Dentro de sus infinitas posibilidades, los mapas son una herramienta limitada a la hora de representar el mundo en el que vivimos: son planos.
Todas las proyecciones cartográficas parten del mismo problema, de hecho: es imposible representar de forma fidedigna un globo sobre una superficie plana, y de ahí las obligadas distorsiones. Mercator solucionó la disyuntiva estirando los polos y sobrerrepresentando visualmente las tierras muy septentrionales y meridionales. Otros mapas optan por atildar más los continentes, deformando las figuras.
Siglos atrás, hubo cartógrafos que tuvieron una respuesta más elegante y original a tan ancestral disyuntiva. Surgieron así los globos terráqueos, pequeñas representaciones de la Tierra a escala (esférica, por ende) en las que la colocación de los continentes y de los mares podía hacerse con mayor exactitud, sin demasiadas distorsiones.
Su fabricación ha sido históricamente artesanal, mucho antes de que el mundo moderno, con sus industrias masivas y sus procesos fabriles mecánicos, despojaran de todo romanticismo real o figurado a la creación de cualquier objeto. Y en la inmensa librería de Pathé, la compañía audiovisual que subió su catálogo a YouTube, hay varios vídeos que, al modo de los "Cómo se hacen" modernos, ilustran el proceso de creación de un globo terráqueo a mano.
En el que nos hemos fijado, este de 1955, se analiza paso a paso el fantástico y maravilloso proceso de fabricación de un globo. Los artesanos son británicos (al igual que el narrador), del norte de Londres, y el vídeo rezuma un aroma clásico a siglo XX, al la boyantía post-Segunda Guerra Mundial y a un mundo donde las manualidades levantaban industrias masivas y el trabajo aún tenía un halo aspiracional, digno.
Sólo en ese contexto se puede entender el entusiasmo con el que el narrador va anticipando uno a uno los pasos de los artesanos. El primer punto, muy importante, es hacerse con una bola de madera que sea más o menos esférica. La fábrica las tenía colgadas de sus paredes y atravesadas por las varillas que posteriormente les permitirían rotar sobre su eje para deleite de los niños del ayer.
Aquellas bolas de manera eran primero encoladas y después recubiertas de papel de periódico para dotar de una cubierta protectora blanda al material. Más tarde se les añadían varias decenas de tiras de papel duro, una suerte de cartón que servía de capa amortiguadora para el paso más importante de la fabricación: el yeso.
En un proceso que podía durar casi seis horas entre elaboración y secado, uno de los trabajadores añadía capas y capas de yeso fresco a la bola de madera. Lo hacía de forma manual exceptuando una pequeña máquina que hacía rotar permanentemente al globo y y que permitía alisar las progresivas pintadas de yeso que se iban añadiendo. Finalizadas, el resultado era una esfera casi perfecta, lisa y nítida.
Finalmente, otros trabajadores colocaban las delicadas tiras de papel ya impresas (era el siglo XX, no el XVII) con las características formas ovaladas que podemos ver en los mapas desgajados de su rectilínea figura. Las tiras se colocan de forma delicada, en la fase final y más peligrosa de todo el proceso (los errores serían irreversibles.
Finalmente, se daba una capa de barniz por encima et ¡voilà!, un globo terráqueo la mar de apañado. Por supuesto, los había de toda condición y clase, políticos, físicos y artísticos. Y se producían en gran número (60.000 en esta empresa en un sólo año). Una mirada a un mundo cartográfico que probablemente no volverá.
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*Una versión anterior de este artículo se publicó en septiembre de 2017