Un año después de tomar posesión como presidente de los Estados Unidos, el muro de Donald Trump aún no es una remota posibilidad en el horizonte. Tan verbal promesa electoral sigue sin cristalizar, pero en ciudades como San Diego ya hay prototipos de varios kilómetros que sirven de precedente. Las teorías sobre cómo financiarlo se esparcen por doquier, y el proyecto, a priori, sigue en pie. Pese a todo.
Desde otras partes del planeta la cuestión es relevante, pero quizá no lo suficientemente comprendida. ¿Cómo de largo puede ser un muro, al fin y al cabo? En España, por ejemplo, hay dos: uno en Melilla y otro en Ceuta, pero son muy cortos. En Hungría una valla protege la frontera con Croacia. Calais también está pertrechado. La frontera de Ucrania con Rusa está dividida por una tenebrosa barrera. En otros puntos del mundo, hay países totalmente amurallados.
La escala del proyecto de Trump no tiene parangón. Pese a que hay ejemplos y precedentes en todos los continentes, la idea de cerrar al libre tránsito miles y miles de kilómetros fronterizos entre dos países es inusual. Tanto, que si trasladamos las proporciones del proyecto a otro lugar (como por ejemplo Europa), caemos en el carácter megalómano, gigante y desproporcionado de la idea.
Este mapa explora esta idea. Copiado y pegado sobre el mapa del viejo continente, el muro de Trump se alargaría desde París hasta la costa del Mar Negro, en las cercanías de la desembocadura del Danubio. De hecho, la silueta que sigue el muro es similar (casualidades de la orografía) a la del curso del gran río continental, atravesando o acercándose algunas de las ciudades europeas a las que baña. En última instancia, el muro va a morir en las costas búlgaras.
En total, 3.100 kilómetros que dividirían a Europa en dos mitades. Lo haría, además, atravesando un puñado largo de países: Francia, Alemania, Austria, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Serbia, Rumanía y Bulgaria. En el camino, la totalidad de los Balcanes habrían quedado desgajados de los países eslavos del norte, y la brecha entre el sur y el norte de Europa se habría hecho explícita hasta puntos jamás imaginados.
El muro, en suma, haría del muro invisible entre la Europa capitalista y comunista un feliz recuerdo.
En un formato más simple, la propuesta de Trump es similar. Partir en dos un continente en el que, avatares de la historia, tan sólo dos países se verían afectados. En su caso, el muro seguiría el curso de otro río, el Grande, cuya existencia plantea numerosos problemas para su construcción (desde el variable cauce de los ríos hasta cuestiones derivadas de la propiedad de la tierra en las cercanías del curso fluvial). El resultado sería idéntico: poner una barrera allí donde no la hay.
Por el momento es complicado saber si la idea se concretará en algo tangible. Por lo que sabemos, el proyecto sería extremadamente caro: los prototipos instalados en San Diego han costado ya casi un millón de dólares. Hacer lo propio con una frontera vastísima de 3.000 kilómetros dispararía el coste de las obras. Al abundante material empelado (siendo el cemento el principal) habría que sumar, en muchos casos, el costo de crear nuevas carreteras e infraestructuras para llevar las obras a puntos remotos e inhabitados.
En la actualidad, gran parte de la frontera entre Estados Unidos y México ya está vallada. La expansión y fortificación de la misma y los 1.000 kilómetros de nueva construcción harían que, según las estimaciones más bajas (las de la propia adminsitración Trump), el muro se cobrara 12.000 millones de dólares. Otros informes revelan que el precio podría duplicarse con facilidad, llegando hasta los 25.000 millones de dólares.
En esencia, es el precio a pagar por vallar y amurallar medio continente. Un proyecto que, en Europa, llevaría tan lejos como de París a Bucarest.