Miles de refugiados se agolpan en las fronteras de Siria. La crisis monopoliza los informativos y la agenda internacional de los estados de la UE. Muchos de ellos provienen de Siria y huyen de la tormentosa guerra civil que ha despedazado el país durante los últimos cuatro años. Otros provienen de otros rincones del mundo igual de convulsos. Es la mayor crisis de refugiados a la que se ha enfrentado Europa en los últimos setenta años. Pero, ¿cuál fue la última y cómo se lidió con ella?
Los alemanes y otras minorías expulsadas en 1945
Como en casi todo lo relativo a cuestiones bélicas europeas, para responder a la anterior pregunta es obligatorio remontarse hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Tras cinco años de conflicto, el continente había quedado, de nuevo, arrasado. Miles de personas no tenían dónde vivir porque sus ciudades, sus pueblos, sus casas, habían sido destruidas. Otras no podían vivir en el lugar donde lo habían hecho porque ya no eran bienvenidos. Resultado: millones de desplazados y refugiados.
La mayor parte de ellos eran alemanes étnicos viviendo en otros países del continente, protagonistas absolutos de la última gran crisis de refugiados europea. Antiguos habitantes de los grandes imperios territoriales del Este de Europa, las poblaciones y gobiernos locales decidieron expulsarlos como represalia a los crímenes nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Más de 11 millones se vieron forzados a marchar a Alemania, país en ruinas y colapsado, ocupado por las fuerzas aliadas e incapacitado para hacer frente a semejante volumen de nuevos pobladores.
Junto a ellos, otros millones de personas fueron movidas a fuerza de represión o por propia voluntad, huyendo de peligros mayores. Todos los países europeos se deshicieron de sus minorías étnicas (húngaros, serbios, ucranianos, albaneses) a la fuerza. Al igual que los alemanes étnicos, dejaron sus lugares de origen y se embarcaron, en un continente hostil y devastado, hacia la incertidumbre. Lo hicieron de forma masiva y en medio del caos, en la más cruda e inmediata posguerra europea.
No fue hasta varios años más tarde cuando el gran problema de los refugiados llegó a su fin en casi todos los países de los continentes (y tras grandes esfuerzos logísticos y económicos con el objetivo de reasentar a todos ellos por parte de las potencias vencedoras). Con todo, la experiencia fue traumática, provocó numerosos conflictos locales y muertes y despojó a millones de europeos de los históricos asentamientos en los que habían vivido durante centenares de años.
Un continente mezclado y a punto de explotar
¿Por qué pasó? Por la confluencia de varios factores. Por un lado, la especial crudeza del conflicto, más largo y destructivo que la Primera Guerra Mundial. Por otro, el particular mapa étnico y político de la Europa de principios de siglo XX. Tras la Gran Guerra, los grandes imperios multinacionales de Europa del Este y de Europa Central desaparecieron. Tras ellos, nacieron nuevas naciones: Checoeslovaquia, Polonia, el Reino de Yugoslavia, los estados bálticos, Finlandia, etcétera. Heredaron los problemas de los imperios: minorías étnicas y una natural inestabilidad política.
En esencia, cambiaron las fronteras, pero las poblaciones apenas se movieron. Veamos cómo era Europa antes de la Primera Guerra Mundial:
Y ahora echemos un vistazo al mapa de 1919.
¿Qué significa que las poblaciones permanecieran viviendo en el mismo lugar que antes? Que el crisol de etnias y lenguas de Europa del Este pervivió, con todos sus problemas asociados. Al contrario que los países de Europa occidental, homogéneos a nivel étnico desde siglos atrás, los nuevos estados del este contaban con múltiples minorías. Polacos, chechos, eslovacos, rutenos, húngaros, serbios, croatas, rumanos, rusos, lituanos, judíos: todos ellos se mezclaban entre sí.
Esto, por ejemplo, era Polonia en 1931.
A todos ellos, además, hay que añadir otra minoría étnica esparcida por toda la cuenca del Danubio: la alemana. A la postre, cuando la Segunda Guerra Mundial finalizara, sería la más perjudicada por los desplazamientos masivos de población. Los alemanes étnicos habían vivido durante siglos en esos otros países: hablaban alemán, pero no pertenecían como ciudadanos al Imperio Alemán. Y muchos países del este contaban con bolsas de minorías, cuya herencia cultural aún perdura.
Sobre este mapa del antiguo Imperio Austrohúngaro podemos comprobar hasta qué punto la dispersión de alemanes a lo largo de Europa del Este iba a suponer un problema después de 1945. Todas las bolsas color carmesí representan a poblaciones de habla alemana. En el mapa no se incluyen las fronteras del antiguo Imperio Alemán, mucho más grande que la actual Alemania, donde vivían mayoritariamente germanoparlantes y que también serían desplazados (luego veremos qué pasó con la frontera entre Alemania y Polonia y qué problemas acarreó).
Durante la Segunda Guerra Mundial, las eternas tensiones étnicas entre europeos se exacerbaron. Las disputas nacionalistas fueron azuzadas por los nazis, que encontraron grupos étnicos sobre los que apoyarse en su dominación del continente. Cuando los nazis cayeron empujados por las fuerzas aliadas, se produjeron los irremediables conflictos civiles: entre ucranianos y polacos, entre polacos y alemanes, entre búlgaros y griegos, entre serbios y croatas, entre todos contra los alemanes.
Además, los nazis movieron a millones de personas por todo el continente. En Alemania había alrededor de siete millones de trabajadores esclavos de todas las nacionalidades. En los campos de concentración se amontonaban los supervivientes. Todos ellos debían volver a casa, pero muchos de ellos no querían o simplemente no tenían a dónde volver. Y como consecuencia de la dominación alemana, los alemanes étnicos del resto de Europa ya no eran aceptados en los países liberados. Y había muchos: se calcula que más de 11 millones. Todos, sin excepción, fueron a Alemania.
Repatriaciones y desplazamientos masivos
De modo que los estados liberados europeos contaban con millones de personas dentro de sus fronteras a las que no querían cobijar, pero casi ninguno de ellos tenía ni los medios ni el interés en realizar un desplazamiento masivo ordenado. El resultado, en un continente arrasado, fue dramático. Especialmente en Alemania, que tuvo que acoger a más de quince millones de personas en un país ocupado y desmantelado a todos los niveles. La situación era desbordante.
En Alemania, además, se daba una circunstancia aún más extraordinaria: perdió todo su antiguo territorio al este de Berlín, poblado por 7 millones de alemanes. La Unión Soviética había decidido quedarse con la porción de Polonia habitada por bielorrusos. Y las potencias aliadas decidieron desplazar a Polonia en el mapa hacia el este (de forma literal). Los perjudicados fueron los ciudadanos alemanes, que vieron cómo, de forma repentina, ya no vivían en su país. Fue el único movimiento fronterizo masivo posterior a 1945, y provocó la expulsión de dichos alemanes.
Todos ellos se dirigieron a las ciudades germanas, arrasadas y sin capacidad logística para asentar y recolocar de forma efectiva a los nuevos alemanes, que sólo lo eran en condición de su lengua, pero no de sus costumbres ni de su historia. Algunas regiones del país ganaron un 25% de población en los años siguientes a la guerra. Al estar Alemania destruida, muchos refugiados languidecían en los campos de refugiados y no tenían oportunidades para encontrar cobijo o alimento. Muchos murieron.
El desplazamiento de todas las minorías se hizo en muchas ocasiones de forma represiva, especialmente en el caso de los alemanes en Polonia y otros países
El desplazamiento de todas las minorías se hizo en muchas ocasiones de forma represiva, especialmente en el caso de los alemanes en Polonia y otros países, y en un ambiente hostil. A nivel logístico, la Cruz Roja y la Administración de Socorro y Rehabilitación de Naciones Unidas cargaron con el trabajo. Gracias a un sistema de más de 700 campos de refugiados repartidos por toda Europa Occidental, la UNRRA logró dar alimentos y asistencia a una gran parte de los refugiados. Sin embargo, sólo operaban en países controlados por las fuerzas aliadas occidentales.
En el este las cosas se desarrollaron de distinto modo. Se produjeron desplazamientos de húngaros, yugoslavos de toda condición, bálticos, rumanos o finlandeses. Polonia puso fin al problema de su minoría ucraniana con la Operación Vístula, en la que dispersó a su población por el resto del país con el objeto de destruir su identidad y sentido de comunidad. Miles de trabajadores esclavizados y liberados en Alemania no querían volver a sus países de origen sabedores de las represalias que les esperaban, pero los rusos fueron deportados por los aliados en contra de su voluntad.
Todo este proceso se desarrolló en un contexto de derrumbe moral del continente, donde la violencia estaba a la orden del día, y dentro de estados aún por reconstruir que tenían pocos recursos para ayudar a los millones de refugiados y desplazados. Fue la tónica de la postguerra, y causó miles y miles de muertes después de la guerra. Ya fuera en campamentos improvisados, en ciudades en ruinas o en campos organizados, los refugiados viajaron y se instalaron en condiciones paupérrimas.
Finalizado años después el movimiento masivo de personas, los mapas europeos de más arriba habían caducado. Casi todos los estados se convirtieron en estados-nación homogéneos, con excepciones (Eslovaquia no obtuvo permiso para deportar al resto de húngaros que no pudo expulsar, y la minoría aún puebla el sur del país; en los Balcanes aún hay numerosas minorías étnicas). Desde entonces, el problema de los refugiados nunca había vuelto a alterar la conciencia de los europeos. Hasta que la guerra civil siria los ha puesto de actualidad de nuevo.