Hay gente que se come la placenta de sus hijos. No es algo realmente nuevo, claro, pero desde hace unos años la placentofagia parece haberse puesto de moda y cada vez son más las personas que la practican. Tom Cruise hizo una broma al respecto hace diez años, lo cual no fue óbice para que algunos lo tomaran tan en serio como para seguir su ejemplo, y Kim Kardashian es otra de las caras conocidas que se han sumado a esta tendencia.
Todo esto, y aquí viene lo verdaderamente importante, sin que existan estudios que respalden las distintas teorías que existen alrededor de esta práctica sobre sus supuestos efectos positivos para la salud de quienes las ingieren, que por norma general son las propias madres.
Qué es la placenta
Antes de adentrarnos en todo aquello que tenga que ver con la placentofagia, conviene saber de qué estamos hablando exactamente. La placenta, básicamente, constituye la conexión vital entre la madre y el bebé. Tiene varios objetivos: por un lado se encarga de transmitirle al feto los nutrientes necesarios, pero también filtra y retiene todo tipo de sustancias nocivas para el futuro bebé (mercurio, cadmio, solanina, dioxinas y más).
La placenta tiene más misiones, como por ejemplo fabricar hormonas que permiten que el embarazo siga adelante, y sintetizar estrógenos para controlar el metabolismo materno y estimular el crecimiento del bebé. Está formada por un componente materno, en este caso una transformación de la mucosa uterina, y otra parte de origen fetal conocida como trofoblasto.
En definitiva: la placenta es un órgano esencial para el correcto desarrollo del feto, ya que le aporta todo lo necesario para su crecimiento a la vez que lo protege de todo tipo de sustancias nocivas.
Historia de la placentofagia
Con la placentofagia tenemos un problema grave: no hay estudios o artículos científicos que demuestren que, tal y como aseguran algunos, comerse una placenta tenga efectos positivos sobre el organismo humano. Todo lo que existe alrededor de esta práctica son teorías o justificaciones que tienen que ver con creencias del tipo “si lo hacen otros mamíferos debe ser por alguna razón” o “se lleva haciendo toda la vida”.
Sobre esto último, de hecho, tampoco hay pruebas irrefutables de que el ser humano haya llevado a cabo la placentofagia desde el origen de los tiempos. El doctor William B. Over escribió en 1979 un texto llamado ‘Notes on placentophagy’ (‘Notas sobre la placentofagia’) donde detallaba las poquísimas referencias a esta práctica en humanos que existen en nuestra historia. Unas referencias que, de nuevo, tenían más que ver con asuntos esotéricos que con los puramente médicos.
Hay una total ausencia de estudios científicos que demuestren los supuestos efectos beneficiosos de la placentofagia
Una de las conclusiones a las que llegó Ober es que “el hambre es probablemente el motivo más fuerte por el que alguien se comería algo que en circunstancias normales sería considerado como incomestible”. ¿Y qué hay sobre los mamíferos que practican la placentofagia? ¿Por qué algunos animales se comen la placenta al dar a luz a sus crías? A pesar de lo que pudiera parecer, tampoco existe un consenso total sobre el tema.En un artículo titulado ‘Placentophagia in Humans and Nonhuman Mammals: Causes and Consequences’ (‘Placentofagia en humanos y mamíferos no humanos: causas y consecuencias’, Mark B. Kristal, Jean M. DiPirro y Alexis C. Thompson, 2012) podemos leer una serie de hipótesis que se han ido formulando a lo largo de décadas sobre los motivos que llevan a una hembra de mamífero a comerse la placenta:
- Mantener limpia la zona
- Reducir los olores que podrían atraer predadores hacia la zona de nacimiento
- Reponer las pérdidas nutricionales producidas durante el final del embarazo y el parto
- Obtener las hormonas presentes en la placenta
- Responder al hambre tras no haber ingerido nada durante el parto
- Expresar una tendencia durante el parto hacia un carnivorismo voraz temporal
Hay dos claves a tener en cuenta aquí. Estas hipótesis no han sido demostradas. Además, según el artículo, fueron ofrecidas por expertos que veían estos comportamientos a través de sus propios filtros: los nutricionistas entendían que la hembra estaba reponiendo las pérdidas nutricionales, los endocrinólogos pensaban que la hembra necesitaba las hormonas de la placenta, etc.
Lo cierto es que no tienen mucho sentido en la sociedad actual, y menos si hablamos de personas de cierta fama. Cualquiera de las celebridades que se encargan de amplificar el mensaje sobre los presuntos efectos positivos de comer placenta tiene a su alcance todo lo que necesita en el momento de dar a luz. Kim Kardashian, por citar de nuevo uno de los ejemplos más claros, no debería tener ningún problema para alimentarse y reponer nutrientes tras un parto como para tener que recurrir a la placenta.
Por otro lado, cabe decir que en ese mismo artículo podemos leer que la ingestión de placenta por parte de mamíferos no humanos produce una serie de beneficios:
- Incrementa la interacción entre la madre y la cría
- Potencia los efectos analgésicos
- Potencia los circuitos opioides del cerebro de la madre para facilitar la aparición de un comportamiento de cuidados hacia la cría
- Elimina la pseudogestación posparto
Si esto puede producirse también en humanos está por ver.
¿Por qué se practica la placentofagia?
Llegados a este punto, ¿por qué se practica la placentofagia en humanos? ¿Por qué hay madres que deciden comerse la placenta tras el parto si no hay ningún estudio clínico que lo aconseje? Aquellos que la defienden sostienen que aporta vitaminas, hierro y minerales, que ayuda a contraer el útero y a cicatrizar las heridas, a restaurar la energía tras el esfuerzo del parto y mucho más.
Todo apunta a que estos defensores se están basando en la teoría de que si otros mamíferos lo hacen por una serie de razones, las cuales como hemos visto tampoco están estudiadas a fondo ni aceptadas como buenas de forma irrefutable, el ser humano también puede hacerlo. La realidad es que todo son conjeturas y seguimos sin tener datos fiables sobre los posibles efectos positivos o negativos que puede tener la placentofagia.
Puesto que la placenta se encarga entre otras cosas de retener sustancias nocivas para el feto, en la tendencia actual han surgido todo tipo de recetas en un intento por no ingerirla cruda. Incluso han aparecido empresas que se dedican a venderla encapsulada.
Es el caso de la compañía Brooklyn Placenta Services, la cual se encarga de transformar placentas en cápsulas para luego venderlas a precio de oro. Las cuecen al vapor con ají jalapeño, limón y jengibre, siempre en recipientes y superficies lavadas con agua, jabón y lejía, y las venden en packs de entre 80 y 125 cápsulas, que es para lo que da una placenta entera, por 350 dólares.
En cuanto a las recetas, podemos encontrar cosas como la placenta picante australiana, la placenta con brécol, la placenta con almendras y miel e incluso batidos con trozos de placenta fresca.
En todo caso, y ante la falta de estudios en un sentido u otro, tampoco se sabe si esta práctica de cocinarla de alguna forma o encapsularla elimina los problemas que pudieran derivarse de su consumo.