Se acabó la fiesta. Las prostitutas no son una atracción amsterdanesa más. Según lo anunciado esta semana por la ciudad holandesa, el Barrio Rojo dejará de acoger a las trabajadoras del sexo y hará que trasladen su actividad a un complejo creado ex profeso a las afueras de la ciudad, en el que las mujeres podrán trabajar lejos de la incómoda presencia de los turistas.
El problema: las prostitutas y los vecinos se lamentan por sentirse como monos de feria. Para la mayoría de forasteros la zona de De Wallen, el centro donde están estos locales, es un espectáculo propio del siglo pasado, uno que no dudan en amenizar con alaridos, vomitonas de borracho, fotos sacadas a traición y listas de improperios. La carga de vender el centro de la ciudad como algo pintoresco lo están pagando las trabajadoras, quienes protestan por que son los propios forasteros que sólo van a mirar los que están expulsando a la clientela que les da de comer.
El estallido turístico: el conflicto se enmarca dentro del crecimiento sin parangón del número de visitantes en los últimos tiempos, un 60% en los últimos 10 años, siendo la región en la que más crece el turismo de la UE. Para hacernos una idea, y según cifras de 2018, están entrando cada año 19 millones de visitantes (la capital tiene 1.1 millones de habitantes) cuando Barcelona (con 5.5 millones de habitantes) acoge a 9.8 millones. Para 2030 las previsiones dictan que, de seguir así la tendencia, van a duplicar.
Apagando las luces del vicio: en 2018 la capital empezó a sancionar a los locales (de sexo o de otro tipo) que rotulasen en inglés. En abril del año pasado se aprobó también un decreto por el que quedaba prohibido consumir alcohol en la calle, y a finales de año entró en vigor la prohibición de realizar visitas guiadas por el Barrio Rojo. Las medidas han sido insuficientes tanto para los vecinos, que sienten que han perdido el derecho al descanso nocturno, como para las trabajadoras, cuyos ventanales empiezan a quedar vacíos mientras sobreviven trasladando su negocio de citas al mundo virtual.
Sex hotel plus plus plus: de entre las opciones cotejadas por el consistorio para dar solución al problema ha ganado la creación de un complejo erótico a las afueras de los canales que funcionará como “bed and breakfast” para las prostitutas. Habrá también un sex club, un sex café y un teatro erótico y se estudiará la habilitación de una línea de transporte público por la que llegar cómodamente.
Y el fin de las drogas: como anunció la propia alcaldesa, Femke Halsema, otra idea del Ayuntamiento es la creación de medidas que ayuden a “reducir la atracción del cannabis para los turistas". Cerrar sus famosos “coffee shops” o, como mínimo, conseguir que dejen de ser uno de los principales atractivos por el que los turistas entran a la ciudad. Una propuesta que aún no tiene aterrizaje claro pero que ahonda en el fin de ese “turismo de Magaluf” que está impulsando el país: Países Bajos también está cerrando sus campos de tulipanes e intenta trasladar a las hordas del público a enclaves turísticos menos masificados.