El espionaje siempre ha estado revestido de un halo místico y suntuoso. Las novelas de Le Carré o de Alexander Fleming, no en vano, han cultivado la imagen del espia como un ser individualista y sobrado de talento y recursos capaz de desenvolverse como pez en el agua en situaciones oscuras, peligrosas, extremas.
La realidad es algo más mundana, aunque no exenta de épica (¡Paesa!), y también, en ocasiones, más extravagante. Al menos durante la Guerra Fría, paraíso, oasis de los espías clásicos. Pero también de los experimentos más raros e indescriptibles de la historia del espionaje. Al menos, si acudimos a unas de los proyectos más singulares de la CIA: la utilización de gatos, palomas o cuervos para espiar a la Unión Soviética a lo largo y ancho de todo el mundo. Yup: animalitos versión 007.
Un gato-transformer contra la URSS
La anécdota más alucinante es la del proyecto Acoustic Kitten, un pequeño pero muy bien financiado proyecto ejecutado por la CIA a mediados de los sesenta que aspiraba a colocar a pequeños mininos en las diversas embajadas de la Unión Soviética con objeto de acceder a las conversaciones confidenciales de sus altos diplomáticos.
Casi 20 millones de dólares, nada menos, invirtió el departamento de inteligencia estadounidense en elaborar complejos y demenciales sistemas tecnológicos que permitieran a los bichos colarse en edificios ajenos a modo de micrófonos dispuestos para la escucha secreta. Al parecer, un veterinario se encargaría de la compleja operación técnica: el micrófono se introduciría por el recto del animal, el radiotransmiror iría en un pequeño orificio debajo de su cabeza y la antena (sí, la antena) se introduciría en su cola.
Bienvenidos al gato-transformer.
La operación, según todos los registros escritos, fue un fracaso. La teoría más popular habla de un gato particularmente desafortunado en el camino hacia su trabajo. Cuando los agentes de la CIA lo liberaron de su furgoneta para que se dirigiera hacia la embajada soviética en Washington DC, el gato no tuvo tiempo ni de cruzar la calzada: un taxi se lo llevó por delante, a él y al multimillonario proyecto de millones de dólares, cables, micrófonos y radiotransmisores incluidos, que había generado la Guerra Fría.
Años después, sin embargo, los motivos por los que la CIA se bajó del proyecto Acoustic Kitty fueron explicados por Robert Wallace, un antiguo alto cargo del departamento: el trabajo sería abandonado dada la dificultad de entrenar al gato en cuestiones de espionaje (es un gato, al fin y al cabo, y todos sabemos qué pasa con los gatos), y que aquellos que estaban en proyecto fueron desmontados y tuvieron vidas felices. En esencia, la idea, que podríamos juzgar sin miedo como "idea de bombero", fue descartada.
Cría cuervos y te pondrán micrófonos
Pero no fue la única vez en que la CIA se lanzó al demente universo de los animales-espía. Acoustic Kitten fue tan sólo un pequeña parte del gran proyecto general de la agencia, basado, fundamentalmente, en su colaboración con un remoto y anónimo zoo de Hot Springs, en Arkansas. La instalación, bautizada IQ Zoo, trabajó durante décadas con el departamento de inteligencia bajo la supervisión del prestigioso psicólogo B. F. Skinner, especializado en condicionamiento humano o animal.
Los lazos entre Skinner y la CIA fueron expuestos de forma brillante por este largo y muy interesante reportaje de Smitshsonian Magazine, en el que se desvelan las tácticas empleadas por la agencia para entrenar animales.
Acaso los más exitosos fueron los cuervos, cuyas habilidades e inteligencia están más que demostradas. Estos pájaros son los más inteligentes de cuantos se cuentan en el reino animal, y la CIA y Skinner estaban al tanto de ello. Debidamente entrenados, sirvieron a los agentes estadounidense para, por ejemplo, colocar o retirar pequeños micrófonos o grabadoras con el propósito de escuchar conversaciones del enemigo. Los cuervos, de hecho, fueron los bichos más exitosos trabajando como espías.
Para su caso, una de las fuentes de inteligencia consultadas en el reportaje que el cuervo "opera solo, y lo hace muy bien. Puede aprender a responder a toda clase de objetos. Si tienes un gran escritorio y un escritorio muy pequeño, puedes entrenarlo de modo que siempre vuele hacia el pequeño. Estos bichos pueden levantar pesos, paquetes pesados o incluso archivos. Era impresionante ver a los cuervos llevar con sus picos pesos que habrían derrotado a cualquier otro tipo de pájaro".
Pero no fueron los únicos. Dentro del zoo y de la CIA se ejecutaron numerosos proyectos (Acoustic Kitten fue uno de ellos, claro) en los que decenas de animales se probaron como formas de espionaje modernas. A los cuervos les siguieron las palomas: Skinner y su equipo, junto a la CIA, descubrieron que las aves eran capaces de, volando a la debida altura, advertir a las tropas militares aliadas de posibles enemigos en su horizonte. El proyecto tuvo un carácter meramente experimental y no salió de Langley.
Y hasta delfines. La CIA llegó después, sin embargo, porque los delfines ya habían sido utilizados por el ejército estadounidense a modo experimental con el objeto de desactivar o detectar minas submarinas o como forma de acompañamiento para los submarinistas (los delfines, al igual que los cuervos, son uno de los animales más inteligentes de los que tenemos constancia; eso sí, estamos deseando llegar al pulpo-espía).
La mayor parte de estos proyectos no llegaron a buen puerto, por un motivo simple: tenían un carácter experimental y poca utilidad para obtener información útil. Como explican en The Atlantic, el espionaje más efectivo, en realidad, es el masivo, en el que Estados Unidos siempre se ha especializado: telégrafos, teléfonos, comunicaciones digitales, etcétera. Las autoridades de inteligencia del país siempre han recurrido a métodos menos románticos y más ordinarios para espiar a enemigos y aliados, y en general les han resultado más exitosos. Y sin embargo, una vez, tuvimos gatos-espías.
Ah, la Guerra Fría.
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Imagen | Xiahong Chen, Torne, NH53, Sean McEntee