Las agencias federales y el Congreso estadounidense llevan más de un año sumergidos en una extensa investigación para resolver la injerencia rusa en la pasada campaña electoral. Más allá de las severas acusaciones de asociación entre el gobierno ruso y diversos ayudantes y asociados a Donald Trump, el Partido Demócrata ha comenzado a apuntar en otra dirección: el rol de Facebook (e Instagram) proyectando mensajes divisivos y propagandísticos para influenciar en el voto.
Los anuncios. La facción demócrata del Congreso publicó ayer un informe en el que se recopilaban más de 3.000 anuncios pagados y promocionados por agencias rusas, generalmente relacionadas de un modo u otro con el Kremlin. La mayor parte de ellos, de forma interesante, no tenían un claro carácter partidista. No se trataba de un mensaje abierto solicitando el voto para el candidato republicano o favoreciendo airadamente la figura de Trump. Fue una operación más sutil.
Marcar agenda. Su objetivo, en realidad, era otro: poner encima de la mesa temas que causan una extrema división ideológica en Estados Unidos. Así, muchos de ellos tratan sobre cuestiones peliagudas como la inmigración, el control de armas o la cuestión racial. Dicho de otro modo, Rusia quería que la conversación social (al menos en Facebook) estuviera capitalizada por problemas que fomentan la radicalización de las posturas del votante. Volando así los puntos de consenso.
El poder del sesgo. El fenómeno es bien conocido entre la politología: cuando una campaña electoral queda dominada por cuestiones donde las posiciones siempre son opuestas y de máximos es más complejo atraer a la base de votantes rival. Y encontrar elementos en común entre la masa electoral. Rusia quería mostrar a los estadounidenses que la elección de 2016 rotaba en torno a fronteras más o menos abiertas, armas más o menos reguladas, y un sistema de salud más o menos público.
En casi todas las cuestiones las opiniones siempre son extremas, casi identitarias. Lo que favorece votar a un candidato pobre e incluso detestado (Trump o Clinton) como mal menor. Está en juego tu país.
Larga carrera. Es el último hallazgo revelado por las investigaciones de diversas agencias y estamentos políticos estadounidenses para desentrañar el papel de Rusia en la campaña de 2016. En cierto sentido, no es sorprendente: el escándalo de Cambridge Analytica ya mostró el poder de Facebook a la hora de inocular a determinados grupos de votantes con ideas clave. Hoy mismo Facebook ha admitido (de nuevo) su falta de previsión a la hora de controlar el canal.
El partidismo. La polarización degrada el debate público y acerca a políticos más extremos (y más discutidos) al gobierno. Facebook y Rusia han contribuido. Pero el fenómeno en Estados Unidos es mucho más largo: el alineamiento de demócratas y republicanos en torno a ideas opuestas (en casi todas las materias) data de principios de los noventa, y se ha fraguado en medio siglo de políticas públicas. Queda poco "votante indeciso" y muy pocos elementos donde unos y otro estén de acuerdo.
Es un problema que no ha generado Rusia. Aunque Rusia se haya aprovechado de él.