Los clientes de BBVA se han topado esta semana con una ingrata notificación: muchas de las condiciones de las cuentas nómina van a cambiar a partir de diciembre y será a peor. La misiva es similar en objetivos (aunque varía en los detalles de las condiciones) con la que han recibido también estos meses los que tienen cuentas corrientes con Caixabank (lo de ellos ha sido aún más leonino) y Santander.
En jerga financiera ahora se pide “más vinculación” a los clientes. En cristiano, que se cobrarán comisiones de 2 euros por sacar menos de 2.000 euros en caja y que habrá que pagar 35 euros al año por tu tarjeta de débito salvo que cumplas unas cuantas condiciones, como por ejemplo, adquirir uno de sus planes de inversiones, o te pases a la tarjeta de crédito, menos penalizada.
Un paseo por redes sociales nos devuelve a miles de usuarios enfadados, con un sentimiento de desamparo y buscando soluciones. Una de las planteadas es, por ejemplo, pasarse a una cuenta online, pero si eras previamente cliente de este banco también te cobrarán una comisión por apertura de cuenta (no si, por ejemplo, vienes del Santander). Al mirar a los potenciales nuevos destinos de sus ahorros, muchos han empezado a hilar las noticias vistas en estos meses para dilucidar el posible relato: ¿están los bancos concentrándose a lo loco para que al final tengamos que pagar sí o sí por tener en ellos nuestro dinero? La respuesta corta es no, la larga viene a continuación.
Una concentración sin precedentes
Unicaja con Liberbank (en ciernes); Bankia con Caixabank (cerrada); Sabadell con BBVA o Kutxabank (en negociaciones)… y antes de eso el Santander, que compró el Banco Popular en 2017. La banca tradicional está ya metida de pleno en la tercera oleada de uniones entre entidades, una revolución que inició la quiebra de Lehman Brothers. Si antes de 2008 operaban 60 entidades en nuestro país, en la actualidad existen doce grupos, pero los supervisores quieren que se acaben quedando en entre tres y cinco operadores, siendo uno de los deseados el coloso Santander-BBVA.
¿A cuento de qué tantas fusiones? La actividad económica de la gente sigue sin subir, y ya antes de la crisis del Covid se sabía que la morosidad crecería, más aún en este nuevo escenario. Los inversores le reclaman a sus entidades un 10% de rentabilidad frente al 3% que plantea el mercado.
Pero lo más importante es la política de tipos bajos. O para acordarnos de aquellos grandes héroes de hace un par de años, que Silvia Charro y Simón Pérez estaban equivocados: no optes por el tipo fijo. El euribor está hoy en nuevos mínimos históricos, un -0.25%, y los analistas ya están diciendo que la época de tipos altos que se vivían en los años 70 o antes de la última crisis financiera no son la norma histórica, sino posiblemente la excepción que no volverá en un buen tiempo, pese a que era el futuro al que se estaban aferrando los operadores.
Tal vez lo sabían hasta nuestros legisladores, que en la última reforma de la ley hipotecaria añadieron una cláusula por la que los bancos no tendrían que descontar intereses en caso de que los tipos fuesen negativos, como está ocurriendo (y, de hecho, la banca está peleando para no tener que pagársela a los clientes que firmaron hipotecas antes de este cambio, algo que podría ser ilegal ya que la ley no tiene carácter retroactivo).
Sacar de donde no había
Como vienen observando los ciudadanos, los bancos están adelgazando su estructura física, en estos años se han deshecho de un tercio de sus plantillas y de casi la mitad de sus oficinas. La otra baza que queda para sacar rendimientos es, pues, pasarse al cobro de comisiones por servicio (algo que está saliendo bien, ya que han conseguido aumentar sus comisiones netas un 3.6% en lo que va de año) o intentar que un mayor porcentaje de sus clientes se pasen a otros servicios, como la compra de seguros.
La idea, el plan que se propuso desde el BCE, es que si las entidades son más magras y hay entre tres y cinco grupos, la supervivencia estaría garantizada por la propia economía de escala, y también habría un suficiente nivel de competencia entre ellas, más teniendo en cuenta que a la gran banca le salen pequeños bancos que ofrecen otros servicios.
Hacia una revolución digital
Así define The Economist lo que está ocurriendo en las placas tectónicas bancarias de todo el mundo: a día de hoy la banca tradicional mueve el 73% de todo el valor del mercado en servicios bancarios y de los servicios de pago cuando en 2010 movía el 96%. Los mercados emergentes se están adaptando a pasos agigantados, como se puede ver por los experimentos de Somalia o Brasil, pero es algo que también se está trasladando a los usuarios mayores del viejo continente: en abril un quinto de los clientes norteamericanos que nunca había hecho pagos online lo hizo por primera vez.
Casi todo ello ha ido a los servicios más cotidianos, como son las cuentas monedero o intermediarios de las transacciones digitales tipo Bizum, pero hay una competencia entre los operadores digitales por ser los primeros en la carrera por ser los que se establezcan como grandes proveedores de servicios financieros como son los créditos o los seguros.