Es cuestión de horas. La primera jornada de la moción de censura presentada por Pedro Sánchez se ha saldado con un intenso debate, sorteado con relativo éxito por el actual presidente del Gobierno, y con el definitivo apoyo del Partido Nacionalista Vasco a la investidura del líder socialista. Así las cosas, Mariano Rajoy sólo tendría una paradójica posibilidad para continuar en Moncloa y seguir controlando el gobierno: presentar su dimisión. La rocambolesca democracia.
Quizá consciente de ello, Rajoy ha tirado la toalla.
¿Por qué? A esta hora sólo Albert Rivera reclama que el presidente renuncie a su cargo. La vía constitucional obligaría a abrir un nuevo periodo de investidura y negaría la más que probable entrada de Sánchez en Moncloa. Sin embargo, el presidente ha elegido su táctica predilecta: no hacer nada. El PP juzga inviable la posibilidad de retener el gobierno y prefiere que el PSOE se desgaste asociándose con partidos nacionalistas e independentistas, además de Podemos.
Rajoy es un maestro de la supervivencia política desde el inmovilismo. Quizá vuelva a salirle bien.
¿Cómo sería? Al dimitir, la moción de censura desaparece. Se cae de forma automática, una posibilidad al no haberse votado (sólo se ha debatido). La dimisión del presidente del gobierno obliga a abrir un nuevo periodo de investidura. Es decir, Moncloa no pasa a estar controlada por Soraya Sáez de Santamaría (el español no es un sistema presidencialista). Rajoy se mantendría, así, como presidente en funciones.
¿Hasta cuándo? El proceso sería idéntico al abierto tras unas elecciones generales. El rey debería llamar a consultas a todos los representantes parlamentarios. Terminadas las entrevistas, debería proponer a un candidato para obtener su confianza ante el Congreso de los Diputados. Este contaría con dos votaciones distintas, separadas por un máximo de 48 horas, para conseguir la confianza de la cámara o bien por mayoría absoluta (a la primera) o simple (a la segunda).
Es el artículo 99 de la CE, y en todo ese proceso el presidente saliente se mantendría en funciones.
¿Y después? De vuelta a la primavera de 2016, cuando la investidura de Pedro Sánchez se saldó con un memorable fracaso parlamentario. En caso de que el candidato sancionado por el rey no accediera a la presidencia comenzaría el proceso de nuevo (consultas, proposición del jefe de Estado, votación parlamentaria) hasta que el Congreso acordara un presidente. Pero con las manos atadas: si en dos meses no lo consiguieran, España acudiría otra vez a las urnas.
¿Qué ganaría? Para Rajoy no era una opción descabellada. Por un lado impediría perder la Moncloa. El periodo de tiempo es relativamente largo (dos meses mínimo más otros dos meses tras la convocatoria de elecciones, a sumar al periodo de consultas e investiduras: podría alargarse al medio año). Por otro, frenaría el acceso de Pedro Sánchez a la presidencia. El Partido Popular ganaría tiempo y podría preparar las elecciones desde el gobierno, negando al PSOE la iniciativa.
Es una bala de plata que el PP aún puede jugar de aquí a la votación de mañana. Rajoy, sin embargo, se aferra a su táctica clásica: esperar a que el cadáver de sus enemigos pase por delante.
Imagen | Víctor J Blanco/AP