La industria discográfica ha sufrido una transformación radical durante las últimas dos décadas. Desde la cima de su poder comercial y monetario, a principios del cambio del milenio en pleno reinado del CD, hasta su virtual destrucción en un abrir y cerrar de ojos apenas diez años después. Un periodo de tiempo turbulento y prolongado que ha revolucionado la estructura económica de la música. El dinero ya no está en la venta de copias físicas, muy disminuidas y apenas relegadas a un carácter simbólico por medio del vinilo, sino en los conciertos, en la proyección mediática y muy especialmente en el streaming.
El advenimiento de plataformas como Spotify o YouTube ha provocado que los patrones de consumo cambien. Los seguidores de uno u otro grupo ya no pasan tanto tiempo escuchando sus trabajos en largo como canciones sueltas que se vuelcan en los servicios de streaming a modo de acontecimiento. Llegar al top de tendencias en YouTube o colarse en las listas de reproducción fabricadas por Spotify es más importante hoy, o al menos igual de importante, que poner un disco cualquiera en los charts de Billboard (salvo fenómenos concretos, como Tool). Esto, obvio, tiene consecuencias económica de gran calado.
La principal: hoy el 80% de los ingresos que obtiene la industria musical provienen ya de las plataformas digitales. Es la parte mayoritaria de un pastel que ha cambiado por completo la relación de los artistas no sólo con sus seguidores, sino también con sus sellos discográficos y con los servicios de streaming. La industria ha perdido el control de la distribución, como ya sucediera con los medios de comunicación, y ahora depende de un factor externo para comunicarse con una audiencia global. Más jugosa y rentable, pero también más hipotecada a un intermediario.
¿Qué significa esto? Que si bien sigue habiendo dinero, su reparto es más ajustado, lo que hace que las escuchas, y no tanto las ventas, se conviertan en la clave de bóveda del éxito (económico) de un artista. El debate ha puesto el foco en lo que pagan las plataformas digitales a los músicos, un debate ya viejo y que ha motivado quejas de músicos de toda condición (incluidos los menos indicados para ellos, como ya evidenciara Taylor Swift tras su espantada y posterior regreso a Spotify). Hoy es clave no sólo llegar a una persona, sino conseguir que repita cuantas más veces sea posible.
En paralelo, los servicios de streaming compiten entre ellos por arrastrar cuanto más público sea posible. Y también artistas. No todas las plataformas remuneran igual cada escucha. Existen grandes diferencias entre lo que puede obtener un músico colocando sus canciones en YouTube y en Tidal. VisualCapitalist, una publicación dedicada a difundir y crear gráficos que explica las escalas económicas del mundo moderno, ha ilustrado las diferencias entre unos y otros en esta magnífica ilustración. Estas son las escuchas que necesita un artista para ganar 1$ en cada plataforma.
Sorprendentemente, el número uno lo ocupa Napster. Primer dardo envenenado a la estructura tradicional de la industria discográfica, hoy se ha reconvertido en un servicio de streaming en toda regla. Con 53 escuchas cualquier músico que haya subido su material a la plataforma obtendría 1$. Le sigue Tidal, financiada por Jay-Z y un grupo reducido de artistas estadounidenses, con 80 escuchas. Apple Music ya queda algo más lejos con 136 escuchas; Google Play se va a las 147; Deezer a las 156; y Spotify da un salto notable y sube el umbral a las 229 escuchas.
A la cola se ubican Amazon Music (249 escuchas), Pandora (752) y ya lejísimos YouTube (1.449).
Es decir, si un músico cualquier obtiene 1.000.000 de reproducciones en alguna de las plataformas anteriores sus ganancias serían las siguientes: $12.500 en Tidal; $7.300 en Apple Music; $4.300 en Spotify; $690 en YouTube. El millón de reproducciones es un umbral razonablemente alto que da buena cuenta del éxito viral de cualquier artista. Hasta allí sólo llegan los más grandes, o fenómenos muy localizados y concretos. YouTube es sin duda el ecosistema menos rentable para los músicos. Spotify uno que mes a mes (algo imposible dado el interés decreciente de cualquier lanzamiento) podría habilitar a un sueldo digno. Pero poco más.
VisualCapitalist ha partido de los datos recopilados por The Trichordist, y es una aproximación, dado que no todas las plataformas son transparentes en su modelo de remuneración. El valor de una reproducción oscila entre los $0,019 de Napster y los $0,00069 de YouTube, sin duda el servicio menos atractivo para cualquier artista (fruto de su diversificado modelo de negocio). Precios bajos explicados por las tasas y los porcentajes que se queda cada plataforma, la discográfica y sus servicios asociados. Es una larga cadena a alimentar, y los ingresos disminuyen de arriba a abajo (donde suele estar el artista).