En ese momento no era todavía consciente, pero imagino que la primera pequeña señal de alarma de que algo no iba bien la tuve en el avión después de twittear que partía hacia Roma. La familia me felicitaba por el facebook, los amigos me mandaban mensajes confesando su envidia, yo misma me auguraba la felicidad absoluta, pero la realidad es que estaba metida en un asiento en el que no podía mover las piernas, pasando calor y rodeada de gente ruidosa que no paraba de comer porquerías.
Nada que se parezca a las guías de viaje
El traslado del aeropuerto a la ciudad es una locura, gritos, empujones, enfados, el conductor del autocar insultando a los otros conductores (esto confieso que tuvo su gracia), el típico grupo de pesados que ocupan medio autocar y hablan buscando público... mientras no dejaba de decirme a mi misma que era un mal trago que había que pasar, que luego vendría lo bueno, hasta que llegué a la estación de Termini, llena a rebosar y rodeada de suciedad, botellas rotas, personas bebiendo, orinando o durmiendo y guardias de seguridad indiferentes fumando en las zonas prohibidas.
Pero en turismo se aplica mucho más que en periodismo eso de “Nunca dejes que la realidad te estropee una buena historia”, así que en este punto yo seguía todavía con mi Roma soñada en la mente, camino al bed and breakfast, sorteando los socavones de las aceras y esquivando las acumulaciones de bolsas de basura (cosas de la Mafia), que se tostaban al sol.
La Ciudad Eterna está en muy malas condiciones y para muchos de sus ciudadanos, como los integrantes de la página de facebook Roma fa Schifo, cada día resulta más insoportable. Pero ahí estamos los visitantes, impasibles ante lo que nos rodea y pagando una tasa de 7 euros por noche, que es mejor no pararse a pensar en qué se gasta.
¿Qué hacemos todos aquí?
Millones de personas, intentando ocupar los mismos sitios y hacer las mismas cosas, que consiguen que resulte imposible disfrutar de un solo monumento en paz. ¿En serio el ser humano tiene tanto interés en el arte? cuesta creerlo, cuando ves cosas como el éxito que tiene el habitáculo provisional para selfies de la Fontana de Trevi, que no es más que un cajón de plástico con una foto de la fuente, actualmente en obras de rehabilitación.
Ah, los palos de selfie... esa plaga, si no te saca un ojo un japonés grabándose en círculos frente al Coliseum, es muy probable que lo haga alguno de los miles de vendedores ambulantes empeñados en que compres uno y te unas a la masa.
Aquí es cuando la disonancia cognitiva empieza a zumbar fuerte en la cabeza y claramente tienes que tomar una decisión; o engañarte y seguir creyendo que todo es maravilloso, o asumir que es muy probable que estés haciendo el idiota, como la mayor parte de la gente que te rodea.
Los restaurantes, las tiendas de souvenirs, las heladerías, todo en el centro se mueve entre lo muy pintoresco y lo casi grotesco, no se parece en nada a la Italia que yo conocí hace años visitando a la familia en la Toscana, ni a los pocos recuerdos que tenía de Roma (aunque fue una escapada muy breve hace casi una década). Caminamos inmersos en algo “prefabricado” al gusto del forastero, basta coger el metro y alejarse un poco para ver la diferencia. Afortunadamente todavía quedan barrios periféricos, como la Garbatella, a los que no han llegado los turistas, y conservan su identidad, su sencillez y su belleza (cruzo los dedos para que duren así mucho tiempo).
El sueño del turista produce monstruos
El turismo pervierte las ciudades y las convierte en parques temáticos de lo que un día fueron, realmente ¿viajamos para conocer Roma o para consumir Roma? En todo esto estaba pensando mientras recogía uno de los muchos papelitos que reparten con ofertas para comer ¡Pasta! ¡Pizza! ¡Calzone!... ¡Kebab! y me acordé de Pasolini.
Regresé al hostal, en el que no podía abrir la ventana porque estaba a altura de calle y pensé en sus ideas casi proféticas sobre la tiranía del hedonismo y la civilización de consumo, en todos esos vuelos baratos siempre completos, en París oliendo a crepe hasta la náusea, en las colas interminables en Londres, en la burbuja turística que denuncia Ada Colau en Barcelona, en cada local entrañable que no encuentro más cuando vuelvo a Madrid, en la gente que había visto por la mañana viviendo en un colchón sucio detrás de un monumento, ante la mirada indiferente de los paseantes… En todo lo que, de alguna forma (un poco), nos deshumaniza.
Y en ese momento decidí que no volvería a hacer turismo. Así, a las bravas, justo cuando arranca la temporada de viajes, pero es absurdo quejarse de algo de lo que también eres cómplice, no quiero tener nada que ver y además no lo necesito. Puedo pasármelo igual de bien (o más) cerca de casa, y gracias a internet puedo informarme de casi todo lo que me apetezca, por no hablar de lo mucho que se disfrutan las ciudades en las películas, donde casi siempre se muestran idílicas.
Siempre quedarán los viajes para “conocer” de verdad, con un propósito, con gente querida cerca, con algo que les otorgue un valor, más allá de coleccionar fotos o vivencias clonadas. ¡Gracias Roma, por abrirme los ojos! He tardado en darme cuenta, pero mi experiencia como turista termina aquí y la verdad es que siento un reconfortante y profundo alivio. ¿Alguien más se apunta?
Fotos | Nicki Dugan Pogue | Roma fa Schifo | faungg's photos | Sarah