El pasado lunes, Frank Magnitz, diputado electo por Bremen de Alternativa para Alemania (AfD), era agredido por un grupo de personas de camino a su coche. Magnitz fue hospitalizado con heridas graves, promocionadas por el líder de su partido en las redes sociales. La investigación sigue abierta y las circunstancias del ataque aún no son claras, pero la noticia ha dominado la conversación pública alemana durante toda la semana.
¿Vuelve la violencia política a Alemania?
Qué ha pasado. Magnitz no tiene recuerdo de lo sucedido, y las versiones de los testigos y de las grabaciones de cámaras de seguridad a las que ha tenido acceso la Fiscalía son contradictorias. AfD lo ha interpretado como un "ataque político", aunque el propio Magnitz no descarta que fuera un intento de robo con violencia. La agresión es indudable, pero las heridas (graves) podrían ser resultado de la caída posterior.
A esta hora la investigación sigue su curso. Ayer, otro diputado (regional) de AfD descubría en su buzón un explosivo junto a la pintada "cerdo nazi".
La reacción. Para AfD, la agresión es el resultado del clima mediático hostil contra el partido. La formación irrumpió el año pasado en el parlamento nacional con 91 diputados. La prensa generalista, de carácter liberal, se ha mostrado beligerante con sus planteamientos anti-migratorios y xenófobos. AfD interpreta en Magnitz una suerte de mártir, real o imaginado, mediante el que victimizarse de cara a la opinión pública. Con éxito.
El resto de partidos ha condenado la violencia. Sin embargo, durante los últimos meses la opinión pública alemana se ha polarizado, y los debates en el Bundestag se han radicalizado.
Recientemente fue atacado un legislador alemán del partido de derecha nacionalista @AfD. Este ataque tuvo motivos políticos según la víctima, el diputado @Frank_Magnitz.
— DW Español (@dw_espanol) 10 de enero de 2019
¿Está buscando la derecha populista en #Alemania victimizarse?
Análisis de María Grunwald. �� (poc) pic.twitter.com/e4aH3AZW0w
El debate. El ejemplo de Magnitz es útil porque entronca con un largo debate surgido en las esferas izquierdistas a raíz del resurgimiento de la extrema derecha: ¿es legítimo pegar a un "nazi"? AfD ha sido a menudo acusada de ello. La movilización de grupos fascistas y supremacistas, tanto en EEUU como en otros países, ha provocado que parte de la izquierda interprete en la violencia un mecanismo de "autodefensa" adecuado.
Es una cuestión política y moral. Filósofos que sufrieron las consecuencias del nazismo, como Karl Popper, entendían que la tolerancia democrática jamás debe abarcar a los "intolerantes" o a quienes blanden ideas totalitarias. Es la lógica de Antifa, grupo estadounidense que ha tratado de aplacar las crecientes manifestaciones supremacistas (en ocasiones, como en Charlottesville, mortales) mediante la disposición a la violencia.
Las consecuencias. Los problemas son variados. Antifa no sólo ha utilizado la violencia de forma reactiva, como autodefensa, sino también de forma proactiva, contra manifestaciones pacíficas. Si la idea es la línea que marca la validez de una agresión, el problema, como ilustra Magnitz, es gigantesco: ¿dónde empieza y dónde acaba "lo nazi", y más difícil aún, quién marca qué ideas merecen un puñetazo y cuáles no?
La discusión parte de una premisa histórica: los nazis ejercieron el terror para suprimir a sus adversarios políticos. Defenderse era cuestión de supervivencia. La lógica, simple, era acertada en 1933. En 2018 es mucho más compleja.
Imagen: Bundestag