Galicia es tierra de eucaliptos. No debería, pero es así: desde que las grandes repoblaciones posteriores a la Guerra Civil optaran por un árbol de rápido crecimiento e intenso aprovechamiento económico, la región ha visto cómo sus numerosos montes se han llenado de una especie ajena al ecosistema, extraña, proveniente de Australia y, según cuenta la leyenda, de rápida ignición.
La palabra "eucalipto" es una de las muchas que pueblan la sabida retahíla de causas que prenden Galicia, Portugal y Asturias cada verano. Se acusa al árbol de haber desplazado para siempre a otras especies arbóreas autóctonas y con mayor tolerancia al fuego, como el roble, de predar a otras especies vegetales y de, gracias a su rentabilidad, haber fomentado un modelo de bosque altamente ígneo que favorece en última instancia los fuegos.
Dad voz al problema de los monocultivos. Tenemos Galicia PLAGADA de eucaliptos y pinos porque es madera rápida y barata.
— deaf robot (@Anacardoman) 15 de octubre de 2017
¿Pero cuánto hay de cierto en todo ello?
Como la propia formulación de la pregunta deja entrever, no tanto. El sempiterno protagonismo del eucalipto en las conversaciones sobre cómo prevenir el fuego no suele corresponderse con las causas a las que apuntan los expertos en gestión forestal. Y sin embargo, la malentendida naturaleza del árbol, su carácter inevitable en tierras gallegas y portuguesas y la necesidad de buscar explicaciones sencillas a dramas de hondo calado favorecen esta interpretación.
El eucalipto: historia de un éxito global
Para entender cómo un árbol endémico de Australia, quizá el ecosistema más extraño y particular de todo el planeta, ha terminado poblando las infinitas laderas verdes de Galicia o Asturias hay que mirar al pasado, a uno, en concreto, donde la explotación de los recursos forestales estaba a la orden del día.
Hace siglo y medio, España vivía un intenso proceso de deforestación. A las desamortizaciones liberales que favorecieron el acceso de numerosos ciudadanos a los recursos forestales había que sumar la pérdida de masas boscosas derivadas de las actividades agriculturales y ganaderas, históricas. Bien entrado el siglo XX, el problema era grave: la pérdida de bosques favorecía la erosión y causaba distorsiones en las cuencas hídricas de la península.
Tras la Guerra Civil, el franquismo observó una oportunidad propagandística en el problema, del mismo modo que lo hizo en los extensos planes de regulación hídrica del país. Nació así el Plan Nacional de Repoblación, que en una fecha tan temprana como 1940 se planteaba reforestar más de 5 millones de hectáreas a lo largo de cien años. A la altura de 1972, su objetivo se había cumplido casi al 50%, y España había vivido una pequeña fiebre reforestal.
Dos de las principales especies utilizadas por las autoridades franquistas para recuperar suelo forestal fueron el pino y el eucalipto. Ambos contaban con notables tasas de crecimiento y permitían repoblar bosques a gran velocidad, favoreciendo el mantenimiento de ecosistemas claves, frenando la erosión (una cuestión crucial a mediados del siglo XX, en aún pleno trayecto hacia la deforestación), y reduciendo el riesgo de corrimientos de tierras o empobrecimiento de los suelos.
Para 1978, el Congreso ya democrático se planteó continuar con el planteamiento franquista a través de la Ley de Producción Forestal. Artículos como este de El País son testigos del agrio recibimiento por parte de la opinión pública, en especial por su fomento del cultivo del eucalipto y del pino. Aquella ley preveía "cantidades a fondo perdido" de hasta 10.000 pesetas hectárea para los propietarios que se lanzaran a repoblar con eucalipto. Se generó un incentivo económico.
Un incentivo que ya existía, por otro lado. Que el eucalipto llegara a España no fue ningún giro inesperado del destino: la especie había sido introducida en numerosos climas templados y tropicales a lo largo de todo el mundo, desde California hasta Georgia pasando por Chile o el Rif, gracias a su rápido crecimiento. Su raudo regeneramiento y las finas propiedades de su madera lo convirtieron en producto prioritario para la industria maderera y papelera, e invitaron a muchos propietarios a explotarlo.
A día de hoy, la industria maderera genera unos 20.000 puestos de trabajo en la comunidad, alrededor del 3,5% del PIB y el 10% de su VAB. El eucalipto es importante, pues, y tiene un papel central a la vida económica de muchos entornos rurales en Asturias y Galicia.
En Galicia, con el monte muy fraccionado entre pequeños propietarios, se convirtió en un árbol del que extraer grandes recursos, frente al tradicional roble. También en Portugal y en Asturias. Pero también en el sur: a día de hoy Huelva sigue siendo la provincia donde más monocultivo de eucalipto se da, y el paisaje forestal de algunas partes de la Andalucía occidental nada tiene que envidiar al de gran parte de Galicia.
El eucalipto arde... Sobre todo si se abandona
Hoy el problema de España es el contrario: la reforestación. La pérdida de actividades económicas relacionadas con el bosque, fundamentalmente ganadería y agricultura, ha permitido que las masas forestales se extiendan y se proyecten hasta números hace cien años inimaginables. España es el segundo país de la Unión Europea con más bosques, sólo por detrás de Suecia, y muchos de estos bosques no están gestionados.
¿Qué significa esto? Que se abandonan a su suerte, crecen sin supervisión y no son desbrozados o ontrolados por autoridad alguna. Las condiciones ideales para que se generen incendios en su seno.
Desde que el fuego acaparara la actualidad de Galicia cada verano, se generó un intenso debate académico y conservacionista en torno a la figura del eucalipto. ¿Era el árbol el responsable de la rápida proliferación de incendios en el paisaje gallego o era la mala o nula gestión de sus masas forestales la que provocaba que la comunidad ardiera cada periodo estival? A nivel popular, la culpabilidad del eucalipto, de rápido crecimiento y adaptado al fuego, ganó peso.
Sin embargo, cabe matizar esta idea. Como explica aquí Javier Madrigal, investigador en la prevención de incendios laborales, no hay una causa-consecuencia clara entre la presencia de eucaliptos y los incendios. Estudios como este han buscado determinar la "selectividad" del fuego en función de la especie arbórea, o lo que es lo mismo, la preferencia y el potencial combustible del incendio en función de si se topa con un árbol o con otro.
En su caso, los hallazgos fueron sorprendentes: el matorral mediterráneo, autóctono, podía favorecer más los fuegos que el denodado eucalipto. El árbol australiano, de hecho, presentaba una selectividad similar al de otros árboles presentes en la península. La clave no era tanto la especie sino la gestión: aquellas masas arbóreas, al margen del tipo de árbol, que contaban con planes integrales de mantenimiento eran menos combustibles que aquellas que no. El eucalipto podía favorecer los incendios si, como otros monocultivos, se abandonaba a su suerte.
¿Qué significa gestionar un bosque? En parte, desbrozarlo, pero también generar claros, evitar la densificación e introducir algo de diversidad que limite el monocultivo. Las explotaciones de eucalipto y pino en Galicia son muy jóvenes, de unos diez o veinte años, y abandonadas a su suerte permiten (por la poca densidad de sus copas) el crecimiento de matorral, vegetación y biomasa en el suelo que, muy secos tras temporadas sin lluvias, representan un combustible natural.
Lo que no quiere decir que el eucalipto no tenga un efecto sobre sus ecosistemas. Como explica en su blog otro reconocido experto en gestión forestal y prevención de incendios, Juli G. Pausas, investigador en el Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE), la especie (sumada a la de pino) tuvo un papel central en los incendios forestales de Chile del pasado febrero. En una zona tradicionalmente ajena a los incendios forestales masivos, las repoblaciones de eucalipto y pino ejercieron de combustible letal.
¿Por qué? Porque no todos los árboles se relacionan de igual modo con el fuego. Para algunas especies, como las mediterráneas o las australianas, el fuego es una oportunidad y un fenómeno inevitable, de modo que cuando se queman se reproducen aún más, por lo que sus maderas y hojas prenden con sencillez. Para otras, el fuego es un enemigo al que combatir con una menor combustibilidad. Muchas especies autóctonas de Chile prendían con más dificultad porque no se regeneraban tras el fuego.
El eucalipto y el pino sí. Y de ahí su carácter más inflamable.
Entonces por qué hay tantos incendios en Galicia
Son varios los factores. Este mismo año, Juan Picos Martín, de la Escola de Enxeñaría Forestal del campus de Pontevedra de la Universidade de Vigo, respondía así a la pregunta en La Voz:
Esta esquina noroeste ibérica es el lugar de Europa donde hay un mayor crecimiento de masa vegetal en el monte y, además, sequía estival. Es el único lugar donde se dan esas dos particularidades. Y, además, es una zona en la que a lo largo de la historia el ser humano ha evolucionado contra el monte, teniendo que defenderse del monte. Y como no había máquinas ni desbrozadoras, la manera de controlar la vegetación era quemarla. En Galicia se piden 600.000 permisos de quema al año, y eso son los permisos que se piden, no las veces que empleamos el fuego. Estos factores hacen que en esa esquina noroeste exista una mayor probabilidad de ignición junto a un crecimiento de la biomasa muy grande y un período estival seco donde esa gran masa se puede secar y originar un gran peligro.
Y ayer se dio la tormenta perfecta: temperaturas que rondaban los treinta grados (algo excepcional en un octubre excepcionalmente cálido dentro de un año, de varios años, que se cuenta entre los más cálidos de siempre), baja humedad y una prolongada, desesperante sequía. Hace más de un mes que no llueve ni en Galicia ni en gran parte del noroeste español, zonas donde la densidad de masas boscosas es muy superior a las depresiones y mesetas vacías del interior.
Condiciones donde, como ya vimos en el caso de Portugal, los incendios podían proliferar con mucha facilidad. Y si a todo esto añadimos grandes masas de bosque pobladas por eucaliptos y pinos jóvenes, con mucha biomasa adosada a su subsuelo y una gestión en ocasiones nula por parte de los propietarios o las autoridades dado su abandono, la chispa podía propagarse con mucha facilidad. Tanto que el mapa del noroeste lucía así de espantoso ayer por la noche.
Es decir, el responsable de la situación gallega o portuguesa es el contexto, no la mera presencia de un árbol. Como el propio Picos ha recalcado en otras entrevistas, si se erradicara al eucalipto de Asturias y Galicia (algo harto improbable dada la importancia económica capital para entornos rurales en progresivo deterioro y despoblamiento) el problema sería el mismo: los bosques continuarían creciendo sin que nadie se encargara de su mantenimiento, generando oportunidades para el incendio.
Es la estructura de la plantación, el manejo que se haga de ella, la que determina en última instancia su combustibilidad, y no tanto la especie en sí misma. En una tierra como Galicia, donde, como explica Nacho Carretero en este reportaje de 2013 para Jot Down, el fuego se ha utilizado desde tiempos inmemoriales con objeto de controlar la naturaleza a falta de recursos mejores, la presencia de un número indeterminado de plantaciones de eucaliptos sin clarear y sin manejar redondean un cúmulo de circunstancias únicas. Y peligrosas.
"Hoy por hoy el abandono del monte es el enemigo número uno en la lucha contra los incendios", sentenciaba Picos en su entrevista para La Voz. O como se sugiere desde FuegoLab, quizá sea más útil hablar de masas forestales "vulnerables" a los incendios antes que árboles que "favorecen los incendios".