Esta semana próxima es el aniversario del nacimiento de Edouard Manet, me pregunto si hay algo que aún no se haya dicho sobre su obra. Paseando arriba y abajo entre sus cuadros digitalizados me paro un instante en su Olympia. Recuerdo la primera vez que lo vi en París en el Museo Orsay: Iratxe tuvo que señalarme el gato negro que a mí se me había pasado por alto. Dicen que este cuadro marca un antes y un después, la modernidad, dicen.
En ese gesto de retratar a una mujer sobre un camastro, la Historia y los pintores se habían encargado de darle protagonismo a las mujeres de alta cuna, nobles, ricas, mujeres que eran custodiadas por ninfas y diosas. En Manet no había ya nada del mundo de los dioses, la mujer pintada era Victorine y la mujer que la custodiaba, una negra llamada Laure.
Olympia de Manet siempre se ha considerado el inicio de la modernidad, se rompía con la tradicional representación de la mujer-diosa y se empezaba a representar a mujeres de otros estratos sociales. Emparentada con una larga lista de obras, si la comparamos por ejemplo, con la Venus de Urbino, obra de Tiziano, vemos las variaciones que introduce Manet.
Una diosa que en Manet se convierte en mujer; un perrito que pasa a ser un gato negro (causó tanto revuelo que Manet fue llamado durante años el pintor de los gatos); y unas criadas en la lejanía que aquí se sustituyen por una mujer racializada. Tan importante en el cuadro es la representación que Manet nos brinda de esta mujer blanca como que la mujer negra, la criada de Olympia, aparezca por primera vez vestida con ropas de diario y sin los atributos tradicionales que habían sido típicos en la representaciones de las personas de raza negra.
Manet se distancia de manera radical de la Venus de Urbino, la Venus del Espejo y de las pinturas de mujeres negras con aros en las orejas, vestimentas chillonas, y objetos que apuntalaban su exotismo.
Las mujeres del cuadro: Victorine y Laure
De Victorine Meurent, la mujer blanca que posa para Édouard Manet, sabemos que era conocida en los ambientes nocturnos parisinos, que era pintora, y que había posado para su amante, el fotógrafo Félix Nadar, y para pintores como Edgar Degas y Stevens. Es su cara la que contemplamos en Desayuno sobre la hierba de Manet, en Mujer con loro y La guitarrista.
Sin embargo, ¿qué es lo que sabemos de la mujer negra que da contrapunto a la imagen? Sus cuerpos contrastan pero ambas hacen avanzar la historia de la pintura a la par.
Sabemos por los diarios de Édouard Manet que la mujer se llamaba Laure. El pintor la habría esbozado varias veces en sus cuadernos de bocetos y al parecer vivían cerca: en el 11 de la calle Vintimille, justo debajo de la Plaza de Clichy. Aquel año, 1863, Manet, pintó a Laure hasta tres veces. En La Negresse, donde Manet le otorga protagonismo absoluto; en Niños jugando en las Tullerías; y en la ya conocida obra de Olympia.
Es en Olympia donde Manet rompe con la representación exótica: Laure ya no es esa mujer racializada, con los pechos al aire, y donde la ropa y los objetos exaltan su representación como "la otra exótica". Laure es una mujer negra que viste a la europea. Una mujer de la clase trabajadora. Pese a la modernidad que exuda la obra, no hay que olvidar que ambas mujeres están representadas en un marco histórico muy concreto, caracterizado por las diferencias de raza y de clase.
A modo comparativo, Laure ya no es la protagonista que pintará Benoist para conmemorar la abolición de la esclavitud, no está sexualizada, no muestra su pecho descubierto. Las modelos biraciales y raciales eran comunes en la época: Eugene Delacroix había pintado a una mujer con turbante azul hacía unos años, y el propio Edgar Degas, había pintado a Miss Lala una de las mejores malabaristas de la época.
Y el propio Manet había escogido de modelo a Jeanne Duval, la amante haitiana de Baudelaire, para Mujer con abanico.
También el fotógrafo Félix Nadar, muy próximo al círculo de Édouard Manet, había realizado una exposición donde los modelos negros eran habituales: políticos, mujeres de la clase trabajadora, prostitutas y artistas. Sin embargo, pese a esta larga tradición, es en la Olympia de Manet donde se da el paso más importante para dejar atrás las representaciones tradicionales: ni sedas, ni joyas de un Oriente lejano, ni turbantes, ni pechos al aire.
Lo que ponen de manifiesto estas pinturas que hemos visto es el impacto continuo y la influencia que tuvieron las comunidades negras parisinas en la evolución del Arte. Laure, Miss Lala y otras modelos negras, fueron consideradas precursoras de un mundo moderno que tardaría en llegar si atendemos al ascenso del racismo de la época. Los artistas no cejaron en su esfuerzo por representar el mundo tal y como era: una amalgama de nacionalidades.