El debate sobre la tilde en "sólo" resume todo lo que está mal dentro de la RAE (y de sus egos)

Tuilde Solo
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No es habitual que Muñoz Machado, el director de la Real Academia Española, dé ruedas de prensa al acabar los plenos de la institución. Pero allí estaba: solo ante el peligro. Y es que el de ayer no era un pleno normal. Tras la polémica de la tilde en 'solo', las aclaraciones del perfil en Twitter de la RAE y el enfado de Pérez Reverte, la expectación era máxima.

Tanta que Muñoz Machado (tras aclarar que efectivamente no había cambio de norma, sino de redacción) reconoció que estaba preocupado "por no saber cómo podía afectar a la autoridad de la Academia y dar la impresión de que nos dedicamos a estas cosas tan pequeñas". Y no, no le falta razón.

Porque, al fin y al cabo, ¿para qué sirve una academia? Las academias de la lengua tuvieron un papel muy importante en ese momento que va desde el 1600 al 1900 en el que los estados europeos modernos empiezan a configurarse estados-nación modernos. Un momento en el que se destierra el latín como lengua académica y administrativa y las distintas lenguas vernáculas (que contaban ya con tradiciones literarias propias) pasan a vehicular la vida civil de sus respectivos países.

No es casual que el nacimiento de la Academia Francesa, por ejemplo, fuera obra del Cardenal Richelieu, el gran reformador del poder político y la administración francesa.  Ni que la RAE surgiera durante el reinado de Felipe V y en pleno desarrollo de la gran reforma borbónica de la monarquía hispánica. De hecho, incluso en lenguas/países donde no hay, como Inglaterra, los debates en torno a su creación fueron constantes y solo se frenaron por el delicado equilibrio institucional que emergió tras la revolución inglesa.

El mundo ha cambiado. El problema es que, con el paso del tiempo, estas instituciones (y los hablantes) se dieron cuenta de que tenían que ser algo más que clubs de autoridades que se dedican a "limpiar, pulir y dar esplendor" a la lengua (siguiendo su propio criterio).

Al fin y al cabo, los idiomas son metabolismos enormes que reciben todo tipo de influencias y cambian a una velocidad vertiginosa: el trabajo de registro, de investigación, de clarificación y de propuesta de estándares parece tan necesario que, de nuevo, idiomas sin este tipo de instituciones han desarrollado mecanismos para "auto-regularse": o mejor dicho, usando las palabras de la Asociación de Academias de la Lengua Española, para "impulsar la unidad, integridad y desarrollo del idioma".

Un problema de gobernanza. Es decir, el asunto no es si deben existir una serie de organizaciones que se encarguen de facilitar la unidad e integridad del idioma. El asunto central tiene que ver más bien con la gobernanza. Quién toma esas decisiones y de qué forma.

Al fin y al cabo, la Real Academia es una institución privada, cuyo cuerpo de gobierno y composición son elegidos por sus propios miembros; pero tiene un enorme impacto social, gubernamental y político. Tanto es así que tiene una asignación propia en los Presupuestos Generales del Estado y recibe numerosos ayudas públicas.

Resolver este problema es complejo. No parece razonable caer en una tecnocracia que deje en manos de técnicos el estándar de la lengua. Pero la pregunta de cómo encajar en un español cada vez más diverso y vivo una institución con tan serios problemas de ego no tiene respuesta. No hay que olvidar que académicos como Pérez Reverte reivindican para sí la "autoridad para guiar" a lingüistas y filólogos (en tareas propias de lingüistas y filólogos; y sin argumentos sólidos de por medio).

Y no hablo solo a nivel interno. Que también. Es que mirado con perspectiva, la misma idea de que en un pleno de la Real Academia Española se pueda modificar una norma aprobada por el conjunto de las Academias de la Lengua de todo el mundo sin más justificación que la voluntad de un grupo muy concreto de académicos es profundamente problemática. Hasta el punto que va contra la misma idea de impulsar la unidad y la integridad de la lengua.

Mucho por hacer. Cuando Muñoz Machado decía ayer que la RAE tenía cosas mucho más importantes en las que pensar, seguramente se refería al Nuevo diccionario histórico del español (NDHE), el equivalente en español al Diccionario Oxford inglés: un proyecto en el que la Academia lleva atascada desde hace siglo y medio y su gran promesa electoral.

Pero el trabajo de la academia va mucho más allá. Los trabajos necesarios para la actualización y puesta al día de diccionarios, gramáticas y ortografías; la coordinación con el resto de academias; la labor lexicográfica, filológica, divulgativa... Son solo ejemplos del enorme trabajo de la institución. Una labor tan grande e importante que casos como este hace dudar si está en las mejores manos.

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