A partir de hoy y por un periodo aún indeterminado, más de 800.000 vecinos de Madrid han quedado confinados en el interior de sus barrios. Se trata de la mayor restricción de movimientos implementada en España desde el fin del Estado de Alarma. De su éxito o fracaso depende el destino de una ciudad y una región, Madrid, a la cabeza de Europa en incidencia acumulada y número de contagios. Un experimento (casi) inédito en España, pero puesto en marcha ya en otras ciudades.
Pekín. El primer ejemplo es la capital china. A mediados de junio las autoridades detectaron un rebrote en el mercado de Xinfadi, proveedor de hasta el 80% de los alimentos frescos de la ciudad. De forma inmediata, una treintena de barrios (la ciudad cuenta con más de 7.000) fueron puestos en cuarentena. Las medidas fueron más porosas de lo que cabría imaginar. China aplicó confinamientos duros, similares al de Wuhan, en otras regiones rurales. En Pekín fue más flexible.
Cómo funcionó. Se explica larga y detenidamente en este artículo de The Conversation:
- La primera respuesta fue individual. El gobierno acotó al máximo el número de personas en contacto con el mercado. Los rastreadores llamaron puerta a puerta y las empresas se vieron obligadas a exigir un listado de localizaciones a sus empelados.
- La segunda, gradual. Los contactos estrechos fueron confinados en centros específicos. Las escuelas cerraron y las redes de transporte se paralizaron brevemente. Se realizaron miles de pruebas y se desinfectaron los lugares donde se registraron contagios.
- Y la tercera, local. En base al rastreo, las autoridades establecieron dos tipos de restricciones. En los barrios más afectados y con mayor número de casos, un confinamiento perimetral (pero no absoluto, como en Wuhan); en los demás, un control más laxo.
Las medidas. En la treintena de vecindarios sometidos a controles "estrictos" las salidas y entradas quedaron prohibidos. Todos sus residentes se sometieron a pruebas PCR y quedaron bajo observación domiciliaria. En los barrios menos afectados se introdujeron controles (ya fuera mediante tomas de temperaturas o mediante la ya célebre aplicación de colores del gobierno) para furgonetas de reparto, cuidadoras y otros servicios. La ciudad no se paró. Restaurantes y tiendas siguieron abiertas.
¿Funcionó? Sí. Muchos barrios salieron del nuevo confinamiento en cuestión de días. A principios de julio todas las restricciones se habían levantado. Las autoridades introdujeron requisitos específicos para las zonas afectadas, como mascarillas obligatorias o distancias de seguridad extendidas. La respuesta descentralizada y gradual de Pekín funcionó con rapidez, ahorrando una paralización total de la capital (una que el gobierno deseaba evitar por su impacto económico.
Melbourne. Poco después, Melbourne, al sur de Australia, afrontó un dilema similar. Diversos brotes localizados amenazaban con extenderse por toda la ciudad. El gobierno de Victoria (regional) optó por confinar primero por distritos postales: diez grandes barrios quedaron confinados. Sus residentes sólo podrían salir de casa para trabajar, hacer deporte, hacer la compra o necesidades de tipo sanitario. Medidas muy restrictivas y similares a las adoptadas por todos los países en marzo.
Escalada. ¿Funcionó? No dio tiempo. La mayor parte de Victoria quedó sometida a controles de distinto grado en julio, incluido la totalidad de Melbourne. A principios de agosto, todo el área metropolitana de Melbourne entró en "fase cuatro", la más restrictiva de cuantas tenían a su disposición las autoridades. Este artículo de The Guardian desarrolla el grueso de las limitaciones:
- Las salidas del hogar sólo están permitidas bajo cuatro supuestos: trabajo, cuidados, compras y deporte. Ningún residente puede alejarse más de 5 kilómetros de su casa (aunque para ciertas actividades deportivas puede utilizar el área metropolitana.
- Las visitas a domicilios particulares quedaron prohibidas. A partir del 13 de septiembre, el gobierno permitió la creación de "burbujas sociales".
- Todos los restaurantes y comercios quedaron cerrados al público, aunque pudieron operar a domicilio. Las tiendas minoristas y otros servicios siguieron abiertas (con limitaciones al aforo) y los eventos culturales quedaron cancelados.
Un confinamiento duro. Uno que sigue en pie y que se extenderá por todo septiembre y durante buena parte del otoño, en función de cómo evolucione la epidemia. Tan prolongado periodo ha provocado que las protestas proliferen.
¿Ha funcionado? Sí y no. Las autoridades no quieren correr riesgos innecesarios. Los contagios se han cortado drásticamente, como sucediera en Europa en primavera. Pero para algunos expertos han pecado de celosas: confinamientos similares al de Pekín, más graduales y localizados en los puntos de transmisión (sabemos que el virus no se expande de forma homogénea) habrían tenido un impacto igual de significativo, sin cercenar la vida social y económica del área metropolitana.
En España. Por último, dos referentes cercanos: Palma y Zaragoza.
La primera impuso a principios de septiembre un confinamiento perimetral en cuatro barrios, Son Gotleu, Can Capes, la Soledat Nord y Son Canals. Sus residentes (más de 23.000) pueden desplazarse dentro de él, pero no salir a otros. Las terrazas y los restaurantes siguen abiertos, aunque con un aforo del 50% y una limitación horaria (22:00). Reuniones de más de cinco personas, prohibidas. Diez días después aplicó idénticas medidas en Arquitecto Bennàssar (durante dos semanas).
Y la segunda optó por un modelo mucho más flexible. En lugar de cerrar el mayor barrio de la ciudad (Delicias, con más de 100.000 habitantes) hizo un seguimiento específico de los contagiados y de sus contactos estrechos. Reforzó la vigilancia policial en los inmuebles y en las calles. Un modelo más quirúrjico de difícil aplicación en Madrid. El tiempo dirá si, como en Pekín, los confinamientos de barrio han funcionado.
Imagen: Sergio R Moreno/GTRES