Últimamente, las grandes ciudades viven mirando al cielo. Primero, preocupadas por una contaminación atmosférica que no las deja respirar; y, después, esperando a que la lluvia acabe por resolver esos mismos problemas de polución. “Resolver” entre comillas, porque la contaminación, ni se crea ni se destruye: va a contaminar otros lugares.
Ozono, Óxidos de nitrógeno, zinc, plomo, azufre, metales pesados. Todo eso suspendido sobre nuestras cabezas, hasta que, de repente, empieza a llover en la ciudad. Los primeros minutos son los peores, pero la primera hora de precipitaciones contaminadas es más tóxica que muchas aguas fecales… ¿de verdad estamos seguros que la lluvia limpia la contaminación?
Los datos no lo están. Hasta hace poco tiempo, las empresas de gestión de agua creían que los primeros 20 minutos de las grandes tormentas cargaban con la mayor parte de la contaminación. Pero las últimas investigaciones realizadas por el Canal de Isabel II de Madrid han confirmado que la toxicidad del agua no disminuye hasta pasada una hora.
Para ello, los investigadores del canal han estudiado el agua que llega a los tanques de tormentas, una red de 21 depósitos distribuidos por toda la capital madrileña (y otros 42 por el resto de la comunidad) que permite almacenar aguas que, por volumen, no pueden tratarse en el momento. En esencia, se trata de la última línea de defensa del río Manzanares y su cuenca. A la vista de los datos, le hace falta.
La lluvia no es una solución
Es precisamente el Manzanares lo que ha permitido estudiar esto. Madrid, como explicaba en ABC Manuel Rodríguez, subdirector de Conservación e Infraestructura de la Zona Oeste del Canal, “es la única gran capital europea que no tiene un cauce importante con capacidad autodepurativa. Por ello, resulta imprescindible retener el agua de lluvia más contaminada, antes de que llegue al río”. A saber las toneladas de aguas tóxicas que se vierten en esas otras ciudades europeas.
Es decir, la lluvia no es una solución, es un parche. No limpian la polución, la redistribuyen. Con cada tormenta, las ciudades pueden dar una bocanada de aire fresco a costa de envenenarse las entrañas y contaminar los suelos que circundan las áreas metropolitanas.
Y, por si fuera poco, la lluvia y los vientos reducen los niveles de contaminación y, por ende, reducen la 'urgencia social' de tomar medidas que, realmente, aborden el problema. Y eso es lo que se necesita si lo que se busca es resolver uno de los grandes problemas de las ciudades contemporáneas.