La guerra más antigua del mundo comenzó hace más tiempo del que podemos recordar: justo cuando empezó la reproducción sexual. Porque sí, la guerra de los sexos existe (¡vaya, que si existe!) y atraviesa especies, ecosistemas u líneas temporales.
Hasta hace poco, si cogíamos a un experto y le pedíamos que nos hablara de algún ritual de apareamiento, lo más probable es que lo pintara como un affaire armonioso que ayudaba a machos y hembras a coordinar sus "apetitos sexuales". Y un jamón. En realidad, especie tras especie, el sexo es un conflicto de intereses tan brutal que inició una 'carrera armamentística' sin parangón que, en fin, nos ha traído hasta donde estamos.
El conflicto sexual como constante en la evolución
En concreto, el acoso masculino es un ejemplo clásico de cómo el conflicto sexual impulsa adaptaciones específicas en el comportamiento de las hembras. Al fin y al cabo, las grandes perjudicadas de una violación siempre son las mujeres. En consonancia, y miremos casi cualquier especie que miremos, podemos ver cómo la conducta de las hembras trata de evitar que el acoso masculino tenga éxito.
Lo sabíamos de la conducta, pero hasta ahora no se había investigado directamente qué papel tenía el conflicto sexual en la evolución de cerebro. Gracias a Pablo Malo, nos enteramos de que un equipo de investigación de Suecia y Australia ha descubierto, manipulado artificialmente el tamaño de los genitales de los peces macho, que esto afecta al cerebro de las hembras, 'haciéndolo' más grande.
El tamaño sí importa
Algunos peces tienen lo que conocemos como 'gonopodio'. Una aleta anal modificada que por su movilidad permite a los machos fertilizar a las hembras. En algunas especies puede llegar a ser desproporcionadamente grande y, como podéis imaginar, la longitud del gonopodio está relacionada con la capacidad de los machos para fertilizar a las hembras sin, digamos, su consentimiento.
El experimento ha consistido en ir seleccionando poblaciones de un pez, el Gambusia holbrooki. En una población se dejaban sólo peces con gonopodios más largos y en otra con los más cortos. Con ese 'patrimonio genético' ya seleccionado se dejaba a las poblaciones que evolucionaran por su cuenta.
Por analogía con el hecho de que las especies de presa suelen tener cerebros relativamente más grandes que sus depredadores, los investigadores pensaban que, como respuesta evolutiva a los grandes gonopodios, las hembras acabarían teniendo cerebros más grandes, pero los machos no. Así fue; algo que no ocurría en las poblaciones de menor tamaño.
Estos hallazgos sugieren que existe una relación positiva entre el tamaño del gonopodio de los machos y el tamaño del cerebro de las hembras. Posiblemente, explican los investigadores, esta relación está ligada al aumento de la capacidad cognitiva de la hembra para evitar la coerción masculina.
O igual no importa tanto
Los autores, coincidiendo con prácticamente toda la comunidad biológica y etológica, creen que el conflicto sexual es un factor importante en la evolución de la anatomía del cerebro y en la capacidad cognitiva. Y es importante subrayar dos cosas: una, que no tiene por qué ser así (es decir, no caigamos en la falacia naturalista) y, dos, que hablamos de conflicto sexual sea cual sea su forma.
Este tipo de experimentos nos ayudan a estudiar mecanismos y tradeoff evolutivos. Pero si queremos usarlos en términos comparativos tenemos que sustraernos del asunto concreto. Por ejemplo, en el caso del ser humano, el tamaño del pene no es, per se, un factor que facilite el éxito de una violación. La fuerza física sí; la mezquindad moral también; pero el tamaño del pene (siempre y cuando se mantenga en los límites de lo razonable) no.
En cada especie el conflicto sexual tiene una dimensión muy distinta (y no siempre se parece al de las pobres poblaciones de Gambusia holbrooki), pero este tipo de estudios nos dan una idea muy clara no sólo de la existencia de dicho conflicto, sino de su impacto real en la vida (y hasta en la anatomía) de las hembras.
Imágenes | Wapster, renee_mcgurk