El Acuerdo de Nochebuena puso fin al temor que había condicionado todas las negociaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido desde aquella fatídica madrugada de 2016: un Brexit a las bravas. Limadas las asperezas y reconciliadas las posiciones, el continente y el archipiélago fijaron un marco normativo para seguir comerciando a corto plazo. Todas las apocalípticas previsiones que habían salpicado el debate político y económico desde el referéndum pasaron a ser un mal recuerdo.
Pero nada de esto significa que el comercio entre los dos bloques vuelva a la normalidad.
Lo ha vivido Reino Unido durante los últimos días. Los canales comerciales con Europa siguen abiertos y exentos de aranceles, pero a intercambios antaño sencillos y directos debemos sumar ahora estrictos protocolos burocráticos. El marisco y el pescado capturado en las costas de Cornualles está obligado a superar requisitos sanitarios que retrasan sus entregas, provocando su podredumbre; las manufacturas artesanales elaboradas en las islas afrontan ahora semanas y semanas de retrasos en las entregas, perdiendo competitividad con las continentales.
Un drama económico sintetizado en un 68% menos de exportaciones al continente desde que se certificara el Brexit. Los camiones llegan repletos desde Europa y se marchan vacíos, si es que se marchan. Es un proceso en el que la Unión Europea también pierde. El ejemplo más claro es la vacuna de Astra/Zeneca: Reino Unido negoció por adelantado y por su cuenta, asegurándose un suministro también favorecido por las plantas de la farmacéutica en suelo británico. Agotado el fantasma del "no deal" todo sigue siendo confuso, complicado, laborioso.
La lectura más elemental de lo sucedido en las seis primeras semanas del año es... Que todo el mundo pierde. Que el Brexit es la elección de un fracaso para todas las partes implicadas. Este gráfico de VisualCapitalist pone cifras a la magnitud del potencial fracaso. Analiza el volumen de importaciones y exportaciones de cada estado miembro con Reino Unido (y de Reino Unido con cada uno de ellos). En el camino evidencia los nodos económicos que unen al continente con el archipiélago, y todo lo que podrían perder si, en lugar de colaborar, compitieran entre ellos.
El primer perjudicado, ya lo sabemos, sería Reino Unido. Su déficit comercial con Europa es de unos €100.000 millones (nos compra mucho más de lo que le compramos a él), lo que se traduce en una mayor dependencia comercial. ¿De quién y hacia quién? Su principal socio es Alemania. Representa el 20% de sus compras a la Unión Europea (importaciones) y el 18,9% de sus ventas (exportaciones). Un quinto de la mitad de su comercio, aproximadamente, se va para el país germano.
Se puede ver a máxima resolución aquí.
Le siguen de cerca Países Bajos y Francia (ambos representan un porcentaje mayor de sus exportaciones, 14,2% y 13,7% respectivamente, que de sus importaciones 13,8% y 12,1% respectivamente) e Irlanda, cuya relación con Reino Unido es muy especial. La frontera entre la república irlandesa e Irlanda del Norte fue uno de los escollos más difíciles de solventar durante las negociaciones. Ambas partes tenían motivos más que fundados para evitar fronteras "duras". Irlanda, al fin y al cabo, representa un 13% de las exportaciones británicas a la UE y un 8% de sus importaciones. Ante todo, Irlanda consume muchos productos británicos.
Cualquier interrupción de ese flujo comercial supondrá un problema para los compradores irlandeses... Y para los vendedores británicos. En España el equilibrio es el inverso: representa el 6,8% de las exportaciones anglosajonas a la Unión y el 8,6% de sus importaciones. Es decir, dependen de nuestros productos para abastecerse (de lechugas, por ejemplo). Aquí la relación se resiente un poco menos en comparación a las demás, dado que los problemas en el intercambio de mercancías se están dando en las exportaciones británicas (en lo que nos venden) antes que en las importaciones (en lo que les vendemos).
De los grandes países, es Italia el que tiene un flujo comercial más pequeño con Reino Unido. Pero todos ellos siguen siendo socios económicos importantes para los británicos. Tanto en las exportaciones como muy especialmente en las importaciones. Si el gobierno británico quiere neutralizar su déficit con Europa necesita impulsar sus ventas hacia el continente. Exactamente allí donde la salida se va a notar más y va a ser más perjudicial para sus intereses, en un círculo vicioso en el que, en mayor o menor grado, todos tienen mucho que perder.