Un año después del referéndum y de las controvertidas cargas policiales, Cataluña se ha convertido en un inmenso teatro donde todos los grupos políticos escenifican sus particulares agendas. El independentismo, por un lado, pintando cualquier objeto público de amarillo y engalanando pueblos y ciudades con lazos de idéntico color. El constitucionalismo, por su parte, retirando ocasionalmente los iconos, tan ubicuos hoy en día en las comarcas catalanas, y reivindicando la enseña española.
Hasta ahora, todo sucedía en el interior de Cataluña. Hasta ahora.
¿Dónde más? En Aragón, la región que más kilómetros fronterizos comparte con Cataluña. El pasado 1 de octubre dos localidades, Fraga (pegada a la provincia de Lleida) y Zaragoza amanecían con diversos lazos atados a diversos puntos de su callejero. La acción fue reivindicada por un espectral grupo, el CDR Aragón, asociado a Purna, las juventudes activistas de Puyalón, un diminuto partido nacionalista que reclama la independencia de la comunidad autónoma.
Fue un acto llamativo. Pero el verdadero simbolismo se dio en plena naturaleza: aquel día, la enorme cruz que reposa sobre la cima del Aneto, el pico más alto de los Pirineos, fue pintada de amarillo (y la Virgen del Pilar que la acompaña, decorada con lazos).
¿Quién? Desde entonces el Gobierno de Aragón, las autoridades locales y la Guardia Civil tratan de descubrir quién lo hizo. Como este reportaje de El Mundo ilustra, la principal pista dirige hacia una montañera independentista que se hizo la primera foto junto a la cruz amarilla (fue compartida masivamente en redes). Javier Lambán, pintoresco presidente aragonés, ha personado a la Diputación General de Aragón en la causa, denunciando el atropello en la Policía Nacional.
En Aragón, medios de comunicación y opinión pública se sintieron ultrajados. Por una vez, el teatro del "procés" cruzaba la frontera y se instalaba en la comunidad vecina.
Tristeza, impotencia y mal estar al ver esta imagen de la cruz del Aneto. #valledebenasque pic.twitter.com/zqh8rJUKnk
— Valle de Benasque (@ValleBenasque) October 1, 2018
¿Por qué? Por cuestiones irredentista. Dada su raíz folclórica, el catalanismo político siempre ha imaginado un conglomerado que aglutine a todas las comarcas catalanoparlantes. Los Paisös Catalans incluirían la mayor parte de la frontera entre ambas regiones, la Franja, y algunos rincones de la Ribagorza, en el Pirineo aragonés. El Aneto entraría (aunque en realidad no: el habla local es el patués, dialecton de transición más más cercano al aragonés que al catalán).
De ahí que las polémicas a su alrededor hayan sido comunes. Desde libros de texto incluyendo al pico en la geografía catalana hasta Jordi Pujol convocando elecciones desde su cima. La pintada de la cruz no es casual ni inocente, y activa las pulsiones más emocionales del aragonesismo, casi siempre reactivo. La propia instalación de la Virgen sobre el Aneto fue encomendada por políticos locales poco después de que el Centre Excursionista de Catalunya levantara la cruz.
La relevancia. Más allá del ruido y la indignación causada en Aragón, el acto evidencia la eterna batalla simbólica en la que se ha enfangado el procés. Desde las banderas ondeantes y la reacción de los barrios castellanoparlantes del Baix Llobregat hasta los gestos casi siembre icónicos, pero con escaso fondo ejecutivo, de los políticos procesistas. En la batalla por el espacio público, el Aneto ha sido el último escenario. Uno inusual, pero significativo de la lucha mediática.