Dos años después de volatilizar una amplia mayoría parlamentaria, el Partido Conservador ha vuelto a obtener el control de la Cámara de los Comunes. Lo ha hecho en plena debacle del Partido Laborista, gracias a las maniobras políticas de su líder, Boris Johnson, y con un objetivo claro y definido: el Brexit. Ya. En las condiciones que sean necesarias. Las elecciones de Reino Unido han aclarado parcialmente el panorama del gran vodevil político de la década.
Y en parte, gracias a un partido que ha obtenido cero diputados.
Brexit Party. En enero, Nigel Farage y un grupo de irreductibles brexiteers presentaban El Partido del Brexit, una amalgama de figuras radicales surgidas de las cenizas del UKIP y ansiosas por una salida clara y sin concesiones de la Unión Europea. Sus primeras andanzas fueron prometedoras. Obtuvieron más del 30% de los votos en las elecciones europeas de mayo, y consumaron su participación en las generales.
Fracaso. Observando la panoplia de partidos que han obtenido representación parlamentaria, la ausencia del Brexit Party sólo puede ser definida como un fracaso. Pese a obtener 640.000 votos (en torno al 2%), no han ganado circunscripción alguna. El peculiar sistema electoral británico, dividido en distritos uninominales donde el candidato que más votos aglutina se lleva el asiento (es decir, muy poco proporcional), les ha penalizado.
También el triunfo de la campaña conservadora.
¿Relativo? Sucede que su candidatura tuvo un elevado valor táctico. El Brexit Party es un partido instrumental: desea la salida inmediata de la Unión Europea. Consciente de ello, buscó algún tipo de consenso con el Partido Conservador de tal modo que la competencia entre ambos no dividiera el voto leaver en escaños clave que, de otro modo, podrían haber terminado en manos del Partido Laborista. Johnson se negó en rotundo, pero Farage siguió su camino.
Solución: el Brexit Party no presentaría candidatos en ninguna de las 317 circunscripciones ganadas por los tories en 2017.
Erosión. ¿Dónde lo haría? En plazas laboristas y liberal-demócratas. Una bomba de relojería para Jeremy Corbyn. Alrededor del 30% del electorado laborista es favorable a la salida de la Unión Europea. Se trata del voto más obrero y pobre del norte de Inglaterra, rincones con un profundo orgullo de clase pero con menor carga ideológica. Distritos en los que el Brexit Party, con un discurso instrumental y un programa conservador-laborista mixto, sí tenía opciones electorales.
Resultados. Desde un punto de vista táctico, su campaña fue un éxito. El Brexit Party obtuvo porcentajes elevados en distritos obreros y septentrionales tradicionalmente laboristas... Pero con una clara inclinación leaver. Es decir, dividió al voto laborista en lugares clave, abriendo la puerta para el incontestable triunfo conservador en las circunscripciones mineras e históricamente izquierdistas del norte de Inglaterra.
Gran parte de sus 66 nuevos escaños vienen de ahí. En bastiones rojos como Sunderland Central el laborismo se dejó un 13% de los votos... Y el Brexit Party obtuvo el 11%. Casos así se reparten por todo el norte. Plazas donde los tories ganaron su escaño por los pelos, y donde el Brexit Party obtuvo apoyos en torno al 10%. Quitándoselos al laborismo leaver (la más significativa, Sedgefield, en manos laboristas desde 1935).
Éxito. El rol del Brexit Party ayuda a comprender dos cuestiones clave de la campaña y de las elecciones: por un lado, la reticencia laborista a abrazar un discurso nítidamente remainer, dadas las inclinaciones de parte de su electorado; por otro, el triunfo de los tories entre distritos de trabajadores manuales y clases bajas, bastiones donde, hasta hace muy poquito, seguía siendo definido como "the nasty party". Desde un punto de vista táctico, sí, Farage ha ganado.
Aunque se haya quedado sin representación parlamentaria.
Imagen: Lefteris Pitarakis/AP
