Oponerse a Putin, arriesgar la vida: Alexei Navalny es el último en una larga lista de envenenamientos

Navalny
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Clima de agitación en Rusia. Miles de personas se manifestaron durante el pasado fin de semana en contra de la exclusión de candidatos políticos en las próximas elecciones municipales de Moscú. La policía cargó contra los marchantes y, al parecer, arrestó a más de 1.300. Entre ellos a uno de los principales líderes opositores, Alexei Navalny. A las pocas horas de entrar en prisión, las autoridades lo trasladaban a un hospital cercano. El motivo oficial: había sufrido una reacción alérgica.

¿Fue así? No según su doctora personal, Anastasia Vassilieva, quien ha acusado al gobierno de Vladimir Putin de envenenarle. "Fue una reacción tóxica a un agente químico. Es absurdo definirlo como una alergia", explicó tras visitarle y no poder examinarle en prisión. Según Vassilieva, Navalny sufrió sudoraciones, irritación ocular y sarpullidos y edemas en cuello, espalda, pecho y muñecas. Ningún doctor externo pudo observar su estado, por decisión de los funcionarios de prisiones.

Antecedentes. A Navalny se le atribuye gran responsabilidad en la organización de las protestas. Desde 2011 se ha convertido en una de las voces más críticas y duras contra el gobierno de Vladimir Putin. Ha sido encarcelado con frecuencia y, según su testimonio, envenenado en más de una ocasión. En 2017 un hombre anónimo le atacó con un elemento químico indeterminado, provocando, según su sitio web, la pérdida del 80% de visión de uno de sus ojos.

Como referencia: Navalny jamás ha sufrido reacción alérgica alguna, en palabras de su doctora.

Clima. Su detención y teórico envenenamiento se enmarca en un creciente clima de tensión en Rusia. Los índices de valoración de Vladimir Putin han caído a sus mínimos históricos. Según Levada, el 32% de los rusos desaprueba su gestión. En febrero la cifra llegó al 35%, la más alta desde noviembre de 2013. Otra encuesta distinta, elaborada por VTsIOM, indica que tan sólo el 31% de los rusos "tiene confianza" en el liderazgo de Putin. Son  mínimos históricos, datos preocupantes para cualquier líder iliberal.

El problema. Rusia atraviesa un ciclo económico adverso. El país ya no está oficialmente en crisis, pero tanto las sanciones occidentales como la general desaceleración de la economía truncan las perspectivas económicas. Pese a las previsiones del gobierno, que originalmente preveían un crecimiento por encima del 1,5% en 2019, otros informes rebajan la cifra al 1,2% e incluso al 0,8%. La economía rusa está estancada, el rublo devaluado y las inversiones extranjeras hundidas.

De ahí las crecientes protestas, sazonadas con reformas del sistema de pensiones poco populares.

La solución. En tal situación, Putin no se puede permitir protestas multitudinarias. En 2013, su crisis de popularidad precedió a la intervención en la crisis del Euromaidán. El conflicto y el fuerte involucramiento de Rusia levantaron sus índices de aprobación. De ahí que figuras como Navalny, ahora, estén en mayor peligro. Vladimir Putin acostumbra a envenenar a sus opositores políticos cuando se convierten en voces demasiado incómodas. Los precedentes son demasiado numerosos.

Historia. Desde Boris Nemtsov, ex-líder político liberal asesinado a tiros en 2014, hasta Aleksandr Litvinenko, crítico de Putin envenenado con polonio* en 2006, el listado de muertes sospechosas es interminable. El año pasado, el envenenamiento infructuoso de Sergei Skripal, doble agente ruso-británico, causó un serio incidente diplomático con el Reino Unido. Otros como Sergei Yushenkov, Anna Politkovskaya o Stanislav Markelov, periodistas y activistas opositores, aparecieron tiroteados.

Los asesinatos e intentonas abarcan un largo periodo desde 2003 hasta 2019. En Rusia oponerse a Putin es jugarse la vida, como bien sabe Navalny. En especial cuando la opinión pública recela de su gestión.

Imagen: Vladimir Astapkovich/AP

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