Al fin acaba de estrenarse en nuestro país Aniqulación, la película dirigida por Alex Garland basada en la estupenda novela homónima de Jeff VanderMeer. Ah, ¿qué no habéis visto los carteles en cines junto a los estrenos de la semana? Claro, es que el filme ni se ha proyectado ni se va a proyectar en salas; solo podrán verla los suscriptores de Netflix, al menos los que vivan en cualquier país del mundo no llamado Estados Unidos, Canadá o China.
¿Se trata de una victoria del gigante de streaming en su imparable conquista del mundo audiovisual, al haber conseguido distribuir una superproducción de este calibre? Bueno, técnicamente sí, pero en realidad no. Para empezar, la peli tiene un presupuesto de 55 millones de dólares, lo cual la deja bastante lejos de los doscientos de Black Panther o los doscientos y pico de Los últimos Jedi.
Ahora bien, la cifra casi triplica al presupuesto de La forma del agua (19 millones), por no mencionar los de Lady Bird (10 millones) o Get Out (4 millones y medio), todas ellas multipremiadas y todas ellas en las pantallas de los cines de España. Además, el reparto de Aniquilación está encabezado por Natalie Portman, quien pasa por ser, después de Jennifer Lawrence, la intérprete femenina más rentable del firmamento hollywodiense.
¿Es una película para listos?
Entonces, ¿por qué la Paramount, como distribuidora del filme, no ha hecho su trabajo, que era, efectivamente, distribuirlo? La razón es descorazonadora: según recogía The Hollywood Reporter, tras uno de los pases privados proyectados el pasado verano, David Ellison, cabeza de la productora Skydance Productions, calificó a la película de ser "demasiado intelectual" y "demasiado complicada". Aunque Scott Rudin, otro de los productores, la defendió con vehemencia, pesó más la opinión de Ellison, tal vez porque Skydance es una de las principales cofinanciadoras de Paramount.
Al final, Paramount resolvió que la cinta solo se proyectaría en los cines de Estados Unidos, Canadá y China, donde la estrenó el pasado 23 de febrero sin apenas publicidad. A cambio, firmó un acuerdo con Netflix para su distribución en el resto del mundo.
Esta decisión conlleva una atroz serie de implicaciones. La primera es que los máximos responsables de una producción cinematográfica consideran que su público es esencialmente idiota. Y la segunda, y posiblemente más importante, es que prefieren que ese público siga siendo idiota. No confían en la capacidad de los espectadores para entender algo "intelectual" o "complicado", y por eso les han retirado la posibilidad de desidiotizarse. Si la gente quiere la misma mierda de siempre, ofrezcámosle solo la misma mierda de siempre, que es la que nos pagan.
En un mundo post-Twin Peaks, es increíblemente obtuso impedir al público general el acceso a contenidos intelectualmente más elaborados o más complejos. Es de una torpeza miope seguir apelando al mínimo común denominador por miedo al fracaso económico. Por un lado, porque esto solo alimenta una rueda de progresiva estupidización del medio: cuanto más dinero invierto, menos riesgo quiero correr; cuanto menos riesgo quiero correr, menos desafíos propongo al espectador y más acomodado se vuelve este.
Pero por otro lado, porque el tiro acaba escupiendo por la culata. Pese a las críticas brillantes que está recibiendo Aniquiliación (bien merecidas, a mi juicio), el filme está naufragando en la taquilla, precisamente por la escasa inversión publicitaria que ha destinado Paramount. Solo falta saber si el boca-oreja entre los suscriptores a Netflix cambia esta tendencia, algo improbable porque el esfuerzo de marketing que está llevando a cabo la compañía es igualmente alejado del que hizo con algunos de sus buques insignia, como Stranger Things o Altered Carbon. Y eso que Aniquilación es probablemente el estreno más caro de su catálogo.
Quién sabe, a lo mejor los espectadores se pierden una experiencia magnífica pero también evitan la otra polémica que ha levantado el filme.
¿Es una película racista?
Desde bastante antes de que se estrenase Aniquilación, varios medios especializados como Vulture o iO9, la acusaron de whitewashing; es decir, de tomar un personaje, que en el libro pertenece a otra raza, y elegir a un intérprete blanco para su adaptación a la pantalla. Curiosamente, la cinta cuenta con uno de los repartos racial y étnicamente más diversos del panorama cinematográfico contemporáneo, más aún cuando se trata de una producción de semejante calibre.
Aparte de la mencionada Portman, en el elenco protagonista aparecen Jennifer Jason Leigh (blanca), Gina Rodríguez (hispana), Tessa Thompson (negra) y Oscar Isaac (hispano); mientras que la nómina secundaria se compone de Tuva Novotny (sueca blanca de ascendencia eslava), Benedict Wong (británico de origen chino) y David Gyasi (británico negro). Además, quienes hayan leído la novela de VanderMeer sabrán que en sus páginas no hay la mínima referencia a la raza de las protagonistas.
De hecho, ni siquiera se mencionan sus nombres, sino que todas son identificadas según su profesión: bióloga, psicóloga, topógrafa y antropóloga.
¿De dónde parte la acusación de whitewashing? Pues exactamente de dos párrafos que VanderMeer escribe en Autoridad, la segunda parte de la novela. Uno describe a la psicóloga en los siguientes términos: "No había ninguna pista de nada personal. Ninguna fotografía de ella con su madre nativa americana, con su padre blanco, o con nadie que hubiese importado en su vida". En cuanto a la bióloga, también en Autoridad aparece lo siguiente: "Tenía el pelo oscuro, cejas gruesas, ojos verdes, una nariz levemente torcida (producto de golpeársela contra las rocas en una caída), y los pómulos altos que hablaban de una fuerte herencia asiática en un lado de su familia".
Teniendo en cuenta que la psicóloga es Jason Leigh y la bióloga es Portman, parece que el caso de whitewashing es claro. Alguien podría decir que la situación está cogida por los pelos, primero porque el filme se desvía sensiblemente del libro; y segundo porque, técnicamente, Alex Garland adapta la primera novela y no la segunda, algo que el propio director alegó para excusarse. Sin embargo, teniendo en cuenta que Garland trabajó codo con codo con VanderMeer en el guión, es difícil que no tuviese conocimiento de las particularidades de la segunda (e incluso tercera) parte de la trilogía.
Así, lo que parece hilar demasiado fino puede ser, en realidad, un análisis completo y en profundidad, una revisión hasta las últimas consecuencias, una deconstrucción de las estructuras hasta sus elementos conformativos para llegar a tomar conciencia de los privilegios y los prejuicios que no habíamos considerado y así evitar situaciones tan indignantes como este whitewashing.
Desmontando el "whitewashing"
¿Seguro? ¿Seguro que estamos llevando el análisis hasta las últimas consecuencias? Sin entrar a valorar a quienes usan a menudo la palabra "deconstrucción" pero no han leído nunca a Derrida o a Heidegger, intentemos no ser como ellos y vamos a profundizar lo máximo posible en el caso de Aniquilación.
En efecto, es muy probable que Garland conociese el arco del segundo libro porque, si bien no se le nombra como tal y su importancia es secundaria, el hombre al que interpreta Benedict Wong tiene ciertas similitudes con el personaje de Control, figura central de Autoridad. Ahora bien, ese personaje es descrito en el libro como latino, específicamente de ascendencia centroamericana. Obviamente, Wong ni es ni parece centroamericano, pero esta circunstancia no ha generado ningún debate y ninguna acusación.
Se diría que las razas y las etnias minoritarias (minoritarias en Estados Unidos, cabría precisar) se pueden tratar de manera indistinta dentro de una amalgama informe a la que llamamos, precisamente, minoría. Da igual que sean hispanos, chinos o árabes; de algún modo, todos son lo mismo.
Esta actitud de enorme superficialidad esconde una condescendencia y un paternalismo perfectamente calificable como racista. Más aún en este ejemplo preciso, porque para llegar a un puesto de mando en una organización científica como el Southern Reach de Aniquilación, es lógico pensar que una persona centroamericana ha tenido muchas más dificultades sociales que alguien de ascendencia oriental, pues estos últimos ostentan un pedigrí entre la comunidad científica estadounidense fuera del alcance de cualquier otra raza o etnia. Un pedigrí que, a menudo, también es prejuicioso.
Pero avancemos sobre el delito principal del que se culpa a Aniquilación: el whitewashing perpetrado por Natalie Portman. Si repasamos la descripción de su personaje nos encontramos con que tiene el pelo oscuro, cejas gruesas, ojos verdes y pómulos altos. Excepto en el color de los ojos, la imagen se ajustaría como un guante al rostro de Portman. La diferencia entre la bióloga de VanderMeer y Portman es que Portman no tiene una "fuerte ascendencia asiática en un lado de su familia". Salvo que sí la tiene. De hecho, Portman es asiática.
Natalie Portman, cuyo verdadero nombre es Neta-Lee Hershlag, es israelí nacida en Israel de padre israelí y madre estadounidense. Y si miramos un mapa, Israel está en Asia.
Asia no es un país, no es un área o un territorio uniforme y maleable. Asia es un continente que incluye multitud de etnias y también de razas, tanto puras como mezcladas. Asia es China, Mongolia, Corea y Japón, pero también es Jordania, Turquía, Pakistán o Israel. La mayoría de quienes han lanzado la acusación de whitewashing son estadounidenses, como también lo es Jeff VanderMeer, si bien él, pese a ser el autor de la novela, no comparte esta denuncia.
Sea como fuere, en Estados Unidos, "asian" se refiere a una persona con ojos rasgados y pómulos altos. Alguien de extremo oriente. En cambio, un británico que se calificase como "asian" probablemente sería nacido en India o Pakistán o tendría familia de esa región.
Por supuesto, "asian" es una convención consolidada en Estados Unidos y, por extensión, en la mayoría del planeta. Pero es una convención que perpetúa la imagen imperialista que tienen los estadounidenses sobre Asia, al considerarla exclusivamente como extremo oriente, sin tener en cuenta todas las diferencias y particularidades de un continente gigantesco. Una visión condescendiente, paternalista y sí, racista. Estructuralmente racista. Que es exactamente lo que son, quizá de forma inadvertida, quienes dicen que el personaje de Portman es whitewashing. Y eso que, en su mayoría, son personas no blancas.
Al fin y al cabo, hace cien años era convención consolidada que los negros eran seres inferiores, y hace cincuenta era convención consolidada que las mujeres no podían disponer de su propio dinero. Si iniciamos un proceso de deconstrucción deberíamos realizarlo hasta el final, aunque eso descubra los prejuicios interiorizados que tenemos. Aunque desmonte el mensaje que queríamos lanzar. Si es que ese mensaje realmente existe.
Una deconstrucción superficial
Porque ese es el problema de esta acusación concreta; que no hay verdadera deconstrucción porque no hay verdadero mensaje. Hace unos días, el actor Joel Edgerton se manifestaba en los siguientes términos sobre la última polémica en la que se había visto envuelta, contra su voluntad, Jennifer Lawrence: "También comprendo la completa hipocresía de quienes escriben estas historias controvertidas sobre ella. Tan solo están intentando agitar una bandera y llamar la atención sobre su propia revista, porque la controversia vende y así es el periodismo ahora".
Exacto. Los redactores que han acusado a Aniquilación de whitewashing solo están disfrazando de análisis una maniobra intelectual, una manipulación de la narrativa para llegar hasta donde quieren llegar. Y donde quieren llegar es precisamente a la palabra whitewashing, porque esa palabra es mucho más llamativa que una reflexión profunda sobre el problema del racismo en Hollywood. Una bandera refulgente con la que agitar la indignación. Y en esta era de la indignación, la indignación significa clicks y significa dinero.
Cuando alguien ondea la bandera del whitewashing de una forma tan superficial como en el caso de Aniquilación se despreocupa de que el problema del racismo en Hollywood no es una palabra, sino el hecho de que las productoras consideran que solo una persona blanca es lo suficientemente rentable para protagonizar su película. Que el protagonista, por defecto, y si no hay una referencia directa a su raza, es blanco.
Porque salvo excepciones como Denzel Washington, Will Smith o Halle Berry, la mayoría de los intérpretes de mayor caché son blancos. Porque la inmensa mayoría de los directores son blancos y, sobre todo, la práctica totalidad de puestos de decisión en las productoras está ocupada por hombres blancos.
Como casi siempre, los cambios se producen poco a poco y no tanto por una actitud integradora sino por una cuestión de rentabilidad. Las productoras se están dando cuenta de que la población no blanca es un nicho de público descuidado y están apelando a él. Puede parecer espurio pero el beneficio es palpable y no solo para ese público, sino para todos. Un buen ejemplo es la nueva trilogía de Star Wars, protagonizada por una blanca, un hispano y un negro. Como también lo es Aniquilación, por mucha indignación que pretendan sacudir quienes la acusan de whitewashing.
Porque lo verdaderamente indignante es que, para conseguir clicks, y supuestamente bajo el manto de la justicia social, se haya agitado el boicot a un filme protagonizado por mujeres de toda raza y etnia, y en el que él único hombre blanco aparece durante poco más de diez segundos de todo el metraje. Una película que, además, ya había sido autoboicoteada por la propia productora.
Yo solo espero que la vea todo aquel que tenga la posibilidad de hacerlo, porque es una experiencia bellísima y el único esfuerzo intelectual que requiere es el disfrute de que no te traten como un idiota.