Cuando Isabel Díaz Ayuso firmó la disolución de la Asamblea de Madrid, mociones de censura al margen, activó el mecanismo de repetición electoral. En España, en condiciones normales, todos los comicios se celebran en domingo. Pero estas no son condiciones normales. La ley madrileña (11/1986) es muy específica en los tiempos que debe seguir el ciclo electoral en caso de convocatoria extraordinaria: decretada la disolución parlamentaria, las elecciones tendrán lugar "el día quincuagésimo cuarto" posterior a la convocatoria.
Es decir, 4 de mayo. Martes.
¿Es habitual? No. Al menos durante las últimas décadas. Todas las comunidades autónomas están obligadas por ley a celebrar las elecciones en domingo. Sucede que las extraordinarias van por otro camino. Las últimas convocadas un día laborable datan de 2017, convocadas de urgencia por Mariano Rajoy una vez intervenida la Generalitat de Catalunya tras los convulsos episodios de octubre. Se fijaron para un jueves y la participación subió cuatro puntos porcentuales.
Los antecedentes. Esto es así sólo desde mediados de los ochenta. Durante los primeros años de la democracia, de hecho, la norma era votar entre semana: el referéndum para la reforma política de 1976 se celebró un miércoles (78% de participación); las elecciones generales de 1977, también (79%); el referéndum constitucional de 1978, también (67%); las elecciones generales de 1979 cayeron en jueves (68%); así como las generales de 1982 (80%). Tenemos que viajar hasta 1983, año de las municipales, para encontrar los primeros comicios en domingo (65,7%).
En la Comunidad de Madrid, de hecho, se seguiría votando entre semana hasta 1987 (las últimas elecciones que no ganó el PP). Lo errático de la jornada electoral siempre fue objeto de críticas (véase esta carta al director de El País publicada en 1978), y el sistema se acompasó a la mayoría de Europa trasladándolas progresivamente al domingo.
¿Por qué? Por comodidad. El Real Decreto 605/1999 establece permisos extraordinarios para los trabajadores en caso de que tengan que acudir a las urnas en plena jornada. En función de tus condiciones laborales tendrás entre dos y cuatro horas de permiso retribuido. La ley fija criterios específicos a analizar en cada caso, pero la lectura es clara: votar un martes obliga a interrumpir la economía en significativos lapsos de tiempo. Lo que puede desincentivar (para empleador y empleado) acudir a las urnas.
El debate. Esa es al menos la teoría. Es muy abundante en Estados Unidos, país de infinitas peculiaridades. Como es bien sabido, las elecciones presidenciales siempre se celebran el primer martes de noviembre. Se trata de una fecha adoptada en 1845 que obedece a la necesidad de los granjeros, por aquel entonces muy devotos, de ejercer su derecho sin alterar ni su sustento económico ni sus días de guardar. El martes no había misa ni mercado y se podía viajar el día de antes (en carruaje, por caminos) sin interrumpir ni lo uno ni lo otro.
Sucede que esta costumbre se ha mantenido hasta hoy en día. Algunos analistas han querido ver en el voto-laborable de Estados Unidos el motivo de su histórica desmovilización política: las presidenciales no pasan del 70% de participación desde 1900, y es habitual que caiga por debajo del 60%. Cifras que palidecen respecto a Europa.
Al finde. ¿Arreglaría el asunto celebrar los comicios en domingo? Este estudio de 2017 se vale de una encuesta y del cruzado de distintas variables para extrapolar los hipotéticos resultados de las elecciones estadounidenses al domingo. Su conclusión: sí, declarar festivo el día de las elecciones ayudaría a que más gente fuera a votar. Otros sondeos para Reino Unido, país acostumbrado a votar el jueves, revelan similares preferencias. La gente parece estar más predispuesta al voto un domingo.
La disputa. Ahora bien, ni un sondeo es la prueba del algodón ni correlación implica causalidad para la comparación entre Europa y Estados Unidos. Como se analiza en este artículo del Washington Post, la evidencia sobre votar en fin de semana es mixta o tibia: por un lado, el comportamiento de los votantes es habitual y no cambia de un día para otro, lo que obligaría a analizar el impacto del cambio de fecha en el largo plazo; por otro, el análisis de los países donde se ha pasado al fin de semana no revela un patrón consistente o cambios muy significativos.
El propio gobierno estadounidense ha analizado la cuestión para llegar a la conclusión de que pasar al domingo no cambiaría gran cosa. Los motivos de su abstencionismo son más estructurales. En general, facilitar el voto hace la vida más fácil al votante, pero no tiene por qué movilizar (o desmovilizar) a grandes bolsas de población por sí mismo.
El coronavirus. Encontrar una correlación entre la jornada del voto y la participación, como vemos, es complicado. Operan demasiadas variables. Sucedió en Cataluña en 2017: la participación subió porque el clima político estaba muy crispado y las elecciones se interpretaron como un todo o nada. No importó que fuera laborable. Tampoco durante los primeros años de democracia, cuando la extraordinaria coyuntura favoreció altas participaciones (en días laborables.
Y podría suceder lo inverso en Madrid: la abstención puede aumentar porque el covid desincentiva acudir a un espacio cerrado con otros desconocidos donde la percepción de seguridad es menor. Ha sucedido en País Vasco, Galicia y Cataluña, las otras tres comunidades que han celebrado comicios desde el inicio de la pandemia. Caídas de 9, 4 y 27 puntos porcentuales respectivamente. En este contexto, atribuir al día laborable un efecto en el resultado será difícil.
Imagen: Adrià Salido Zarco/GTRES