Las ramificaciones del movimiento #MeToo han aterrizado en la música. Mientras España dilucida si las actitudes sexuales de Mikel Izal entran o no en la categoría de "acoso", Estados Unidos ha dado varios pasos más: numerosos artistas, entre ellos R. Kelly y XXXTentacion, están siendo acusados estas semanas por su carácter abusador, acosador o maltratador. En el caso de ambos, las consecuencias han sido rápidas: su silencio parcial en la principal plataforma de streaming.
Spotify manda. Hasta el momento los casos más sonados han sido los citados anteriormente, aunque quizá haya otros esperando a la vuelta de la esquina. La cuestión es que, ante las alegaciones de numerosas mujeres contra los dos artistas, Spotify ha decidido nadar y guardar la ropa: les retirará de sus playlists oficiales (ambos eran muy populares), pero sus canciones y discos seguirán estando disponibles dentro de la plataforma. Una posición un tanto tibia.
Silencio social. La mecánica es similar a la que otras estrellas anteriores sufrieron en la industria cinematográfica. La penalización de las actitudes de acoso, cuando se desvelan públicas, no llega por la vía judicial, sino por el aislamiento y el silencio social. Numerosos artistas (Kevin Spacey in memoriam) han visto su carrera totalmente truncada tras revelarse una o varias acusaciones contra su persona. Spotify ha intentado replicar el fenómeno de forma mucho más lateral.
El monstruo escondido. Quizá porque, en el fondo, sería reconocer un fracaso propio. Esto es especialmente cierto en el caso de XXXTentacion, detenido y acusado por la policía hace dos años por asaltar y abusar físicamente de una mujer embarazada. Pese a tan evidente ejemplo, Spotify promocionó activamente al artista en sus numerosas secciones recomendadas y playlists. Lo creó a su imagen y semejanza. Su popularidad está relacionada con la inversión que hizo la compañía.
Una decisión que tomó cuando el historial de maltrato de XXXTentación era conocido.
La doble vara. La defensa de ambos artistas ha sido la que cabría esperar: ¿qué hay de todos los demás? La historia de la música pop, como la de cualquier otro estamento cultural, está repleta de hombres horribles que maltrataron física o psicológicamente de sus mujeres. Sus casos salieron a la luz décadas atrás, muchísimo antes de que el feminismo y el movimiento #MeToo comparan la agenda pública. ¿Pero eso les hace menos merecedores de la penalización impuesta por Spotify?
Un ejemplo rápido: Phil Spector. Y todo lo que creó/tocó/produjo. O la multitud de artistas que tienen recientes y muy escandalosas acusaciones (o crímenes) a sus espaldas. ¿Cuál es el plan de la compañía, censurarlos a todos?
El futuro cercano. Es altamente improbable que Spotify acometa semejante revisión de todas sus playlists. La posición de la plataforma, como ilustra el hecho de que el catálogo tanto de R. Kelly como de XXXTentacion siga disponible, es reactiva. La industria y las grandes figuras culturales sólo han tenido una opción ante la avalancha de acusaciones generada por #MeToo: apagar incendios ("caso por caso") lo más rápidamente posible y realizar un ejercicio de penitencia consciente.
El dilema de fondo. Al igual que en casos previos relacionados con #MeToo y con artistas influyentes, la decisión de Spotify retrotrae a un debate tan antiguo como el propio arte: ¿dónde comienza el artista y dónde termina la obra? Es decir, ¿hasta qué punto debemos leer las canciones de los artistas acosadores o maltratadores desde esa óptica? La compañía, de momento de forma torpe y apresurada, ha optado por fusionarlos en uno. La cuestión es si lo convierte en norma o no.