91% de ellos se compró un coche y comenzó a utilizarlo. Como resultado, sus desplazamientos y sus tiempo caminando o pedaleando cayeron (tres trayectos y 24 minutos menos a la semana respectivamente, un descenso del 45% y del 54%) en comparación a los no-conductores.
Peso. Algo que tuvo un impacto directo en su cuerpo. En agregado, los conductores ganaron dos kilos más a lo largo de cinco años que los no-conductores. Un cambio poco significativo, según los autores del estudio, que cobra otra dimensión cuando analizamos lo sucedido entre aquellos residentes mayores de 50 años. Ganaron hasta 10 kilos más que los no-conductores, un incremento sustancial.
¿Por qué? La respuesta es intuitiva: tener coche desincentiva el paseo o el uso de la bicicleta, ejercicios puntuales pero muy saludables en sí mismos. Como explica uno de sus autores, Michael Anderson, el carácter aleatorio del experimento elimina sesgos de selección. Y aquellos que obtuvieron el permiso optaron por algo muy humano: la comodidad. Una comodidad que tiene costes y beneficios. En el primer caso, una menor actividad física.
Y por tanto un riesgo para la salud.
Nueva Zelanda. ¿Un caso entre un millón? Sí y no. Pekín es un ecosistema especial por la naturaleza del sorteo. Pero más estudios apuntalan la idea de que tener coche empeora nuestra salud. Otro reciente trabajo centrado en Nueva Zelanda copara los hábitos de miles de residentes a lo largo de varios años en función de si conducen o caminan al trabajo. Resultado: quienes andan o utilizan la bicicleta reducen sustancialmente su mortalidad.
Dicho de otro modo, disfrutan marginalmente de una mayor esperanza de vida.
Elecciones. El caso neozelandés tiene un problema que no adolece el estudio sobre Pekín: tener o no tener coche, utilizar o no utilizar la bicicleta está relacionado con determinados hábitos de vida. Es decir, puede que no se trate sólo de conducir vs. caminar, sino que de aquellos que optan por una opción u otra tienden a llevar una determinada dieta o a consumir más o menos alcohol, entre otros factores.
Pero en general, sabemos que moverse en el día a día, en actividades no regladas, tiene efectos beneficiosos en nuestro cuerpo e incluso para nuestro cerebro.
Imagen: Sheila Dee