Los nombres de los lugares que visitamos esconden secretos etimológicos que, una vez desvelados, nos enseñan un poco más del lugar que estamos visitando: Bagdad, por ejemplo, significa “Entregado a Dios”, en árabe; lo que nos sugiere el íntimo vínculo religioso de la ciudad.
Toronto, en Canadá, significa, en iroqués, “el lugar donde los árboles están en el agua.”, que también describe en cierto modo el tipo de geografía que nos vamos a encontrar por tierras canadienses.
Trondheim, en Noruega, significa “Un buen lugar llamado hogar”. Mangaung, en Sudáfrica, significa “Tierra de guepardos”, en sesotho. Jartum, en Sudán, significa “Final de la trompa de elefante”, en árabe. Dublín, en irlandés, significa “estanque negro”. Singapur, en sánscrito, significa “La ciudad de los leones”. Kuala Lampur, en Malasia, significa “Confluencia fangosa”. La Haya, en Países Bajos, singifica “Bosques del conde”. Río de Janeiro, en Brasil, significa “Río de enero”. Bamako, en Mali, significa “Cocodrilo de río”, en bambara. Jamaica, en la lengua arawak, significa “Isla de los manantiales de agua”. Maldivas, en sánscrito, significa “Mil islas”.
Etimológicamente, Groenlandia significa “país verde”, en contra de lo que resulta evidente, pues el color que predomina en Groelandia es el blanco. Esta contradicción se la debemos al navegante y conquistador escandinavo Erik “el Rojo” que, a sabiendas de que un país de hielo no era atractivo para la gente, decidió convertirlo en un lugar edénico.
También hay lugares que han sido bautizados en honor a personas: Colombia, por Colón; El Salvador, por Jesucristo; Israel, por Jacob; Lisboa, por Ulises (según la leyenda fundó Lisboa tras abandonar Troya); Roma, por Rómulo o Arabia Saudita por Muhammad Ibn Saud.
Foto | Bernard Gagnon
